El lector intuye que las primeras alfombras que confeccionó el hombre tuvieron como función única la de resguardarse de la humedad del suelo. Eran de paño a medio tejer, resultante de aglutinar borra, lana o pelo. El fieltro resultante era áspero y muy rudimentario, pero resolvía el problema.
Se sabe que existían alfombras de pelo hace treinta mil años, y junto a ellas hubo también esteras de junco o enea sobre las que se extendía la yacija.
Fue en el Oriente Próximo donde la alfombra alcanzó categoría artística, ya en tiempos de Grecia clásica. Los griegos hablan de su belleza. En Babilonia, la tumba del rey persa, Ciro el Grande, estaba toda alfombrada de tal manera que Alejandro Magno, cuando conquistó aquel país, quedó maravillado tras visitar el soberbio lugar. El historiador del siglo IV antes de Cristo, Jenofonte, menciona alfombras gruesas, muy elásticas, con entrehilados de oro. También Calístenes, del mismo siglo, describe ejemplares de alfombras de púrpura y lana con dibujos a los lados, que se desplegaban a modo de hermosos tapices en los banquetes de la corte de Ptolomeo de Egipto. Escribe al respecto: «Bajo cada uno de los doscientos lechos de oro que el rey hizo construir para sus invitados colocó una alfombra de tan rara belleza que nunca antes ni después vieron los tiempos otra igual en riqueza». Pero ya antes, en los tiempos homéricos, hacia el siglo IX anterior a nuestra era, el autor de la Odisea escribe acerca de ciertas colgaduras que en su tiempo se llamaban tapetia.
La alfombra más antigua que conservamos data del siglo V antes de la Era cristiana; fue encontrada en Altay, entre Mongolia y China; tiene 420 nudos por cm cuadrado, y procedía de intercambios comerciales con los persas del Oeste. También se ha hallado alfombras de fieltro en tumbas orientales muy antiguas.
Como hemos dicho, griegos, y luego romanos, conocieron la alfombra, aunque no se aficionaron a ella. Preferían la desnudez del mármol, como elemento decorativo del suelo y de las paredes, cuando no la piedra.
En la Edad Media, fue España el primer país europeo que importó alfombras persas. Al principio, su uso estuvo confinado a los altares y habitaciones privadas de la casa del rey, y de personas muy principales por rango y riqueza. En la España musulmana, las mezquitas estaban ya alfombradas en el siglo IX con ricos ejemplares tardíos de Egipto y Siria. Muchas de estas alfombras eran de pelo de camello y cabra, como urdimbre; sus adornos se limitaban a figuras geométricas y motivos vegetales. La palabra misma tiene etimología árabe; a este respecto escribe el autor del Tesoro de la Lengua Castellana o Española, S. de Covarrubias, en 1611:
… Alhombra es lo mesmo que tapete (…) vale alhombra tanto como «colorada», porque no embargante que está texida de muchas colores, entre todas la que más campea es la colorada…
Cuando en el año 1254 Leonor de Castilla se casó con Eduardo I de Inglaterra, la reina española llevó a la corte inglesa alfombras tejidas en España. Fueron las primeras piezas de valor que arribaron a las Islas Británicas. Pero eran alfombras orientales, ya que las primeras alfombras con nudo español fabricadas en nuestro país datan del siglo XV, y se fabricaron en el pueblecito albaceteño de Alcaraz. Tal precio alcanzaron en su día que muchos comerciantes valencianos y genoveses combatían la inflación del dinero comprando alfombras.
En el siglo XVI empezó a fabricarse en Europa la alfombra de nudo flamenco, y hacia 1620 el francés Pierre Dupont inició en París su industria de alfombras en la vieja fábrica de jabón, donde también verían la luz los famosos tapices de la Savannerie. Todos los países protegían su industria de alfombras, y hacia 1701 Guillermo III de Inglaterra concedía cédulas y privilegios a los fabricantes de este artículo suntuario, así como a los tapiceros de Wilton. Un siglo más tarde, en 1801, J. M. Jacquard perfeccionaba el telar, potenciando la producción de alfombras tanto que cayeron los precios; y a mediados del siglo pasado, con la aplicación de la energía de las máquinas de vapor a los telares, y la consiguiente mecanización de las cadenas productivas, poseer alfombra en casa era ya cosa muy corriente.