Zúrich, Suiza, 5 de febrero de 1917
El doctor salió al pasillo y el mayordomo le informó de que la tormenta había abierto las ventanas de la biblioteca. Al parecer, el tiempo se había agravado en las últimas horas. Los visitantes debían quedarse allí, al menos por el momento.
Cuando Jung regresó al salón, el hombre estaba en el suelo en medio de espasmódicas sacudidas. El único que no parecía asustado ante la inesperada reacción del monje era el doctor. Alicia, Hércules y Lincoln miraban asombrados al monje, que se había derrumbado en el suelo. Cuando comenzó a calmarse, Hércules y Lincoln lo devolvieron al sillón. Estaba sudando y tiritaba.
—Ha sido un episodio de trance —dijo Jung, mientras le examinaba los ojos—, parece que vuelve en sí.
Alicia tomó un pañuelo y secó la frente del monje, este la miró aterrorizado e intentó apartarse.
—¿Qué ve? —preguntó el doctor Jung, pero el hombre no podía hablar.
—Es mudo, creo que ya se lo habíamos dicho. Alcáncele el papel —dijo Hércules señalando un cuaderno y una pluma.
El doctor le dio el papel y el hombre comenzó a escribir a toda prisa, sin apenas mirar lo que hacía.
—Escritura automática —dijo el doctor Jung.
—¿Qué es eso? —preguntó Alicia.
—Un método que utilizan algunos médiums para comunicarse con el más allá.
—Brujería. Este hombre está endemoniado —comentó Lincoln—, deberíamos acudir a un exorcista.
Nadie pareció hacerle caso, todos miraron la hoja y lo que vieron los dejó aún más asombrados.
«… Dos príncipes sanguinarios tomarán posesión de la Tierra: Wiug vendrá de Oriente y volverá esclavo al hombre con la pobreza; Graiug vendrá de Occidente y volverá esclavo al hombre con la riqueza. Los príncipes se disputarán la tierra y el cielo, y el terreno de la gran batalla será la tierra de los cuatro demonios. Los dos príncipes serán vencedores y los dos príncipes serán vencidos. Pero Graiug entrará en casa de Wiug y sembrará sus antiguas palabras, que crecerán y devastarán la tierra. Así terminará el imperio de Wiug… Pero llegará el día en que también el imperio de Graiug será destruido, porque las dos leyes de vida eran erróneas y ambas producían la muerte. Tampoco sus cenizas se podrán utilizar para cultivar el terreno sobre el cual crecerá la nueva planta de la tercera luz».
—¿Entienden algo? —preguntó Jung.
—Parece una profecía —dijo Lincoln—, me recuerda a una cita del Apocalipsis.
Poco a poco el monje volvió en sí. Alicia se volvió a acercar y le preguntó:
—¿Se encuentra mejor?
El hombre intentó escribir,, algo en el cuaderno, pero al ver el mensaje anterior se asustó.
«¿Qué es esto?», escribió.
—Lo ha hecho usted, ¿no lo recuerda?
El monje negó con la cabeza.
—¡Qué extraño! ¿Cómo es posible que no recuerde nada? —les preguntó Alicia.
—En el estado de trance, lo que se pone en funcionamiento es el inconsciente —explicó el doctor Jung.
—¿Qué es el inconsciente? —preguntó Lincoln.
—La parte de nosotros que nos está vedada y que solo se manifiesta en ciertas ocasiones como bajo la hipnosis, en el sueño, o en algunas alteraciones psicológicas —dijo Jung.
—Me parece la idea más descabellada que he escuchado nunca —comentó Lincoln.
—¿Usted nunca ha tenido un sueño premonitorio o un presentimiento? En ese caso, es el inconsciente el que trabaja por el cerebro —dijo Jung.
«Tenemos que ir a Rusia cuanto antes», escribió el monje.
—¿Por qué? —preguntó Hércules.
«Algo terrible está a punto de suceder allí. Únicamente ustedes pueden impedirlo».
Cuando Alicia leyó la última nota, se quedó sorprendida. Aquella historia parecía aún más extraña. ¿Qué tenían ellos que ver con todo aquel misterioso asunto?
—No estamos seguros de poder acompañarlo. Todo esto es muy extraño —dijo Lincoln.
—No podemos dejarlo solo —comentó Alicia.
—Europa está en guerra y para llegar a Rusia tendríamos que atravesar el frente. Es muy peligroso —dijo Lincoln.
—Si les parece bien, pueden tomar la decisión mañana. Será mejor que se queden a comer. Seguramente tendrán que pasar la noche aquí —dijo el doctor Jung.
—No queremos ocasionarle más problemas —dijo Hércules.
—No es molestia. Estoy de vacaciones, no regresaré a mi clínica hasta dentro de un par de días. Soy por completo suyo —bromeó el doctor Jung.
El grupo se dirigió al salón, pero el monje no quiso probar bocado. Lo único que comió fue un trozo de pan y algo de agua. El día iba a ser largo, las tormentas de nieve eran imprevisibles en aquella época del año. Podían durar horas o incluso días. A Alicia no le hacía mucha gracia dormir bajo el mismo techo que aquel misterioso hombre, pero al menos no habían tenido que regresar a casa en medio de aquella tempestad. En el invierno era normal que muchas personas desaparecieran o murieran a causa de las tormentas de nieve.