Zúrich, Suiza, 6 de febrero de 1917
Se despertó sobresaltado. Por unos momentos no sabía dónde se encontraba. Miró a su lado y vio a su esposa. Se recostó de nuevo y sintió cómo el sudor recorría su frente despejada. Llevaba semanas con aquellas pesadillas. Siempre empezaban de la misma manera. Un ejército de cadáveres se levantaba del suelo y comenzaba a luchar contra los soldados del zar. Al principio se sentía feliz, pero poco a poco, aquel ejército esquelético que había destruido a sus enemigos, se levantaba contra los suyos y también los exterminaba. Siempre se despertaba poco antes de que uno de aquellos muertos intentara atraparlo.
Lenin se levantó de la cama y se acercó a la ventana. Ya no nevaba, pero la calle estaba completamente blanca bajo la luz de las farolas. No se veía a ningún transeúnte, pero algo lo inquietaba.
Se sentó en el sillón y comenzó a leer a la luz de una vela. Intentó centrarse en el libro que tenía entre manos. Era una de las obras de Nietzsche, El Anticristo.