Kiev, Ucrania, 7 de febrero de 1917
Kiev era más bonita de lo que había imaginado. Los rusos tendían a pensar que únicamente Moscú y San Petersburgo eran las ciudades más bellas del imperio, pero la hermosura de las calles céntricas de la capital de Ucrania lo fascinó. La llegada a la capital de Ucrania había transcurrido sin incidentes. El resto del camino podía ser más peligroso. El sur de la región se había aliado a los austrohúngaros y los rusos habían respondido arrasando aldeas y persiguiendo a la población. Los austríacos habían hecho otro tanto y habían retenido en campos de concentración a miles de ucranianos que estaban a favor de Rusia. Afortunadamente, Kusma era ucraniano y les facilitaría el paso a Austria y desde allí a Suiza.
Oleg se encontraba angustiado. Todo aquel tiempo libre lo estaba matando. Sus jefes del servicio secreto se lo habían advertido, la conciencia era el peor enemigo de un agente secreto. Atacaba cuando menos te lo esperabas e intentaba que perdieras la motivación y en algunos casos incluso conseguía que te rondara hasta la idea del suicidio.
Kusma lo llevó hasta un viejo amigo, Luri Voitsejovskiy, una especie de mafioso que les facilitaría un vehículo para que atravesaran las montañas hasta Austria. Antes cruzarían Eslovaquia, el sur de Austria y después Suiza, su objetivo.
—Amigo y hermano —dijo Kusma, mientras abrazaba a Luri—. Este es Oleg, mi jefe.
—Que Dios te guarde —dijo el Ucraniano tendiéndole la mano.
—¿Cuánto tardaremos en llegar a Suiza? —preguntó Kusma.
—Depende de cómo esté el camino y de la gasolina que podáis conseguir. En condiciones normales, cuatro días, hay unos 1600 kilómetros, pero si no paráis de día ni de noche, puede que dos —dijo Luri.
—¿Cuánta gasolina llevamos? —preguntó Oleg.
—Para unos 1400 kilómetros, el resto tendrán que conseguirla por su cuenta. Intenten evitar las ciudades grandes y la parte norte de Eslovaquia y Austria —dijo Luri.
—Gracias, hermano —dijo Kusma, abrazando al ucraniano.
—Que Dios os guarde en el camino —comentó Luri.
Kusma se puso a los mandos del coche. Era descapotable, lo que dificultaba aún más el viaje. Muchas de las zonas que atravesarían iban a estar a bajo cero y la nieve cubría la mayor parte del camino.
—Espera —dijo Luri. Tiró de la capota y cubrió el coche parcialmente. La lona negra tenía algunos pequeños agujeros negros, pero al menos los preservaría del frío y la lluvia.
Salieron de Kiev a toda velocidad. No había tiempo que perder, no sabía hasta cuándo iba a permanecer su objetivo en Zúrich.