Capítulo 60

Praga, Chequia, 16 de febrero de 1917

El coche de alquiler resistió el viaje a pesar de estar medio destartalado. Churchill y Hércules se turnaron en la conducción, mientras el hermano Juan, Alicia y Lincoln descansaban en el asiento de atrás.

La ciudad de Praga era una verdadera joya. Hércules había escuchado de su hermosura, pero, acostumbrado a ciudades como Londres y París, no podía imaginar que aquella pequeña ciudad pudiera reunir tanta belleza. La ciudad estaba nevada y hacía más frío que en París. Sus habitantes caminaban melancólicos por las calles, vestidos con pesadas ropas oscuras.

Aparcaron el coche frente a la sinagoga. Leo les había puesto en contacto con el rabino Moses, uno de los maestros más respetados de Europa. Era temprano, llevaban toda la noche viajando, pero ya había luz dentro del edificio.

Al cruzar el umbral les sorprendió la sobriedad y belleza de la sinagoga. Estaba construida con materiales caros, pero al mismo tiempo guardaba una sencillez que reflejaba la austeridad del pueblo judío. Hércules no sabía mucho sobre los israelitas. En España los judíos seguían siendo considerados poco menos que herejes de los que era mejor mantenerse a distancia. Lincoln sí había conocido a varios, sobre todo durante su estancia como inspector en la ciudad de Nueva York, Alicia había tenido una amiga judía en La Habana cuando era niña, pero Churchill sentía cierta aprensión hacia ellos.

Un hombre pequeño, vestido con un traje negro y con la cabeza cubierta con su kipá se acercó hasta ellos.

—Paz —les dijo en checo.

Todos lo miraron sorprendidos.

—¿Rabino Moses? —preguntó Alicia en español.

El hombre sonrió y con una voz suave les dijo:

—¿Son españoles?

El hermano Juan, vestido con su traje de monje, parecía indicar otra cosa, pero Moses había reconocido en Alicia el idioma de sus antepasados.

—¿Habla español? —preguntó Hércules.

—Sí, mis antepasados eran de Sefarad —contestó el rabino.

—¿Sefarad? —preguntó Churchill.

—Es el nombre que mi pueblo dio a España —comentó Moses.

—Pero los judíos fueron expulsados de España hace casi quinientos años —comentó Alicia.

El rabino sonrió a la mujer y dijo:

—Los sefardíes conservamos costumbres de nuestra antigua tierra, e incluso la llave de nuestra casa, para nosotros es nuestro segundo hogar después de Israel. Pero qué maleducado soy, pasen a mi despacho, allí estaremos más cómodos.

Entraron en una de las habitaciones situadas en el lateral de la sinagoga. El mobiliario era sencillo: una gran mesa, estanterías repletas de libros y seis sillas.

—Aquí se reúne la asamblea de la sinagoga. Por favor, siéntense.

Todos ocuparon sus sitios, menos el monje, que prefirió quedarse en pie.

—¿Cuál es el motivo de su visita? —preguntó el rabino.

—Leo Motzkin nos remitió a usted, estamos buscando un libro y parece que su origen está en esta ciudad —dijo Hércules.

—¿Un libro? —preguntó el rabino.

—Sí, un libro escrito por varios sabios judíos —dijo Alicia.

El hombre palideció de repente. Su risa se tornó en una cara de enfado y miedo.

—¿Saben cómo se titula el libro? —preguntó el rabino.

—No lo sabemos —dijo Lincoln.

—El libro que buscan se titula Los protocolos de los sabios de Sion y es muy peligroso.