Capítulo 37

Zúrich, Suiza, 9 de febrero de 1917

Masha salió del restaurante y ordenó a los guardaespaldas que dejaran a Oleg.

—Este tipo ha sacado una pistola —se quejó uno de los escoltas.

—Lo conozco. Únicamente quiso hacer una tontería, pero yo lo controlo.

El guardaespaldas frunció el ceño. No le gustaba recibir órdenes de una mujer, aunque el propio Lenin la hubiera elegido responsable de la seguridad. El camarada estaba demasiado influenciado por su esposa, pensaba el escolta. Después soltaron al hombre y entraron de nuevo en el local.

—Será mejor que no te vuelva a ver. La próxima vez no intervendré para salvarte el pellejo —dijo Masha.

Oleg la miró en mitad de la oscuridad del callejón. Su rostro pálido brillaba y sus labios rojos no dejaban de moverse al ritmo de sus palabras.

—Vuelve a Rusia, aquí no tienes nada que hacer —dijo Masha, pero Oleg ya no la oía.

El hombre la tomó entre sus brazos y la besó. La mujer se puso rígida e intentó separarse, pero él la aferró con más fuerza; al final cedió y continuaron besándose durante un rato.

Cuando se separaron, los ojos de Masha brillaron en la noche. Todas sus resistencias habían caído, había intentado crear una barrera protectora, pero los sentimientos seguían esperándola, acechando en algún lugar apartado del alma.