En España, la costumbre de tostar las rebanadas de pan, es antigua. En el Tesoro de la Lengua Castellana, S. de Covarrubias, a principios del siglo XVII, dice que «tostar es asar sobre ascuas la rebanada de pan para mojarla en vino». Es claro que todavía no se había inventado el tostador.
Pero la costumbre de cocer el pan es muy antigua. Fueron los egipcios, hace cerca de cinco mil años, quienes empezaron a hacerlo. No lo hacían para extender sobre las tostadas una capa de mermelada o de mantequilla, sino con el único propósito de conservar el pan, desprovisto de humedad.
En la Antigüedad hubo un interés grande por el pan tostado. Hace cuatro mil años se ensartaban las rebanadas en un espetón y se colgaban junto al fuego. Esa costumbre se mantuvo de forma invariable hasta el siglo XVIII. El tostador americano, de aquella época no era sino un par de horquillas de mango largo, unidas toscamente, que se movían para poder tostar el pan de manera uniforme. Se diferenciaban poco de los milenarios espetones del Oriente Medio.
En el siglo XIX se utilizaba para tostar el pan unas a modo de jaulitas de hojalata y alambre que colgaban suspendidas sobre la boca de la estufa de carbón, cuyo calor hacía el trabajo de forma aceptable…, aunque no resolvía un problema serio: dar la vuelta a la tostada sin quemarse.
Fue a principios de nuestro siglo cuando aparecieron los primeros tostadores eléctricos. Consistían en unos artilugios de alambre que dejaban la tostada a la vista, sin protección alguna, por lo que a menudo daba sustos en forma de calambres. Carecían de termostato, por lo que era imposible regular el tueste, obligando a estar en cima para evitar que se quemaran las tostadas. Sólo tenían una ventaja sobre el procedimiento anterior, no era preciso encender las estufas para hacer unas tostadas, cosa que se agradecía en verano.
Fue precisamente en el verano de 1919 cuando se pusieron a la venta los primeros tostadores. Apareció entonces la primera publicidad de este producto en el diario americano Saturday Evening Post. El texto decía: «Desayune sin entrar en la cocina. Nuestros tostadores están a punto para prestar servicio las 24 horas del día en cualquier habitación de la casa». La publicidad surtió efecto,y el tostador, o tostadora, se puso de moda, si bien es cierto que más por snobismo que por eficiencia, ya que aquellos armatostes exigían que cada rebanada de pan fuera atentamente vigilada para evitar que se quemara.
La tostadora automática tardaría algo en aparecer. Lo hizo también en los Estados Unidos, en el estado de Minnesota, por un mecánico llamado Charles Strite. Este personaje quería mejorar la calidad de sus tostadas, a las que era muy aficionado. Como casi siempre se las ofrecían quemadas en la cafetería de su empresa, el sagaz e ingenioso mecánico le añadió un muelle y un termostato, y en mayo de 1919 solicitó una patente para aquella genial innovación suya. Con la ayuda financiera de sus amigos, Strite emprendió la fabricación de cien unidades montadas a mano por él, y las envió a la cadena de restaurantes Childs, que devolvió todas las tostadoras de pan por requerir un ajuste. Pero alabaron la idea del mecánico Charles, y esperaron a que éste introdujera los ajustes sugeridos.
La primera tostadora doméstica, la Toastmaster salió al mercado en 1926, provista ya de un dispositivo regulador del tueste. Suscitó tan gran interés que un año después fue nominada «tostadora nacional del mes». La Prensa de nuevo el Saturday Evening Post, dijo en aquella ocasión: «Este nuevo y sorprendente aparato logra una perfecta tostada cada vez que se utiliza, sin necesidad de vigilar ni de dar la vuelta al pan».