Zúrich, Suiza, 18 de febrero de 1917
Cuando la puerta se abrió, Alicia sintió cómo le daba un vuelco el corazón. La figura de Pavel atravesó el umbral y dejó un bulto envuelto en terciopelo sobre la mesa. Lincoln permanecía sentado en la silla, atado de pies y manos. Alicia continuaba sobre la fría mesa de madera, con la ropa revuelta y las piernas desnudas.
—Te dije que regresaría —comentó Pavel a la mujer.
Alicia tembló al escuchar la voz del hombre y cerró los ojos. El ruso se puso a la altura de sus pechos y comenzó a manosearlos.
—Nosotros sabemos tratar a las mujeres en Rusia. No importa que sean de temperamento como tú, cuanto más difíciles, mejor.
El hombre acercó su boca hasta su cara y Alicia pudo oler su aliento. Se le revolvió el estómago y estuvo a punto de vomitar.
—Ahora jugaremos un rato mientras el mono ese nos observa. Creo que estáis prometidos, ¡qué bonito! Un mono y una mujer tan bella. Pero no te preocupes, tendrás un hijo de pura raza eslava —dijo el hombre subiendo a la mesa y bajándose los pantalones.
Alicia apretó los dientes y comenzó a llorar. Notó la hebilla fría del cinto y la piel del ruso sobre la suya. El hombre le arrancó las enaguas, dejándola completamente desnuda de cintura para abajo.
Entonces Pavel notó un fuerte impacto en la cabeza, pero cuando se quiso volver Lincoln ya le había estampado la silla de nuevo en la cara. El ruso se desplomó sobre la mujer y esta lo empujó al suelo. El cuerpo cayó inerte. Lincoln comenzó a desatar a la mujer y en cuanto estuvo liberada, se bajó la falda. Corrieron hacia la puerta, pero Alicia lo detuvo.
—Un momento —dijo la mujer mientras cogía el paquete envuelto en terciopelo. Después se acercó a Pavel y le dio una fuerte patada entre las piernas. El hombre, inconsciente, apenas reaccionó.
—Cuando se despierte se acordará de mí —dijo Alicia.
—Ya lo creo —dijo Lincoln.
—¿Y el hermano Juan? —preguntó la mujer.
—Está muerto, esos cerdos lo han reventado por dentro. Afortunadamente logré romper las cuerdas que me ataban con el crucifijo metálico que dejaron sobre la mesa.
Salieron del sótano con sigilo. Los soldados parecían relajados, cantando y tomando un poco de vodka. Cuando abrieron la puerta y el aire fresco de la noche les sacudió en la cara, apenas podían creer que estuvieran libres de nuevo. Tenían que llegar a Rusia y encontrar a Hércules.