Capítulo 88

San Petersburgo, Rusia, 22 de febrero de 1917

—El pueblo me ama. No importa lo que digan esos malditos comunistas —dijo Nicolás ante su hermano Miguel.

—Estás ciego. Llevas demasiado tiempo encerrado entre estas cuatro paredes, escuchando los elogios de tus ayudantes. Rusia se hunde. La única manera de frenar esto es que accedas a sus reivindicaciones. Dales una nueva constitución, separa la monarquía del gobierno, para la guerra.

—Nunca. Soy el zar. Ningún Gobierno le ha dicho al zar lo que tenía que hacer, no podemos dejar la guerra. ¿Qué pensarán nuestros aliados?

—Maldita sea, Nicolás. Estás condenando a muerte a Rusia —dijo Miguel.

—¿Quién quiere una Rusia cobarde y dirigida por burgueses? Los Romanov hemos convertido este imperio en una de las mayores potencias del mundo.

Miguel se frotó la cabeza rapada. Su hermano no entendía lo que estaba en juego. Todo estaba a punto de estallar.

—Al menos pon a salvo a tu familia. Envíalos a Moscú o a Helsinki.

—No se atreverán a tocarnos, somos los padres de Rusia —dijo Nicolás.

—Yo me llevaré a tus hijos, al menos tu heredero estará a salvo —dijo Miguel.

—Me han prometido más fuerzas desde Moscú. El palacio está a salvo, un grupo de obreros no puede gobernar la ciudad —dijo Nicolás.

—No son un grupo de obreros. Hay rumores de que Lenin ha regresado. El pueblo lo seguirá y él sabe exactamente lo que quiere —dijo Miguel.

—No temo a esa panda de judíos. Tengo un secreto que les quitará la máscara justo a tiempo, salvaremos a Rusia —dijo Nicolás.

—Estás desvariando, hermano. Lo único que puede salvar a Rusia es un milagro y, afortunadamente, tu milagrero Rasputín ya está muerto.