Zúrich, Suiza, 5 de febrero de 1917
Como había pronosticado el doctor Jung, la tormenta no les permitió regresar a casa. Por la tarde el doctor había evaluado el estado físico del monje, pero no había encontrado anomalías evidentes. Antes de tomar el té ya tenía preparado su informe.
—Como imaginaba, este hombre no padece ninguna enfermedad mental. Una de las posibilidades era la esquizofrenia, muchas personas crean en su mente una realidad paralela y se inventan situaciones y personas en su mente. En cambio, el paciente parece comportarse racionalmente y sus episodios de videncia son puntuales —comentó el doctor.
—¿No está loco? —preguntó Lincoln.
—No —sentenció el doctor Jung.
—Entonces, ¿qué nos dice de sus visiones? —preguntó Hércules.
—Sin duda, se trata de premoniciones. He discutido mucho sobre este punto con el doctor Freud. El no cree en las premoniciones, pero yo tuve una visión en 1913 que me hizo abrir los ojos a esta realidad —comentó Jung.
—¿Tuvo una visión? —preguntó Alicia.
Lincoln miró de reojo al doctor, todo aquello lo inquietaba. Desconfiaba de los brujos y sus visiones. Él creía que lo que no venía de Dios, venía indiscutiblemente del Diablo.
—En 1913, unos pocos meses antes de que estallara la guerra, tuve una visión en la que toda Europa sufría una terrible inundación que la devastaba por completo. Fue una experiencia terrible. Miles de personas muriendo y ciudades enteras arrasadas. Cuando le conté esta visión al doctor Freud, él no creyó que tuviera una base real, que simplemente era una proyección de mis propios temores, pero al poco tiempo estalló la guerra y mi pesadilla se convirtió en realidad —dijo el doctor Jung.
—Pero ¿qué tiene que ver una inundación con una guerra? —preguntó Hércules.
—Las visiones suelen tener un carácter simbólico —comentó Jung.
—¿Quién le envió el mensaje? —preguntó Alicia.
Jung se quedó pensativo, seguramente él mismo se había hecho esa pregunta muchas veces.
—Lo cierto es que yo no creo que sea Dios, más bien pienso que los seres humanos poseemos algunas habilidades que hemos perdido con el tiempo. Los avances científicos han limitado nuestra capacidad subconsciente. De alguna manera, en la visión entramos en contacto con el inconsciente colectivo —dijo Jung.
—No entiendo nada —admitió Lincoln.
Mientras la oscuridad comenzaba a inundar la sala y el mayordomo encendía las luces, las palabras de Jung parecían más misteriosas e inquietantes. El monje se mantenía en silencio, mientras que los tres amigos sentían que aquel misterio tenía algunas aristas y peligros a los que nunca se habían enfrentado.
—Cuando entramos en contacto con ese inconsciente colectivo es como si millones de mentes estuvieran conectadas. Todas esas mentes se ponen en marcha y son capaces de preconizar cosas que serían imposibles para un solo individuo —explicó Jung.
Hércules miró con escepticismo al profesor. Sin duda, todo aquello se salía de la esfera de lo razonable y se introducía en la de lo inverosímil. En aquellos últimos años había visto cosas increíbles, pero creía que todas tenían una explicación lógica, aunque a veces no lograra encontrarla.
—Nos está diciendo que hay un poder en la unión trascendente de todas las mentes, capaz de ver el futuro —dijo Hércules.
—Exacto —afirmó Jung.
—¿Podrían todas esas mentes, además de descubrir el futuro, propiciar un cambio? —preguntó Alicia.
—¿Un cambio? —preguntó Lincoln.
—Sí, conseguir destruir un gobierno, transformar una sociedad…
—Sin duda. La mayor fuerza que existe en el universo forma parte de ese inconsciente colectivo; si alguien fuera capaz de manejarlo, podría dominar a la humanidad y cambiar el mundo —dijo el doctor Jung.
Sus palabras retumbaron en la mente de todos. Aquello parecía el sueño irracional de un estudioso loco, pero no querían imaginar cuáles serían las consecuencias de la manipulación de un poder tan grande, capaz de cambiar la mente de millones de personas a la vez.