Como la aguja, el alfiler o el botón, también el imperdible es un objeto prehistórico que heredaron todas las civilizaciones posteriores, siendo la muestra más antigua conservada, de este práctico y útil invento, una especie de seguro hecho de oro doblado, utilizado hace más de dos mil setecientos años por el pueblo etrusco para prender su ropa. Era una especie de broche que hacía imposible que el manto o la túnica se abriera y dejara al individuo en la evidencia de su desnudez. Pero antes que el pueblo etrusco, el cretense había conocido un imperdible muy similar al de nuestro tiempo, que utilizaban para fijar la ropa drapeada. También Grecia lo empleó, todavía muy rudimentario: un alfiler doblado, cuya punta encajaba en una ranura o gancho que impedía que resbalara y se saliera.
Pero el reinventor de este curioso y genial artilugio tiene nombre: el norteamericano Walter Hunt, quien tuvo su ingeniosa idea una tarde en la que, no teniendo nada mejor que hacer, se entretenía dando vueltas a un trozo de alambre, al que hacía adoptar las formas más diversas. Sin quererlo…, inventó el imperdible. La naturaleza del invento de Hunt fue la torsión circular dada al alfiler en su punto de curvatura, lo que servía de resorte de espiral. El mismo inventor explicaría más tarde que aquel hallazgo no le ocupó más de tres horas, un día de 1840. Con él saldó una deuda que tenía con un delineante amigo suyo, quien le perdonó los quince dólares que Hunt le debía… a cambio de aquel invento; es más, le ofreció cuatrocientos dólares por la patente, con lo que el dibujante J.R. Chaplin hizo el negocio de su vida.
Ciertamente, Hunt había inventado un objeto que ya existía. Su mérito estaba en haberlo perfeccionado. De hecho, lo que él había conseguido era esconder la punta, resguardándola, evitando así que pudiera dañar al tejido. El alfiler del año 1000 antes de Cristo ya era un imperdible, pero desde aquel lejano tiempo la punta había quedado expuesta. Tanto el alfiler antiguo como el invento de Walter Hunt eran alfileres en U. Sin embargo, el pequeño cambio introducido por el norteamericano era de tal trascendencia que revolucionó por completo el futuro de aquel artilugio. Fue entonces cuando empezó a hablarse de «alfiler imperdible». Su éxito fue rápido, hasta el punto de que el imperdible tomó parte capital a la hora de cambiar ciertas soluciones nuevas a viejos problemas del cosido. Fue conquistando posiciones que a menudo lo alejaban de su finalidad inicial, hasta convertirlo en mero elemento decorativo: los imperdibles grandes, de oro y plata, recamados de pedrería, que servían a principios de nuestro siglo como broches. Más tarde, en tiempos que todos podemos recordar, enormes alfileres de alambre se instalaron en la parte inferior de las faldas escocesas, dando lugar a un falso pliegue que la elevaba algunos centímetros, haciendo esperar al observador de aquella beatífica visión que la escalada continuaría…, y dejaría ver por fin la esplendidez de la pieza entera. Era la moda del safetypin, que hizo furor en Inglaterra en la década de los 1960. De hecho, como dijo un comentarista de la moda del momento, «nunca algo tan útil había estado al servicio de un fin tan estúpido».
Pero la Historia, y la moda, que no es sino la constatación del paso y el relevo de los gustos del hombre…, son así.