Zúrich, Suiza, 17 de febrero de 1917
—El tren está preparado —dijo el oficial alemán a Lenin.
—Perfecto, en tres o cuatro días estaremos en Rusia.
—Pero hay cambio de planes. No le llevaremos directamente a Rusia, es demasiado peligroso y al final las autoridades rusas terminarían por enterarse. Desde Dinamarca tendrán que apañárselas por su cuenta.
Lenin miró ofendido al oficial. Los alemanes no eran de fiar, pero aquello le parecía inadmisible.
—Si no me llevan a Rusia no hay trato —dijo el líder comunista.
—Si se niega a tomar el tren, no les daremos la cantidad acordada, camarada Lenin. Creo que sus compañeros rusos necesitan nuestro dinero —ironizó el oficial.
Dos de los escoltas de Lenin se aproximaron amenazantes a los alemanes.
—Quietos —dijo el líder comunista—. Está bien. ¿Cuál es el itinerario?
El oficial alemán se acercó a la mesa y señaló en el mapa.
—Primero irán a Dinamarca, de allí en barco hasta Finlandia, el resto corre de su parte.
—De acuerdo, ¿a qué hora sale el tren?
—Dentro de dos horas. No se retrasen —advirtió el oficial.
—Nuestros hombres cargarán el tren, yo estaré allí media hora antes —dijo Lenin.
Los soldados alemanes dejaron la residencia de Lenin. Su esposa, Nadezhda, entró nerviosa en el salón, había escuchado los gritos y esperaba que el viaje se hubiera anulado a última hora.
—¿Qué ha pasado? —preguntó la mujer.
—Cambio de planes de última hora. Nos ayudarán hasta la frontera alemana; cuando pasemos por Dinamarca, vía Finlandia, todo dependerá de nosotros —dijo Lenin.
—Eso retrasará mucho el viaje.
—Los alemanes creen que la vía directa es demasiado peligrosa —comentó Lenin— y temen que los descubran.
—Estamos en sus manos, necesitamos las armas y el dinero —dijo Nadezhda.
Llevaba años soñando con regresar a casa. Esa era su última oportunidad. Si su esposo no llegaba a Rusia en el momento propicio, otro intentaría ocupar su puesto en la dirección de la revolución.