LAS TIJERAS

A diferencia de las tijeras actuales, las tijeras antiguas eran de una sola pieza. Las cuchillas cortantes y flexibles eran parte de la misma hoja curva. Carecían de orejas o agujeros donde introducir los dedos, ejerciéndose la presión para cortar de forma lateral.

Se trata de un utensilio muy antiguo, que ya conoció el hombre de la Edad del Bronce. Parece que de aquella edad datan unas tijeras de muelle en forma de C, utilizadas para cortar pieles, y también para acortar el cabello.

Los ejemplares griegos y romanos que han llegado hasta nosotros muestran gran variedad de empleos: corte del pelo, esquilado de animales, poda de árboles, corte de tejidos. La mayoría de aquellas tijeras eran de bronce o de hierro. De este último material eran unas tijeras pequeñas, halladas en la ciudad de Elche, en el reino de Valencia, así como diversos ejemplares encontrados en el reino de León, que se conservan en el Museo Arqueológico Nacional.

Las tijeras conocieron también un uso suntuario, así como en el tocador de las mujeres romanas, como muestra un fresco pompeyano del siglo I, donde se muestra a unos amorcillos cortando ramos de flores con unas pequeñas tijeras de hierro; y entre objetos de ajuar funerario hallados en tumbas griegas y romanas, las tijeras aparecen con cierta frecuencia.

La forma de las tijeras antiguas pervivió en la Edad Media, hasta el siglo XIV, en que se inventaron las tijeras tal y como las conocemos en nuestro tiempo, de clavillo entre ambos brazos o cuchillas.

En un inventario del rey francés, Carlos V el Sabio, de 1380, se habla de unes forcettes de plata y oro con esmaltes, anilladas en los extremos a modo de orejas horadadas. Poco después, en 1418, se habla ya de tijeras de acero. Pero distaban mucho de ser de uso doméstico. Eran más bien pequeños útiles suntuarios, casi pequeñas joyas muy lujosas, con incrustaciones de nácar, cargadas de pedrería, que se guardaban en estuches muy ricos, junto a otros útiles preciosos destinados al tocador de las grandes señoras.

Había sin embargo otra gama de tijeras, las profesionales. Aparecen en escudos de armas gremiales, como los del gremio de pañeros y cortadores. El oficial, o maestro de tijeras, solía llevarlas en un bolsillo lateral.

En los siglos XVI y XVII, se pusieron de moda en Europa las tijeras españolas, llamadas también de clavillo, esto es: de doble hoja pivotante en cruz de San Andrés; eran unas tijeras más bien largas, con las cuchillas damasquinadas, con cabos y ojos bien labrados. Se hacían en Toledo, Albacete, Madrid, Alcázar de San Juan, con la fecha y lugar en que se hicieron, y el nombre del artesano. Sevilla tenía el monopolio de todas las tijeras que se enviaban a América, por lo que se convirtió en un centro fabril importante, a este respecto. A menudo, las inscripciones de las tijeras incluían leyendas tan curiosas como ésta, de un par de tijeras albaceteñas, donde se lee:

«Concordes las cuchillas, lo cortarán todo; pero discordes, se comerán a sí mismas. Torres, artifex. Albacete, 1612».

En el siglo XVIII se generalizó el uso de las tijeras. Empezó a emplearse el acero en su elaboración. La fama de la ciudad inglesa de Sheffield fue grande, y llegó a dictar la moda hasta finales del siglo pasado, en que se simplificaron los estilos y modelos debido a la mecanización en el proceso fabril. Aquellas tijeras eran similares a las que hoy estamos acostumbrados a ver.

Como curiosidad literaria nos gusta reseñar que la palabra aparece escrita en castellano, por primera vez, en el Cantar de Mio Cid, donde se lee:

«Yal creçe la barba e vale allongando;
ca dixera mio Çid de la su boca atanto:
Por amor de rey Alffonso, que de tierra me a echado,
nin entrarié en ella tigera, ni un pelo non avrié tajado».