Capítulo 64

Praga, Chequia, 16 de febrero de 1917

—¿Cuál es su nombre? —preguntó Hércules.

—Mi nombre es Jacob Micha, soy maestro. Llevo casi cuarenta años enseñando alemán a los judíos de Praga, pero domino también el ruso, el francés y el inglés —dijo el anciano.

Hércules lo observó durante unos instantes. Su aspecto enjuto y grisáceo le camuflaba perfectamente en aquella ciudad. El grupo comenzó a pasear por el cementerio judío, mientras el anciano comenzaba a narrar su historia.

—Hemos sido un pueblo perseguido. Desde nuestra expulsión de Israel hemos sufrido mucho, prácticamente desde entonces no ha habido década en la que algún pueblo nos expulsara o persiguiera. Muchos de nosotros nos hemos resignado a nuestra suerte, Jehová nos ha castigado en medio de los demás pueblos y nos ha puesto su sello de maldición —dijo el anciano.

—Pero deben seguir luchando —dijo Lincoln—, no pueden resignarse.

—Los judíos somos una raza especial. Según el Antiguo Testamento, Dios nos escogió para arrojar luz sobre las naciones, por eso deberíamos ser la nación más espiritual de la tierra, pero siempre nos atrajeron más las riquezas de este mundo. Donde hemos estado nos hemos hecho con grandes fortunas. Los gentiles no nos dejaban cultivar la tierra ni tener posesiones, por eso debíamos invertir en joyas, en préstamos. Eso nos dio la fama de usureros —dijo el anciano.

—En Estados Unidos hay muchos judíos que se dedican a las profesiones más dispares —dijo Lincoln.

—América es la tierra de la libertad, pero en Europa hemos estado siempre marginados. Después de los últimos pogromos, muchos decidieron unirse para regresar a la Tierra Santa y se ayudó a muchos a volver como colonos, pero algunos de los creadores del sionismo querían llegar más allá. Deseaban que el mundo de los gentiles desapareciera por completo. Una rama radical defendía el gobierno efectivo del mundo a través de un plan secretamente larvado —dijo el anciano.

Se pararon ante una de las grandes lápidas. Justo enfrente se levantaba un mausoleo. Dos grandes tablas de la Ley custodiaban el cuerpo de uno de los rabinos más importantes de la ciudad.

—¿Quiere decirnos que los protocolos son ciertos? —preguntó Alicia.

—Sí. Yo estuve en la reunión. Se celebró de noche, en este mismo lugar hace aproximadamente diez años. La mayoría de los participantes eran rabinos rusos, aunque también había algunos alemanes, franceses, italianos y británicos —dijo el judío.

—¿Qué decidieron? —preguntó Churchill.

—Nosotros no podíamos crear las ideas que gobiernan el mundo, pero sí podíamos fomentarlas. Se decidió apoyar a los comunistas, ellos podían dominar una gran parte de Europa y eran fácilmente domesticables, en los países capitalistas lo más importante era dominar los mercados, creando crisis o conflictos que nos favorecieran —dijo el anciano.

Hércules lo miró con escepticismo. Ninguna organización, por poderosa que fuera, podía controlar todo el mundo. Había demasiadas variantes, pensó para sí.

—El plan de la organización era provocar esta guerra y después destruir el imperio ruso. Están a punto de conseguirlo, ¿no creen?

—¿Destruir el imperio ruso? —preguntó Lincoln.

—Sí, es uno de los mayores enemigos de los judíos. El zar nos odia y su policía secreta ha sido de las más crueles de Europa. La revolución se está pagando a través de nuestros bancos en Suiza —dijo el anciano.

—¿Tiene pruebas de eso? —preguntó Alicia.

—Lean los protocolos y lo entenderán todo —dijo el anciano, pero apenas había terminado la última palabra, cuando unos disparos silbaron sobre sus cabezas.

El grupo se agachó instintivamente y se metió dentro del mausoleo.

—Nos han seguido desde París —dijo Hércules.

—Esos malditos conocen todos nuestros pasos —dijo Lincoln sacando su arma.

Los hombres de Pavel, las Centurias Negras, no dejarían escapar esta vez a su presa.