En primer lugar, a los lectores, por seguir mis libros desde hace años y apasionarse con mis historias.
A Pedro Martín, fiel escudero que comprendió enseguida que aquellos no eran molinos, eran gigantes.
A mi hermana Reyes, que me introdujo en el feliz mundo de los libros.
A los viejos profesores de literatura, que siguen luchando cada día para que más jóvenes lean libros.