Capítulo 75

Frankfurt, Alemania, 18 de febrero de 1917

A pesar de tener preferencia, el viaje del tren de Lenin se hizo interminable. Las fuerzas del káiser seguían mandando soldados al frente ruso y paraban la circulación de convoyes de pasajeros y mercancías. La maquinaria de guerra alemana podía ser implacable y cruel, pero efectiva.

Lenin y sus acompañantes pasaban las tediosas horas del viaje y espera tomando café, charlando, leyendo, jugando al ajedrez o conversando. Hércules había permanecido reposando un día entero. La herida del brazo era más profunda de lo que él había creído en un primer momento. Afortunadamente no le había tocado ningún tendón, pero no podía mover el brazo y sentía fuertes dolores! Las heridas de las piernas eran mucho más leves.

Tumbado en la cama, no podía dejar de pensar en sus amigos. ¿Cómo estarían? Sabía que habían salido airosos de situaciones peores, pero se preguntaba si no tenía que haberse quedado en Suiza y haberse asegurado de que estaban a salvo.

Hércules notó un agudo dolor en el brazo y por primera vez desde que comenzara el viaje fue consciente de que en ese estado no podía ayudar a nadie. Lo más importante era que encontrara el libro, para que no saliera a la luz, y las verdaderas actas. Si lograba hacerse con aquellos documentos aseguraría la vida de millones de personas, pero también la de Lincoln y Alicia.

Hizo un esfuerzo para levantarse e intentó mirar por una rendija en la ventana. Aquella oscuridad lo ponía nervioso. Apenas pudo ver una pequeña parte de la estación. Decenas de personas caminaban de un lado para el otro, indiferentes a su propia suerte e ignorantes de los tejemanejes del káiser y los líderes comunistas. Cuando se escribiera la historia ese tren no habría existido; los prusianos y bolcheviques se calificarían como enemigos irreconciliables.

Aún estaba absorto en sus pensamientos cuando alguien llamó a su puerta. Era la mujer que le había curado el brazo.

—¿Se encuentra mejor? —se interesó la joven.

—Gracias, Masha. Parece que la herida está más cerrada.

—No tengo el instrumental necesario, pero espero que no vuelva a abrirse.

—¿Dónde estamos? —preguntó Hércules.

—Creo que en Frankfurt —dijo la joven.

—Muy lejos de Dinamarca.

La joven sonrió. Después puso su mano sobre la frente de Hércules y le indicó que se tumbara.

—Será mejor que repose un poco más. No quiero que se le abra de nuevo la herida.

Hércules se tumbó en la cama y cerró los ojos. Por su mente pasaron los últimos años de viajes y aventuras, pero todo aquello le producía una desazón que no lograba entender.

—¿Se siente bien? —preguntó la joven al ver el gesto de Hércules.

—Sí.

Cuando Masha lo dejó solo, recordó a las personas que había amado y que ahora estaban muertas. Lo único que le quedaba en el mundo eran sus amigos; esperaba que estuvieran bien. Sin ellos nada tendría sentido.