LA ESTUFA

En el mundo antiguo, el hogar, palabra que en su origen significó «fuego», era el centro en torno al cual giraba la vida. Sin embargo, ya existió en la Roma clásica un sofisticado sistema de calefacción. El filósofo hispanoromano Séneca, habla de «estufas de aire caliente», en el primer siglo de nuestra Era.

Parece, no obstante, que fueron los chinos los primeros en disfrutar de tan cálido invento, construyendo hornos en los sótanos de las viviendas, donde se calentaba el agua que luego era conducida por medio de cañerías empotradas en las paredes, por donde irradiaba el calor a los recintos. En el fondo, este mismo procedimiento, el hipocausto, sería el utilizado en el mundo romano; aunque las estufas de agua caliente ya eran disfrutadas por las familias patricias, la primera estufa de vapor no aparecería hasta el siglo XVIII, en que el escocés James Watt, su inventor, instaló una en una fábrica. Es cierto que la estufa se conocía desde el siglo XV, pero tendría que llegar el año 1744 para que el polifacético inventor norteamericano, Benjamin Franklin, pusiera en práctica todos sus conocimientos al respecto, entre ellos los utilizados ya en 1624 por el francés Luis Savot, diseñador de un fogón en el que se hacía pasar el aire por un conducto situado por debajo del fuego, a fin de que una vez calentado penetrara en las habitaciones a través de rejillas situadas en las repisas de las chimeneas.

La estufa eléctrica tardaría en aparecer. No lo hizo hasta 1892, en que se patentó el primer radiador de esta naturaleza: un alambre enrollado sobre una placa de hierro colado, protegiéndose la totalidad del conjunto con un esmalte. El alambre conductor de la corriente quedaba ubicado en el centro de una pantalla parabólica que distribuía el calor en haz. No obstante, todo resultaba inútil porque en las casas todavía no existía enlace o conexión con la red: no había enchufes.

Fue a partir de 1906, fecha en que Albert Marsh halló una aleación de níquel y cromo que se ponía al rojo vivo sin fundirse, cuando el calefactor eléctrico comenzó a significar una auténtica solución al problema de los terribles fríos que se pasaban en los inviernos crudísimos del hemisferio Norte. Y en 1912, con los inventos del inglés C.R. Belling, nacería la primera estufa eléctrica portátil de uso doméstico: la arcilla refractaria a cuyo alrededor podía enroscarse un alambre de aleación de níquel y cromo. Con este último paso, la estufa llegaba a su mayoría de edad. Los acontecimientos posteriores, con el gas y otras substancias generadoras de calor, es algo que está en la experiencia personal del amable lector…, por lo que no necesita más historias.