Zúrich, Suiza, 9 de febrero de 1917
Esperar frente a un banco podía ser un trabajo tedioso, sobre todo si desconocías a quien vigilabas. Hércules y Alicia miraban a todos los sospechosos, pero en Suiza la mayoría de los clientes lo parecían; jeques árabes, millonarios norteamericanos, judíos ortodoxos y príncipes austríacos paseaban por la amplia sala del banco con aire misterioso, intentando ocultar el dinero que llevaban entre la ropa.
—No creo que esto sirva para nada. Puede que ya hayan sacado lo que hay dentro de la caja de seguridad —dijo Alicia.
—Lo dudo, llevamos desde ayer aquí —replicó Hércules.
—Puede que haya otra puerta, una para clientes preferentes —dijo Alicia.
—Ya he comprobado todas las entradas, los clientes solo pueden hacerlo por la principal —dijo Hércules señalando la puerta.
Hércules volvió a abrir el gigantesco periódico y comenzó a leerlo de nuevo. Alicia se mordía las uñas. Lincoln llevaba cuarenta y ocho horas desaparecido. Eso le comenzaba a atormentar.
Tres hombres entraron en la amplia sala. Uno de ellos era un viejo conocido de Hércules, el doctor Jung. Los tres hombres se dirigieron a la mesa del secretario del director y comenzaron a hablar con él.
Alicia dio un codazo a su amigo.
—El doctor —dijo la mujer en un susurro.
Hércules no se inmutó. No era nada anormal que Jung fuera a un banco en su propia ciudad. Podría tratarse de un tipo extraño, pero nada más.
Alicia comenzó a pensar de nuevo en su prometido. Si todo esto salía bien, prometía casarse allí mismo, delante del embajador de España, y convertirse en la señora Lincoln. Sintió cómo se le hacía un nudo en la garganta. Esperaba volver a verlo y estrecharlo de nuevo entre sus brazos.