Capítulo 86

Moscú, Rusia, 22 de febrero de 1917

La sede de las Centurias Negras estaba desierta. Parecía que todos tenían miedo a los bolcheviques, pensó Pavel, mientras atravesaba los salones vacíos. Su superior lo esperaba sentado en una silla, fumando un cigarrillo.

—¿Por qué ha tardado tanto? —preguntó el general, impaciente.

—Esos malditos judíos son muy escurridizos, hemos recorrido media Europa tras ellos —se disculpó Pavel.

—Pero ¿ha conseguido el libro?

—No, pero sabemos quién lo tiene y está en Rusia.

El general frunció el ceño. Las cosas marchaban mal en el frente y las revueltas se extendían por toda Rusia. Si no actuaban a tiempo, todo se convertiría en cenizas.

—Su misión era hacerse con el libro, pero no lo tiene. Tenemos que editarlo antes de que los comunistas tomen el poder, es la única manera de combatirlos —explicó el general.

—Lo tendremos en un par de días, se lo prometo. Esos malditos extranjeros se dirigen al monasterio de Optina, allí los capturaremos y nos haremos con el libro —dijo Pavel.

—¿Dos días? Es mucho tiempo, pero no quiero ni un solo fallo. Tenemos que parar esto cuanto antes —dijo el general poniéndose en pie.

—¿Tan mala es la situación? —preguntó Pavel.

—San Petersburgo está al borde del caos. Si los comunistas toman la ciudad, el resto de Rusia caerá. La mayor parte del ejército está en el frente, apenas disponemos de algunos batallones en Moscú y en San Petersburgo, uno de ellos de mujeres. Los comunistas tienen armas y están organizados, muchos partidos burgueses los apoyan, el pueblo está con ellos. Peligra la vida del zar y la de toda su familia. No podemos perder más tiempo.

—Pero, general, ¿por qué no envían hombres del frente?

—Los soldados del frente se están amotinando, están mal equipados y adiestrados, son carne de cañón. Nuestros mejores soldados murieron en las batallas de Galitzia y en la Ofensiva Brusilov —comentó el general.

—La policía…

—¿La policía? Un pequeño grupo de agentes no puede parar una revolución —dijo el general.

—Nuestros voluntarios, ellos se enfrentarán a esos agitadores —comentó Pavel.

—¿Ha visto a muchos hombres en estas salas? Nadie quiere dar su vida por el zar, nuestra última esperanza es ese libro. Destapará la conspiración judía y todos darán la espalda a esos comunistas. Si hay algo que odien los rusos es a los judíos —dijo el general.

—Pero ¿es cierto lo que dice el libro? —preguntó Pavel.

—¿A quién le importa eso? —contestó el general con el semblante apagado. La publicación de Los protocolos de los sabios de Sion era la última esperanza para salvar Rusia.