Capítulo 33

Zúrich, Suiza, 9 de febrero de 1917

La casa estaba iluminada en mitad del campo. Su aspecto era el mismo que unos días antes, pero la nieve apenas cubría en parte las cunetas del camino de grava. Hércules y Lincoln buscaron una ventana en la parte trasera y la forzaron. Entraron sigilosamente y se dirigieron al salón principal. No se veía a nadie. Después buscaron las escaleras del sótano y se dirigieron hasta allí. Apenas habían descendido un par de peldaños, cuando escucharon unas voces. Hércules se agachó y al final de las escaleras contempló la gran sala ceremonial. Al fondo había dos hombres. Uno era el propio doctor Jung y el otro les resultó del todo desconocido.

Se aproximaron un poco más y Hércules apuntó su arma hacia ellos.

—Doctor Jung, me temo que tiene algo que no le pertenece.

El doctor se giró lentamente. No parecía sorprendido ni asustado.

—Imaginaba que descubrirían la caja de seguridad, era cuestión de tiempo, pero no creía que osaran entrar en mi casa después de haberse ido sin decir nada. Abusaron de mi hospitalidad —dijo el doctor Jung.

Lincoln lo miró indignado.

—¿Llama hospitalidad a secuestrarme durante dos días? —preguntó el norteamericano.

—No me quedó otro remedio. Necesitaba conseguir lo que había en la caja de seguridad —se disculpó Jung.

—¿Qué es eso tan importante? —preguntó Hércules.

—¿No lo saben?

El doctor sonrió y tomó un puro de la mesa. Después lo encendió y dio una profunda bocanada.

—¿Quieren uno? —preguntó levantando la caja de los puros.

Hércules tomó uno y lo encendió. Era un gran aficionado a los puros, sobre todo después de pasar buena parte de su carrera en la Armada española en Cuba.

—En la caja de seguridad debía haber un libro —comentó por fin el doctor Jung.

—¿Debía? —preguntó Hércules.

—No he encontrado nada. Bueno, a excepción de una nota, esta vez en francés.

El doctor extendió la nota y Lincoln la tradujo:

—«Los muros de este edificio eran de hierro. Treinta y seis pilares del mismo metal lo sostenían. El interior era del mismo material incrustado de brillante acero. Los cimientos de la torre estaban construidos de tal manera que doblaban en altura a la parte que estaba bajo tierra. Apenas había el pájaro entrado en este recinto cuando un frío glacial pareció apoderarse de él. Hizo vanos esfuerzos para mover sus alas estremecidas, se agitó aún, tratando de huir, pero tan débilmente que le di alcance con la mayor facilidad.»

—No entiendo nada —dijo Hércules.

—Forma parte de un libro escrito por el conde de Saint Germain —dijo el doctor Jung.

—¿Quién? —preguntó Lincoln.

—Saint Germain era un maestro ocultista del siglo XVIII —explicó el doctor Jung.

—¿Por qué describe un edificio? —preguntó Hércules.

—Es un símbolo, en la ciudad en la que se encuentra este edificio es donde está el libro que busco. No estaba aquí —dijo Jung.

—¿Cuál es ese maldito libro? —preguntó Hércules.

El doctor lo observó un rato sin contestar. Él mismo se había hecho muchas veces esa pregunta, pero no podía dar una respuesta definitiva.

—El testamento del Diablo. Es el libro que el zar está buscando, el libro que vino a buscar el hermano Juan —dijo Jung.

—¿El testamento del Diablo? Ya le dije que todo esto tenía que ver con brujerías —comentó Lincoln.

Hércules hizo un gesto de desaprobación. Él no creía en ese tipo de cosas. Después se dirigió de nuevo al doctor Jung y le preguntó:

—¿Qué es El testamento del Diablo?

—Un libro que habla de la mayor conspiración jamás urdida contra la humanidad. Si desvelamos su secreto, libraremos al mundo del dominio de los hijos del propio Diablo —explicó Jung.

—¿Cómo puede un hombre de ciencia como usted creer en semejante patraña? Si me interesa el libro es porque parece estar relacionado con la muerte de los monjes en el monasterio del hermano Juan, pero todo esto es ridículo —dijo Hércules.

—No es ridículo. El poder de ese libro es inmenso. En 1905 provocó la muerte de miles de personas en Bielorrusia. Desde entonces se destruyeron todas sus copias y ha permanecido oculto hasta ahora. El zar lo usó en su momento y cree que ahora debe volver a usarlo para detener a los comunistas, pero el libro debe utilizarse a gran escala, no para satisfacer los intereses del zar. Por eso es mejor que lo consiga yo —dijo Jung.

—Pero, si el libro no está aquí, ¿dónde está y quién lo tiene? —preguntó Lincoln.

—La pista apunta a una ciudad con una torre de hierro —dijo Jung.

—Es demasiado simple, la ciudad es París y la torre, la torre Eiffel, pero Francia está en guerra y París es demasiado grande para buscar un libro —dijo Hércules.

—Puede que la pista esté en la misma torre —dijo Lincoln.

—Muchos han hablado de que el libro se escribió en Francia. Después lo difundió un tal Yuliana Glinka, un miembro de la Ojrana, la policía secreta rusa —dijo Jung.

Hércules se quedó pensativo. Si el libro estaba en París, deberían ir a por él.

—Bueno, caballeros, creo que nuestra charla ha terminado —dijo Hércules apagando el puro en el cenicero.

Los dos hombres abandonaron la sala sin dar la espalda y corrieron hasta escapar por la parte trasera de la casa. Unos minutos más tarde estaban lo suficientemente lejos como para retomar la conversación.

—¿Iremos a París? —preguntó Lincoln.

—Creo que es lo mejor, pero estoy seguro de que Jung también intentará hacerse con el libro. ¿Cuánto tardaremos en llegar a la ciudad?

Lincoln hizo un cálculo mental y después dijo:

—Unos quinientos kilómetros…

—Podemos estar de vuelta en tres días —dijo Hércules.

—¿Cómo encontraremos a Yuliana Glinka? —preguntó Lincoln.

—No estoy seguro, pero puede que la pista esté en la torre y no haga falta llegar hasta el espía ruso.

—Eso retrasará nuestro viaje a Rusia —dijo Lincoln.

—Únicamente es un rodeo. A veces hay que hacerlos para llegar a alguna parte.