Capítulo 53

Zúrich, Suiza, 14 de febrero de 1917

Kusma no conocía a su superior. Desde que había reencontrado a su amiga Masha parecía otro hombre, pero tampoco se atrevía a hablar abiertamente con él. Aprovechó una de las pocas tardes que pasaban juntos, para comentarle sus inquietudes. Se encontraban frente al edificio en el que estaban reunidos los comunistas y los alemanes. Habían descubierto que los germanos planeaban ayudar a esa chusma roja, pero Oleg no había informado aún a sus superiores, quería que la misión estuviera completada, o eso al menos es lo que le decía a él.

—Señor, no entiendo por qué no hemos eliminado ya al objetivo. Nuestras órdenes eran matar a Lenin —comentó Kusma.

—Esas eran las órdenes de los servicios secretos, pero ya sabe que nos debemos a las Centurias Negras —dijo Oleg.

—Pero…

—El Estado se desmorona. Posiblemente a estas horas los nuevos jefes de Gobierno abortarían esta misión si la conociesen. Cambiarán a los encargados del servicio secreto y no dudarán en matar al mismo zar si eso les conviene. Nosotros servimos a las Centurias Negras, los únicos leales al zar —comentó Oleg.

—Pero las centurias también quieren ver muerto a Lenin —replicó Kusma.

—Y lo verán, pero antes debemos infiltrarnos en el partido y descubrir sus verdaderos planes. Si logramos detenerlos, será mucho mejor que simplemente matar a Lenin. Eso los retrasaría un poco, pero le aseguro que seguirían intentándolo una y otra vez —dijo Oleg.

—Esa mujer es peligrosa —comentó Kusma.

El joven oficial frunció el ceño y tomó a su ayudante por las solapas.

—No se atreva a hablar así de Masha. Simplemente es una joven desorientada, ella nos abrirá las puertas del partido y podremos desbaratar sus planes. No hay nada entre nosotros, ¿entiende?

Kusma afirmó con la cabeza y el oficial lo soltó.

—No olvide quién manda aquí —dijo Oleg.

—Sí, señor.

El joven oficial observó cómo Lenin y su comitiva salían del café. Masha caminaba junto al líder comunista. Oleg observó su bello rostro y sus maravillosos ojos claros. Sin duda era lo más parecido a una diosa que había visto jamás, pero el único dios ante el que se inclinaba era el zar y a él le debía su vida.