París, Francia, 12 de febrero de 1917
Hércules aprovechó la confusión para ponerse en pie y correr hacia los hombres. Alicia lo cubría desde su escondite, apuntando a los bultos inclinados sobre la trampilla.
Cuando los hombres vieron que se les echaban encima, dieron un giro y comenzaron a disparar. Hércules se lanzó al suelo y les respondió con su arma.
Durante unos segundos todo fue confusión. Las balas rebotaban contra la estructura metálica, la vibración era insoportable y olía a pólvora y sudor.
Alicia afinó la puntería y alcanzó a uno de los hombres.
Lincoln apareció por la trampilla y disparó desde el otro lado. Los hombres se vieron acorralados y se aproximaron a una de las aberturas de la pared. El primero salió y el segundo hombre, cojeando, lo siguió enseguida.
Hércules y Lincoln se miraron sorprendidos. Había una altura considerable, pero aquellos tipos parecían demasiado asustados para razonar correctamente.
Cuando Hércules se asomó, dos balas le rozaron la cara. Los hombres caminaban aferrados a los hierros de la torre. Lincoln sacó la pistola y disparó al azar. Después él y su amigo salieron al gris plomizo cielo de París.
Cuando Hércules miró hacia el suelo sintió pánico. No le gustaban las alturas, pero intentó concentrarse en atrapar a aquellos tipos y seguir a Lincoln.
Los hombres habían girado y ahora bajaban por una de las aristas de la torre. Los siguieron y comenzaron a descender tras ellos. Lincoln disparó y después gritó:
—¡Deténganse de inmediato!
Los fugitivos siguieron descendiendo con relativa agilidad, pero al final Lincoln llegó a la altura del primero. Este le aferró la pierna y Lincoln notó cómo el cuerpo se le balanceaba. La única mano que lo mantenía unido a la torre comenzó a escurrírsele y sintió que el cuerpo le fallaba. Estaba a punto de perder el equilibrio.