Zúrich, Suiza, 9 de febrero de 1917
—¿De verdad deseas ir a cenar? —preguntó Lenin de nuevo a su esposa.
—Dentro de unos días volveremos a Rusia, no sabemos lo que nos espera y, desde que estamos en Suiza, apenas hemos salido de estas cuatro paredes.
Lenin comprendía el sacrificio que suponía para su esposa seguirle por todo el mundo sin pedir nada a cambio. Los alemanes vendrían al día siguiente para darles una fecha definitiva de salida; en Rusia el zar no lograba colocar a sus candidatos en el Gobierno provisional. Una noche de diversión no le iba a hacer daño a nadie, pensó mientras su esposa seguía hablando.
—Está bien, pero iremos al restaurante de la calle de al lado. Es peligroso que nos alejemos de aquí en plena noche —dijo Lenin.
Su mujer se acercó y le dio un beso en la frente. Después subió hasta la planta de arriba para elegir un vestido.
Lenin estaba preocupado. La desesperación del zar podía tener consecuencias nefastas. Ya lo había visto actuar en ese tipo de situaciones y podía actuar de una manera despiadada. El aparato del partido debía estar preparado para un retroceso en la situación. Nicolás II todavía tenía muchos adeptos en Rusia.
Se acercó a la ventana. Lo cierto era que aquella era una noche agradable, algunas nubes cubrían el cielo y protegían las calles de la helada nocturna. Su mujer bajó refinadamente arreglada. Estaba preciosa. Aún conservaba toda su belleza juvenil y la elegancia de su estirpe, no podía ocultar que procedía de una familia noble.
—Pues será mejor que nos demos prisa —dijo Lenin.
Se pusieron sus abrigos y, escoltados por tres hombres, salieron a la calle. Todavía se veía mucha gente por la calle. En Suiza estos pequeños respiros meteorológicos no solían durar mucho.
Atravesaron la calle y entraron en el restaurante francés de la esquina. El salón estaba lleno, pero el maître enseguida les buscó una mesa discreta al fondo.
Oleg y Kusma los siguieron hasta la puerta y después entraron en el restaurante. Aquella noche era perfecta para terminar su trabajo, pensó Oleg mientras observaba de lejos a Lenin. Aunque lo que estaba a punto de ver le dejó aún más impresionado.