Monasterio de Optina, Rusia, 24 de diciembre de 1916
A pesar de ser medianoche, el hermano Daniil se afanaba por colorear el fresco de la cúpula. Para eso había sido enviado desde Moscú un año antes. El hermano Daniil era un experto en la restauración de pinturas deterioradas por el paso del tiempo. La pintura de la cúpula de la iglesia del famoso monasterio de Optina era un caso especial. El tiempo no había sido el causante del deterioro del fresco más importante de Rusia, todavía no tenía ni un siglo de historia. Alguien lo había tapado poco antes de la inauguración del recinto, como si su verdadera intención fuera que su maléfico mensaje corroyera el imperio ruso, pero sin que nadie conociera su verdadero contenido.
El hermano Daniil, con un gesto preciso, descubrió la parte central de la cúpula. Allí, bajo la mortecina luz de las velas, se veía la figura de Jesús niño, sentado delante de los maestros de ley. Una escena muy conocida de los evangelios y tan inocente que, si no hubiera sido por lo que vio el hermano Daniil a continuación, apenas habría captado su atención unos segundos.
Los ojos del monje se abrieron sorprendidos cuando detrás de las figuras sentadas descubrió a varios hombres empuñando cuchillos con la intención de matar al propio Mesías.
El hermano Daniil comenzó a limpiar con rapidez el resto del fresco, mientras notaba como el corazón se le aceleraba. Las figuras que ocupaban el primer plano mostraban a un grupo de judíos matando a un bebé; un poco más a la derecha, unos hebreos reunidos en una sala celebraban una ceremonia junto a un crucifijo invertido.
Mientras el monje se afanaba en limpiar la cúpula, la puerta de la iglesia se cerró de repente. El hermano Daniil se volvió e intentó observar desde su mancha de luz la oscura basílica, pero no logró ver nada. Dejó sus instrumentos sobre el paño húmedo y comenzó a bajar despacio por el andamio de madera. A cada paso, los tablones crujían como si estuvieran a punto de partirse. Cuando estuvo a mitad de camino entre el cielo iluminado de la cúpula y el oscuro infierno que le esperaba abajo, notó que un resplandor recorría el suelo y una intensa llama lamía el andamio.
El fuego se extendió por todos lados. La sala quedó iluminada y, en medio de las llamas, el hermano Daniil vio una figura que lo contemplaba. El monje intentó seguir descendiendo, pero las llamas lo obligaron a subir de nuevo a lo más alto de la iglesia. El humo comenzó a ascender y a devorar el oxígeno que se concentraba en la cúpula. Las velas se apagaron y la única luz fue el fuego abrasador que comenzaba a trepar por las vigas de madera, como si tuviera prisa por devorar al monje. El hermano Daniil ascendió hasta lo más alto y se apretó contra los frescos que había descubierto unos minutos antes.
El hombre que observaba la escena desde el fondo de la capilla se tapó la boca con un pañuelo bordado con la inicial H y después intentó mirar por última vez al monje. Apenas había levantado la vista cuando el andamiaje se desmoronó en medio de un estruendo. Varias astillas ardientes rozaron su hábito, pero no llegaron a prenderlo. El desconocido corrió hacia la puerta en un grado de excitación tal, que apenas percibió que su nuca había recibido una astilla candente que le había dejado una marca en su rosada piel.