Frankfurt, Alemania, 18 de febrero de 1917
Oleg lo tenía todo pensado. Su colaborador Kusma había logrado esconderse en el tren como ayudante del fogonero. El plan era asesinar a Lenin antes de que llegaran a Dinamarca. Si moría en suelo alemán, el revuelo político podría ser increíble. Todo el mundo sabría que los comunistas habían pactado con los alemanes traicionando a su propia gente, que moría cada día en las trincheras. Con el partido comunista descabezado, sería muy difícil que la revolución triunfara, y si lo hacía, no duraría mucho. Los diferentes partidos se disputarían el poder y el caos reinaría en Rusia, entonces el zar aparecería de nuevo como el salvador de la patria.
Lo que Oleg no podía prever era la vía de escape para Masha y él. Pensaba que si Kusma mataba a Lenin, ellos dos podrían escapar en medio de la confusión, pero cuánto tiempo podían estar dos rusos cruzando Alemania sin ser interceptados lo desconocía. Si eran acusados de espionaje acabarían en la horca. Pero lo peor de todo era que Masha desconocía sus planes y no sabía cómo podía reaccionar.
El oficial ruso oyó un golpe en la puerta.
—¿Sí?
—Oleg, esta noche hay una cena especial. Lenin quiere que asistas.
—Está bien.
—¿Por qué estás encerrado aquí desde que salimos de Zúrich? —preguntó Masha.
—Tengo que contarte algo, pero no sé si confiar en ti —comentó Oleg.
La mujer frunció los labios y se cruzó de brazos. Su amante podía ser muy cruel si se lo proponía. Ella estaba arriesgando todo por él, pero sabía que él seguía sin confiar plenamente en ella.
—Te he mentido —dijo Oleg.
Masha lo miró asombrada. No le extrañaba que él le ocultara algo, pero había dado su palabra a Lenin y lo único que le quedaba era el partido.
—No te entiendo.
—No he desertado del ejército, vine a Suiza con una misión.
—¿Una misión?
—Encontrar y asesinar a Lenin.
La joven se quedó muda. No podía creer lo que oía. Había introducido a un asesino en el círculo íntimo de Lenin, un asesino al que además amaba.
—No puedes hacerlo…
—Tengo que hacerlo. Rusia se deshace y si no paramos la revolución, millones sufrirán las consecuencias —dijo Oleg.
—Millones las sufren ya. Esta guerra está destruyendo al pueblo. La gente se muere de hambre y frío, mientras tu zar juega a ser Dios —dijo Masha.
—No voy a discutir contigo. Tienes que elegir entre Lenin y yo —dijo Oleg.
—No puedo.
—Si ellos me descubren, me matarán. Tienes que elegir.
—El es un buen hombre —dijo Masha.
—Los hombres buenos son los más peligrosos, siempre intentan cambiar las cosas, pero nada cambia nunca.
La joven se quedó callada. No podía pensar con claridad. Sentía una angustia indescriptible. Eligiera lo que eligiera, destruiría su delicado equilibrio interior.
—No puedo ayudarte —dijo Masha.
—Lo único que te pido es que no intervengas y que después te marches conmigo. Yo no voy a apretar el gatillo, ya hay gente que se encarga de esas cosas.
Masha se sintió en parte aliviada, al menos él no ejecutaría el asesinato. Si Oleg no mataba a Lenin, puede que lo hicieran los alemanes o gente del propio partido, el líder comunista tenía muchos enemigos.
—¿Cuándo lo harás?
—Esta noche en la cena. Después intentaremos llegar lo antes posible a Dinamarca. Calculo que esta noche el tren estará a la altura de Hannover, que está a un día de la frontera —dijo Oleg.
—Lo único que te pido es que no sufra —dijo Masha.
—Será todo muy rápido, ni siquiera se dará cuenta de que le han disparado.