Dresde, Alemania, 20 de febrero de 1917
Después de tres trenes y dos días de viaje estaban en Dresde, cerca del territorio polaco. Su plan era introducirse por la frontera como enviados especiales de dos periódicos norteamericanos y atravesar el frente en dirección a Rusia. Creían que Hércules les estaría esperando en el monasterio de Optina.
Una vez en Dresde tomaron un tren a Danzig, desde donde viajarían en barco hasta San Petersburgo.
El tren de Dresde era mucho más cómodo y lograron un compartimento independiente. Era la primera vez que dormían a pierna suelta, sin pensar en los hombres de Pavel. Sabían que el ruso no se arriesgaría a atravesar Alemania, pero si llegaba antes a Rusia, Hércules estaría en peligro.
Después de tumbarse en la litera superior, Alicia abrió de nuevo el libro. Estaba perfectamente encuadernado y no parecía muy usado. Comenzó a leer una página cualquiera y enseguida se quedó hipnotizada por el texto:
«Nuestro derecho reside en la fuerza. El vocablo derecho expresa una idea abstracta, sin base e inaplicable; ordinariamente significa: proporcióname cuanto preciso para sojuzgarte. ¿En dónde empieza el derecho? ¿En dónde termina? En un estado desorganizado, el poder de las leyes o el del soberano se disipan por la incesante usurpación de las libertades; en este caso, procedo con la fuerza para destruir los métodos y reglamentos existentes: me apodero de las leyes, reorganizo las instituciones y, así, me convierto en dictador de quienes, libremente, han renunciado a su poder y nos lo han rendido. Nuestra fuerza, dada la situación quebradiza de todos los poderes civiles, será mucho mayor que ninguna otra porque, siendo invisible, no podrá ser atacada; y llegará el día en que sea tan impetuosa que ningún acto de astucia pueda destruirla.»
—¿De qué trata? —preguntó Lincoln asomando la cabeza.
—Parece un simple libro de conspiraciones. Una reunión secreta en la que los judíos escriben una serie de protocolos para gobernar el mundo. Por lo poco que he leído, este libro los culpa de todo lo malo que ha sucedido en la historia, como si ellos movieran los hilos del mundo desde hace siglos —dijo Alicia.
—¿Un plan global para dominar el mundo?
—Sí, desde las democracias liberales hasta el arte, pasando por las guerras, la economía, el comunismo y otro medio centenar de cosas —dijo Alicia.
—Pero ¿quién puede creerse eso? —preguntó Lincoln.
—Ese es el problema, los que quieren creerse algo no necesitan muchas pruebas.
Alicia siguió leyendo toda la noche, afortunadamente la copia estaba en francés. Cuando amaneció el tren estaba llegando a Danzig.
No les costó mucho tomar un pasaje a Helsinki, en un par de días llegarían a San Petersburgo.