Zúrich, Suiza, 17 de febrero de 1917
Hércules no miró atrás. Le dolía la pierna y tenía un corte en el brazo, pero sabía que la única manera de asegurar la salvación de sus amigos era huyendo. Esos tipos querían el libro y él tenía que encontrarlo primero.
Recorrió la calle de Zúrich hasta la estación de tren. La calle estaba repleta de gente y logró mantenerse a una considerable distancia de sus perseguidores, que no se atrevían a atacarlo en medio de la multitud. Entró en la estación y buscó el tren de Lenin. Varios trenes esperaban en los andenes, pero eran vulgares convoyes de pasajeros.
El olor a carbón y el humo enrarecían el ambiente. Los dos rusos se acercaban cada vez más y él rio encontraba el maldito tren. Al final observó un tren corto fuera de la gran bóveda de cristal y hierro. El convoy estaba blindado y varios soldados alemanes lo custodiaban.
Cuando se acercó al tren, dos de los soldados lo detuvieron.
—¿Adónde se dirige? —preguntó el cabo.
—El señor Lenin me espera —comentó Hércules sin aliento.
Los rusos miraron la escena a escasos metros. Parecía que su presa se les escapaba delante de sus narices.
—Espere un momento.
El cabo entró en el tren y los rusos aprovecharon para acercarse y sacar sus armas. El soldado reaccionó levantando el fusil, pero no le dio tiempo a disparar. Uno de los rusos le quitó el arma y lo golpeó en la cara, mientras el otro intentaba apresar a Hércules.
—¡Maldito! —gritó el español, mientras se deshacía de su atacante y corría hacia el tren.
Otros dos soldados alemanes se acercaron a los hombres y entonces se escuchó el primer disparo. Uno de los soldados cayó al suelo herido y el resto abrió fuego.
Hércules logró llegar al tren y subir justo cuando este se puso en marcha. Los alemanes alcanzaron a los dos rusos, tomaron a su compañero herido y entraron en el tren.
La multitud comenzó a huir despavorida de la estación. En medio de la confusión, uno de los rusos heridos logró ponerse en pie y escapar justo antes de que llegara la policía.
El tren salió de la estación y los soldados recorrieron los vagones en busca de Hércules, después lo llevaron delante de su oficial y Lenin.
—¿Quién es usted? —preguntó el oficial con el ceño fruncido.
—Hércules Guzmán Fox —dijo escuetamente.
—Es mi invitado —comentó Lenin.
El oficial miró sorprendido al líder comunista.
—¿Cree que esto es un viaje de recreo? —preguntó enfadado.
—No estoy bajo sus órdenes, más bien usted está aquí para asegurarse de que llegue a Rusia. El resto no le incumbe, ahora si nos disculpa… —dijo Lenin furioso.
El alemán abandonó la sala con la cara roja y sus hombres lo siguieron. Lenin miró el aspecto lamentable de Hércules y ordenó a Masha que lo curara. Mientras la mujer miraba su corte del brazo, el líder comunista le preguntó:
—¿Dónde están sus amigos? ¿Qué ha sucedido?
—La culpa la tiene un maldito libro. No sé si ha oído hablar de él: Los protocolos de los sabios de Sion.
Lenin lo miró asombrado y después el tren se internó en un túnel, oscureciendo todo por unos instantes.