París, Francia, 14 de febrero de 1917
—El sionismo es un movimiento que lo que pretende es el regreso de los judíos a su patria. Siempre ha habido un deseo de formar de nuevo una nación, pero hasta ahora nadie se había atrevido a intentarlo en serio. Los judíos tenemos un defecto, solemos resignarnos con nuestra suerte. Después de tantos siglos de persecuciones y sufrimientos, creemos que nuestro pueblo no merece algo mejor —dijo Leo Motzkin.
Lincoln asintió con la cabeza.
—Le entiendo perfectamente, a mis hermanos negros les pasa exactamente igual. Se han resignado a conformarse con su condición de ciudadanos de segunda clase.
Hércules se quedó pensativo. Conocía perfectamente el concepto, España era uno de los países más antisemitas de Europa. Hacía casi quinientos años que los judíos habían sido expulsados de la península y el odio no había menguado lo más mínimo.
—¿Por qué han llamado al movimiento sionista? —preguntó Alicia.
—Nosotros llamamos a la tierra de Israel, Sion. Después de la expulsión del año 70, aún quedaban muchos judíos en Israel, pero después de la rebelión del 132 los romanos nos condenaron a vivir sin tierra para siempre —dijo Leo.
—Yo creía que los judíos no eran una nación sino más bien un grupo religioso —admitió Hércules.
—Somos las dos cosas en una. Dios eligió a mi pueblo para darnos una identidad, una religión y un destino en la Historia. Cuando perdimos el territorio, seguimos manteniendo nuestra identidad y nuestra religión —dijo Leo.
—Pero ¿cómo comenzó el sionismo moderno? —preguntó Lincoln muy interesado. Su pueblo podía aprender de los judíos a organizarse y luchar por su libertad.
—Mi hermano Moses Hess escribió un libro en 1860 titulado Roma y Jerusalén. Allí defendía las tesis de la creación de un Estado judío…
—Nuestro amigo es muy modesto —dijo Churchill, que había estado callado hasta ese instante—. Leo publicó el libro Autoemancipación, en el que se defendía la tesis: «Ayudaos, que Dios os ayudará».
—Me gusta esa idea —dijo Hércules.
Lincoln lo miró enfadado. Sabía que su amigo aprovechaba cualquier oportunidad para burlarse de Dios.
—Era la única manera de terminar con la resignación de los judíos. Dios nunca actuará si no lo hacemos nosotros primero. Pero mi aportación fue más modesta de lo que dice el señor Churchill. El libro que sacó a los judíos de su letargo fue el publicado por Theodor Herzl, El Estado judío. Herzl organizó a todos los que estaban a favor de un estado judío.
—Pero ¿cuál es la misión de la organización? —preguntó Alicia.
—Repatriar judíos a Israel. Cuando haya suficientes, podremos reclamar el territorio —dijo Leo.
—Pero allí vive gente —dijo Alicia.
—Es nuestra tierra, no importa el tiempo que haya pasado. Dios nos la dio —dijo Leo.
—La tierra no es de nadie —comentó Hércules.
El hombre lo miró enfadado. Era muy fácil hablar así cuando tenías un lugar a donde ir, en el que nadie te persiguiera, pensó Leo.
—Nuestro amigo no quiere apropiarse de la tierra de nadie. Simplemente compran tierra a campesinos y van asentándose de nuevo en Israel —explicó Churchill.
—¿Cuántos judíos hay en la actualidad? —preguntó Alicia.
—Unos ochenta y siete mil, puede que más —contestó Leo.
—Además, desde el Gobierno británico se está apostando por la creación de un Estado judío. Yo no estoy en el asunto, pero sé que se está barajando esa posibilidad —añadió Churchill.
Hércules comenzaba a impacientarse. No estaban allí para hablar sobre política.
—Nuestro amigo Churchill nos trajo hasta aquí para que le preguntáramos algo mucho más profano. Estamos buscando un libro y, al parecer, en él se habla de unos sabios judíos. Creo que en referencia a un versículo del profeta Ezequiel.
—Los ancianos sabios. La venida del Mesías será precedida por la visión de Ezequiel. Muchos creen que la reunión de unos ancianos sabios le precederá —dijo Leo.
—¿Una reunión de ancianos? ¿De qué tipo? ¿Cuándo será? —preguntó Lincoln.
—Ya ha sucedido.