San Petersburgo, Rusia, 18 de febrero de 1917
La factoría Putilov estaba repleta de gente. Los obreros habían ocupado la gigantesca sala principal, algunos se habían subido a las máquinas para oír mejor a sus líderes sindicales. Todos sabían que la huelga era inminente, pero tenían que seguir el guión establecido por los sindicatos.
—Camaradas, la situación de los obreros rusos es insostenible. La guerra burguesa ha destruido las reservas de nuestro amado país y nos enfrentamos a la mayor hambruna de la década. ¿Qué hacen nuestros líderes políticos, el zar y sus ministros corruptos? Nada, enriquecerse con la sangre y el sudor del pueblo ruso. No podemos consentirlo por más tiempo. Debemos parar la maquinaria de guerra, detener a los culpables de los abusos e instaurar una república de los soviets —dijo Trotsky.
Los mencheviques abuchearon al orador. Su postura era menos radical, pensaban que se podía pactar con los partidos de clase antes de llegar a la dictadura del proletariado. Yuli Mártov, su líder, se puso en pie y se dirigió al público.
—Si nos enfrentamos con nuestras manos desnudas al ejército, ocurrirá como en 1905. ¿Cuántos de los nuestros murieron en vano? La solución pasa por el pacto, un Gobierno de concentración, la salida del zar de Rusia y la creación de una constitución. Después llegaremos a educar a la gente y todos preferirán llegar a la utopía socialista —dijo Yuli. Su frente sudaba debajo del gorro de piel, las gotas le chorreaban hasta las lentes redondas y su barba negra y recortada.
—El camarada Mártov está equivocado. Los burgueses nos usarán al principio para amedrentar al zar y a los suyos, pero después nos reprimirán. Las democracias burguesas están caducas, no podemos perder cincuenta años más. ¡Queremos la revolución ahora! —gritó Trotsky.
Una gran ovación siguió a la intervención y varios obreros sacaron del estrado a Mártov. Los mencheviques acudieron en su socorro y lo escoltaron hasta la calle.
Mártov observó con tristeza a los obreros que hacían cola para entrar a la sala repleta. Sabía que una revolución radical traería más hambre. Aquellos hombres conocían perfectamente lo que había que destruir, pero ¿estaban preparados para construir algo nuevo?
Revolución rusa de 1917