Zúrich, Suiza, 6 de febrero de 1917
No era sencillo orientarse en la oscuridad. No habían regresado al camino por precaución, pero los caballos comenzaban a fatigarse, sus patas se hundían en la nieve y el trineo perdía velocidad.
—Hay que regresar al camino —dijo Alicia.
—Es por allí —dijo Hércules. Los marineros como él tenían la habilidad de guiarse en plena la noche.
Alicia corrigió el rumbo y en un par de minutos estaban sobre la carretera. Allí el trineo se movía a mayor velocidad. Mientras los cuatro comenzaban a calmarse, el vehículo a motor acortaba distancias. Un par de minutos después, ya podían escuchar su sonido a lo lejos.
—Es un automóvil —dijo Lincoln.
—Nos han seguido —sentenció Alicia.
Los dos faros brillaron en la noche y el vehículo apareció a sus espaldas. Dos hombres estaban asomados a las ventanas y apuntaban al trineo.
—Intenta moverte en zigzag. Ellos no pueden hacerlo con esos neumáticos —dijo Hércules.
Alicia comenzó a zarandear el trineo al tiempo que sus perseguidores abrían fuego. El vehículo tomó velocidad y se situó a apenas veinte metros.
—Estamos a tiro —comentó Hércules sacando la pistola.
Los faros iluminaban el trineo, pero deslumbraban a sus ocupantes. Era muy difícil disparar hacia la luz. Hércules apuntó lo mejor que pudo y logró reventar uno de los faros. El vehículo se quedó tuerto y medio trineo volvió a oscurecerse.
Los perseguidores continuaron disparando. Sus balas alcanzaron el trineo, y el sonido de las astillas de madera y los disparos ensordecieron a sus ocupantes.
Lincoln pasó a la parte trasera y comenzó a disparar. El otro faro explotó y la oscuridad cubrió de nuevo la carretera. Apenas habían saboreado la victoria cuando entraron en las iluminadas calles de Zúrich.
La cantidad de detonaciones aumentó notablemente y los cuatro ocupantes tuvieron que viajar agachados para escapar de las balas.
Hércules se levantó y disparó a uno de los ocupantes, lo alcanzó y este quedó medio colgando de la ventanilla trasera. Entonces una bala alcanzó al monje, quien se derrumbó sobre el suelo del trineo.
—¡Le han dado! —gritó Lincoln.
El español apuntó de nuevo y logró reventar una de las ruedas del vehículo. El conductor perdió el control y se estrelló contra uno de los edificios de la calle. El trineo desapareció a toda velocidad calle arriba. Por ahora estaban a salvo, pero debían partir hacia Rusia lo antes posible.