Mucho antes de que los pantalones vaqueros fueran inventados, en la ciudad italiana de Génova, llamada Genes por los franceses, se fabricaba un tejido resistente de algodón, parecido a la sarga. Este tejido tosco y fuerte se utilizaba para la confección de ropa destinada a ser usada por marineros y campesinos. De aquel nombre, Genes (la italiana Génova) vendría luego el nombre de jeans, por el que también se conocería, andando el tiempo, a los famosos pantalones vaqueros.
Pero no se puede hablar de los vaqueros sin antes hacerlo de un curioso personaje: Levi Strauss, el sastrecillo judío que llegó a la ciudad californiana de San Francisco en plena fiebre del oro, hacia 1850, contando sólo con diecisiete años. Al principio su negocio era la venta de tela de lona para tiendas de campaña y toldos de carretas. Pero no tardó Strauss en darse cuenta de que los vaqueros y buscadores de oro consumían enormes cantidades de pantalones. Indagó la causa, y observó que se debía a la escasa resistencia que el tejido tradicional ofrecía a la durísima tarea de sus usuarios. Ni corto ni perezoso diseñó y confeccionó pantalones resistentes con una partida de tela de lona sobrante. Eran unos pantalones ásperos, tan rígidos que se quedaban de pie en el suelo. Pero eran sumamente resistentes. Los mineros comenzaron a adquirirlos, y pronto no daba abasto. Se los quitaban de las manos. Strauss, en vista de su inopinado éxito, sustituyó, en 1860, la lona por una tela algo más fina: la sarga de Nîmes, que el inteligente sastrecillo tiñó de azul índigo. A la gente empezó a atraerle aquel color azulón añil, que desteñía, dejando a modo de calveros blancos o rodales en una caprichosa distribución. Para conseguir aquel efecto Levi Strauss no recurría a ningún secreto, se limitaba a dejarlos sumergidos en un abrevadero, tras lo cual los tendía al sol para que encogieran.
Los primeros vaqueros eran duros y resistentes en extremo, pero tenían un defecto: su excesivo peso, debido al cual se abrían las costuras de los bolsillos. El problema no tardó en quedar resuelto. Strauss aprovechó la idea de un colega y correligionario suyo, Jacob Davis: el remache de cobre en las costuras de cada bolsillo y en la base de la bragueta para evitar que se abrieran las costuras de la entrepierna, que eran las más trabajadas por los mineros y los vaqueros. Pero la solución al problema creó un problema nuevo. Como los mineros no utilizaban ropa interior, al ponerse en cuclillas frente al fuego, el calor calentaba los remaches, y con ello la región del cuerpo que cubrían alcanzaba altas temperaturas, llegando a quemar tan sensible zona. Debido a esa circunstancia se abandonó el remache en aquella parte, conservándose en las demás hasta 1935. Aquel año comenzó a utilizarse el vaquero de forma masiva por la población infantil. Los remaches eran una fuente de problemas, ya que su roce con bancos y pupitres estropeaban el mobiliario escolar. Se trató de obviar el problema suprimiendo los remaches del bolsillo trasero, culpable de los desperfectos. Y aquel mismo año el vaquero se convirtió en prenda de moda. La revista Vogue publicó un anuncio en el que dos mujeres de una clase social elevada vestían ajustadísimos vaqueros. Era la llamada «moda chic del Oeste Salvaje».