Frankfurt, Alemania, 18 de febrero de 1917
Oleg miró a Masha sorprendido. No podía creer que le hubiera traicionado. La mujer soltó la pistola y rompió a llorar. Hércules empujó el cuerpo y este se derrumbó en el suelo. Estaba muerto. Después tomó las dos pistolas y se acercó a los prisioneros. Después de desatarlos, se acercaron a Oleg y comprobaron que estaba muerto, después esposaron a la mujer.
Lenin se acercó hasta Masha y la miró con compasión.
—¿Por qué nos has traicionado? Éramos tu familia.
—Ya no creo en la revolución, los hombres son demasiado egoístas para cambiar. ¿Qué importa quien mande en Rusia? Cuando lleguéis al poder os volveréis como ellos —dijo la joven.
—¿Qué te hace pensar eso? —preguntó Lenin.
—Sois capaces de negociar con los enemigos de Rusia y aceptar su dinero con tal de llegar al poder, ¿qué os hace mejor que ellos? Ninguno de vosotros vive como esa gente campesina y obrera. Vivís como burgueses, aunque digáis lo contrario —dijo la joven.
—No creo que eso sea suficiente como para que nos traiciones —dijo Lenin.
—Al menos Oleg me daba algo de cariño y me hacía sentirme viva. Ya no merece la pena nada —dijo la mujer.
Lenin hizo un gesto y uno de sus hombres la sacó de la sala. Hércules miró a la puerta, pero no supo cómo reaccionar. Unos segundos después se escuchó un disparo. Arrojaron todos los cuerpos fuera del tren e intentaron retomar la calma.
Hércules se marchó a su compartimento y durmió durante horas. Cuando despertó era de noche. Le dolía todo el cuerpo. La mujer de Lenin le curó las heridas y después de un rato dejó solos a los dos hombres.
—Tenía que morir —dijo Lenin.
—¿Por qué? —preguntó Hércules.
—Era una traidora. Si no actuamos contra los renegados, cualquiera podrá desertar o intentar cobrar la recompensa del precio que tiene puesto a mi cabeza —dijo Lenin.
—Los hombres no son marionetas —comentó Hércules.
—Para que consigamos la igualdad entre los hombres, antes muchos tienen que morir —dijo Lenin.
—¿Cuántos son necesarios?
—Los que hagan falta, tal vez cientos de miles, pero sobre ellos construiremos algo nuevo, algo diferente que perdurará siglos —dijo Lenin extasiado.
Hércules lo observó indiferente. Aquel tipo de hombre era el más peligroso de todos, un fanático llevando a otros al mismo final, la destrucción total.