París, Francia, 14 de febrero de 1917
Leo Motzkin dio un profundo suspiro. Comprendía que era mucho más difícil crear una infamia que explicarla. Desde que los judíos se habían determinado a regresar a su tierra, los problemas y la persecución habían crecido.
—Tras la primera celebración del congreso sionista en Basilea, comenzaron a correr todo tipo de bulos. Ya saben, tras una reunión de judíos lo único que podía haber era una conspiración. Aunque lo curioso fue que el congreso fue público y notorio. Si hubiéramos querido hacer algo en secreto, nadie se hubiera enterado —dijo Leo.
—¿Esa reunión fue para pedir la creación de un Estado judío? —preguntó Lincoln.
—Exactamente. Por primera Vez en la historia, un grupo de judíos nos determinábamos a buscar la forma de regresar a casa. Sabíamos que el camino por recorrer era largo, pero al menos habíamos empezado —dijo Leo.
—¿Qué decisión tomaron? —preguntó Alicia.
—Nos autoproclamamos parlamento judío. Éramos doscientos hombres y mujeres determinados a cambiar la historia, pero muy pronto comenzó a circular el bulo de que unos sabios ancianos de origen judío estaban conspirando para gobernar al resto de pueblos. ¿No les parece irónico? —preguntó Leo.
—¿El qué? —dijo confuso Lincoln.
—Que no tengamos ni un estado que nos defienda y los gentiles nos teman.
—Siempre se tiene miedo de lo desconocido —dijo Alicia.
Leo parecía agotado. Le costaba recordar y estaba cansado de seguir defendiéndose por el simple hecho de ser judío, pero a pesar de todo siguió con la conversación.
—Unos días más tarde llegamos al Acuerdo de Basilea. En él fundamentalmente sentábamos las bases para la repatriación de judíos a Israel. En los años siguientes, miles de judíos, sobre todo de Rusia, nos pidieron ayuda para ir a Israel. Pero otros hablan de una gran conspiración. Un plan para gobernar el mundo, qué absurdo —dijo Leo.
—¿El libro que buscamos habla sobre ello? —preguntó Hércules.
—Probablemente. Al parecer muchos lo llaman Los protocolos de los sabios de Sion. Yo no los he leído, pero al parecer tuvieron alguna difusión en Rusia, muchos dicen que fueron los servicios secretos rusos los que los escribieron. En ellos se relaciona el comunismo con los judíos. La única base que tienen es que Marx y otros líderes eran judíos —dijo Leo.
—Lo que no entiendo es qué importancia tiene el libro —dijo Alicia.
—Para el que no cree en él, ninguna, pero para los que creen en él, toda. Los gentiles necesitan pocas excusas para perseguirnos. Ese libro puede ser una de ellas —dijo Leo.
Hércules se puso en pie. Después se acercó a Leo. Lo miró a los ojos y le preguntó:
—¿No tienen deseos de venganza? Después de miles de años siendo perseguidos, ¿no sienten odio hacia nosotros?
—Podríamos sentirlo, seguramente algunos judíos lo sienten, pero no les culpamos a ustedes. Creemos que es un castigo de Dios por nuestra desobediencia, pero Jehová ha prometido que un día regresaremos y las profecías se cumplirán…
—El mesías judío que ha de venir —dijo Lincoln.
—Sí, nosotros creemos que aún ha de venir —dijo Leo.
—Los cristianos pensamos que el día que los judíos regresen a Tierra Santa, el fin de los tiempos estará próximo. Alguien sabe esto y está intentando impedir que los judíos regresen. Si no se cumple la profecía, el regreso de Jesucristo se retrasará —dijo Lincoln.
—No me puedo creer que siga defendiendo esas ideas, querido amigo —dijo Hércules.
—Lo dice la Biblia —comentó Lincoln.
—La Biblia es un invento humano —dijo Hércules.
Apenas había pronunciado la última frase, cuando algo comenzó a golpear la puerta. Todos se miraron sorprendidos. Alguien los había seguido hasta allí.