Zúrich, Suiza, 9 de febrero de 1917
El hermano Juan tembló de nuevo y comenzó a escribir. Todos lo miraron sorprendidos, hasta que comenzó a relajarse de nuevo. Alicia tomó la hoja y comenzó a leer en alto:
—«Religión del nombre de los mares vencerá. Contra la secta hijos Aduluncatú, secta obstinada deplorada temerá. De dos heridos por Alif y Alif».
—No tiene sentido —dijo Lincoln.
—Una secta que será vencida por la religión del nombre de los mares —dijo Hércules.
—¿Alif y los hijos de Aduluncatú? —comentó Alicia.
El hermano Juan volvió en sí. Ellos le enseñaron lo que había escrito en el cuaderno, pero él se encogió de hombros. No recordaba nada.
—Lo que está claro es que nos advierte de una secta, y puede que esa secta esté detrás de todo lo que tiene que ver con los asesinatos de los monjes y el libro —dijo Hércules.
—La orden del hermano Juan es una secta —dijo Lincoln.
Todos se miraron. Sin duda, los más interesados en que todo aquello saliera a la luz eran los monjes, pero ¿por qué estaban matándolos?, se preguntó Hércules.
—Puede que no todos los miembros de la secta estén de acuerdo —dijo Hércules.
—Creo que aquí no lo averiguaremos. Dentro de una hora sale un tren para Francia, será mejor que no lo perdamos. Debemos regresar en dos días —dijo Lincoln.
—Tienes razón, viejo amigo —convino Hércules.
Demasiadas incógnitas por resolver. Sin duda, aquel misterio era el más difícil al que se habían enfrentado jamás. La única forma de llegar a la verdad era adentrarse en la oscuridad, pero las tinieblas siempre se cobran su precio.