Zúrich, Suiza, 5 de febrero de 1917
Cuando el reloj dio la medianoche, el doctor Jung se puso su túnica ritual e invocó a sus espíritus guía. Sintió cómo los muertos acudían a su llamada y una voz que le decía: «¡Enséñanos algo sobre el hombre!».
Entonces Jung levantó los brazos y comenzó a decir:
—«El hombre es una puerta de entrada al mundo interior, desde el mundo exterior, de los dioses, demonios y almas; del mundo mayor al mundo menor. Pequeño y transitorio es el hombre. Es el único dios de este único hombre. Este es su mundo, su pléroma, su divinidad. Este es el único dios guía. A este único dios rezará el hombre. Cuando el mundo está helado, arde la Estrella. Nada separa al hombre de su único dios mientras el hombre puede apartar la vista del ígneo espectáculo de Abraxas».
El medio centenar de personas que seguía el ritual en el gran salón del sótano recibió sus palabras con alegría. Después Jung hizo un gesto y todos se sentaron en el suelo con las piernas cruzadas.
—Hace un año tuve la revelación. He conversado con mi ánima y ha llegado el momento en el que toda la furia se desate. Todo comenzará en Rusia, pero se extenderá a toda Europa y al mundo entero. Es el tiempo de que lo sagrado sea destruido y de que Abraxas recupere el centro de la tierra.
Los adeptos apenas parpadeaban. Entre ellos estaba la flor y nata de la sociedad de Zúrich. Abogados, pastores protestantes, psicólogos, médicos y profesores se reunían todas las semanas para escuchar las profecías de su maestro.
—Hemos regresado de Jerusalén, donde no hemos encontrado lo que buscábamos. Durante siglos, los seguidores del judío nos han engañado. Nadie los eligió, ellos mismos se proclamaron el Pueblo Elegido. Ahora debemos descubrir cuál es el verdadero elegido, el hombre-dios que nos llevará a la luz, antes de la gran batalla —dijo Jung alzando la voz. Su cuerpo comenzó a temblar y todos lo imitaron, como si solo tuvieran una mente.