Zúrich, Suiza, 8 de febrero de 1917
Después de desayunar, Alicia y Hércules se acercaron a la comisaría. No había ni rastro de su amigo. Aquel día se había levantado especialmente soleado y la nieve se había derretido en las calles. La gente paseaba y el mundo tenía una extraña armonía que no invitaba a imaginar el drama que había al otro lado de los Alpes. Aquella magnífica tierra siempre había estado aislada del resto del mundo. Los suizos habían vivido del pastoreo y la guerra toda su vida. Mitad mercenarios y mitad tranquilos campesinos de montaña, ahora se habían convertido en el banco del mundo. Todos querían meter sus fortunas en las opacas cuentas suizas. En ellas descansaban el dinero de los grandes magnates junto a los ahorros de los comunistas, las riquezas extraídas de África y los diezmos de la iglesia católica.
—Iremos a ver a Lenin —dijo Hércules—.Al menos él nos dejará ese libro de profecías y podrá leer lo que pone en esta nota.
Caminaron hasta la sencilla mansión en la que se alojaba el líder ruso. Los cachearon a la entrada y después los llevaron hasta un salón. Allí había una mujer morena, estaba leyendo despreocupada cuando entraron en la sala.
—Ustedes deben de ser las personas que charlaron ayer con mi esposo. Soy la señora Lenin —dijo la mujer presentándose.
—Mi nombre es Hércules Guzmán Fox y esta es mi ahijada, Alicia Mantorella.
—Encantada —dijo Alicia.
—Siéntense. ¿Desean tomar algo? —preguntó la mujer.
—No, acabamos de desayunar.
—Vladímir bajará en un momento. Se acuesta muy tarde y por eso procuro que no madrugue —dijo la mujer.
Se escucharon unos pasos en la planta de arriba y después alguien que descendía por la escalera. A los pocos segundos tenían enfrente de nuevo a Lenin.
—¿Han venido a por el libro? —preguntó este, dándose un pequeño golpe en la frente.
El hombre se dirigió a una de las estanterías de la pared y tomó un libro pequeño. Después se lo acercó a Hércules.
—Muchas gracias.
—Pueden quedárselo. Yo ya lo he leído. No pasa de ser un libro morboso, aunque lo más increíble es que lo escribiera ese monje salvaje e ignorante de Rasputín —dijo Lenin.
Hércules abrió el libro.
—No se preocupen, está en francés —dijo Lenin.
—Mi ruso es muy pobre —bromeó Hércules—, de hecho, queríamos que nos leyera una nota que descubrimos ayer en nuestra casa. No sabemos de qué se trata.
Hércules le tendió el papel y el hombre lo tomó, después rebuscó en el bolsillo y sacó unas lentes pequeñas de lectura.
—Tiene membrete de la casa del zar —dijo Lenin intrigado.
—Eso nos pareció a nosotros —dijo Alicia.
—Dice una frase en clave, creo: «Bot КНИra, КОТрая будет поражение трех царе и их ухсло 3612244896» —dijo Lenin.
—¿Qué quiere decir? —preguntó Alicia.
—«Aquí se encuentra el libro que derrotará a los tres zares y su número 3612244896» —tradujo Lenin.
Todos se miraron intrigados. La profecía de Rasputín era una pista para llevarlos a algo.
—El número parece pertenecer a una caja de seguridad suiza, las cuentas aquí tienen seis números. Pero imagino que únicamente podrá acceder a ella su titular —dijo Lenin.
—Puede que el monje sea el titular de la caja de seguridad —les comentó Alicia.
—Entonces también vino para llevar algo a Rusia —dijo Hércules.
—Alguien de la casa del zar le facilitó los datos —dijo Alicia.
Lenin se quedó unos instantes en silencio y después le pidió el libro a Hércules.
—Miren esta parte de las profecías:
«… Cuando la mujer esté próxima al parto, se estabilizará en la tierra el séptimo imperio. Y será el imperio del mal. El zar negro reinará sobre la cabeza; el zar blanco reinará sobre el ombligo; y el zar rojo reinará sobre los pies. Y los pies serán los primeros en ser corroídos por la lepra. Cuando caiga la cabeza, se oirá un lamento en todo el mundo. Y sangre caerá sobre la piedra santa… Los tiempos de la caída del imperio se iniciarán con el asesinato del padre, que tendrá lugar en el plenilunio del verano. Cuando los ladrones abandonen la baya de oro para huir a la gruta, será el tiempo en que el último imperio estará próximo al fin. Y el fin llegará entre un remolino de sangre.»
—¿Quiénes son los tres zares? —preguntó Alicia.
—No lo sé. Las profecías de este monje borracho son un galimatías —dijo Lenin.
—¿Sabe en qué banco guarda su fortuna la familia del zar? —preguntó Alicia.
—En el SBS, Sociedad de Bancos Suizos —dijo Lenin—. Le pedirán una llave, además del número tiene que tener la llave de la caja.
Alicia miró a Hércules y después dijo:
—Los que habían secuestrado a Lincoln querían el contenido de la caja. De alguna manera poseían el número, pero les faltaba la llave.
—El crucifijo del monje. ¿No se dio cuenta? Parecía una llave —recordó Hércules.