EL DETERGENTE

Con anterioridad al invento del detergente, las amas de casa tenían que enfrentarse con remedios menos gratos y eficaces. Durante mucho tiempo, la orina fue empleada como tal, ya que uno de sus componentes, el amoniaco, posee efectos detergentes. La palabra, de origen latino, tergere significa «limpiar» en aquella lengua, comenzó a emplearse para abarcar toda una extensa gama de productos que iban a ver la luz entre los años finales del siglo pasado y la primera mitad del XX.

En el siglo XIX, el investigador S.Krafft había descubierto ciertas propiedades jabonosas en substancias no grasas, hallazgo que sirvió al norteamericano Twitchell y al químico belga Reyehler para encontrar el camino que conducía a la meta buscada: un detergente capaz de sustituir al jabón con ventaja. La solución parecía cercana en 1913. Reychler había escrito en su diario, a propósito de sus observaciones y hallazgos: «… los alcalosulfonatos de cadena larga resultan más estables que el mismo jabón en situaciones ácidas…». Pero era un producto de obtención muy cara para ser fabricado industrialmente.

El primer detergente sintético fue inventado en Alemania, en 1916. Aunque permitía que el agua penetrara a través de la fibra, no eliminaba las manchas. El producto había sido hallado durante el bloqueo al que Alemania había estado sometida durante aquella Primera Guerra Mundial. Era un momento en el que por carecerse de materias primas, ante la escasez de las grasas naturales, substancias de las que se elaboraba el jabón, se recurrió al uso de otras materias, siendo su resultado el hallazgo del hekal. Era un producto malo, pero paliaba los estragos que la escasez de jabón hacía en la población. En 1930 se reanudaron las investigaciones. Se buscaba un detergente de calidad. Se consiguió mediante la adición de fosfatos al ya existente, y luego al uso de derivados del petróleo. Claro que el factor decisivo llegó con el invento de los agentes blanqueadores fluorescentes. El producto funcionaba, pero nadie sabía cómo ni por qué. No importaba. En 1945 la publicidad a escala mundial dio a conocer el producto y extendió su uso a escala planetaria.

Ventajas adicionales del detergente estribaban en el hecho de que eliminaba los gérmenes, y podía ser utilizado con agua fría, e incluso dura. De aquella generación de detergentes pioneros, el más antiguo todavía en el mercado parece que es «Lux en escamas», creado por la firma inglesa Unilever, en 1921. Tras él vinieron toda la famosa gama de nombres como «Vim», «Persil», «Omo», «Ski». Y el curioso detergente glotón, «el Ariel», creado en 1968. El primer detergente líquido aún tardaría quince años en aparecer.