Presentación

El primer acercamiento encaminado a historiar el abigarrado mundo de las cosas tuvo lugar en un programa de Antena3 Radio, hace ahora casi un lustro. Se titulaba, como este libro: HISTORIA DE LAS COSAS.

El texto que ofrecemos es básicamente aquél, aunque la naturaleza del medio escrito haya tenido sus exigencias, y haya naturalmente repercutido en la extensión de las entradas o capítulos.

El título es autoexpresivo al respecto de lo que nos proponemos, y aunque la palabra «cosa» no tiene límites significativos concretos, dada su condición de «palabra omnibus» como dicen los lingüistas sin embargo todos aprehendemos en seguida su significado y extensión, que no es otra que el mundo, el universo todo. De hecho, ¿qué hay, qué nos circunda, de qué nos rodeamos sino de cosas…?

Pero las cosas de que hablamos aquí no son cualesquiera cosas…, sino esas cosas útiles, fruto de ideas geniales que ha tenido el hombre a lo largo de su existencia pensante, los pequeños inventos, a menudo fruto de la improvisación, de la necesidad. De hecho, el hombre sólo se encuentra con lo que en el fondo de verdad necesita… Tenemos un olfato especial para lo útil, y para descartar lo innecesario.

Del repertorio de cosas que aquí recogemos e historiamos de forma no exhaustiva, ninguna hay que no haya rendido al hombre un servicio extraordinario. Ninguna es superflua. Piense el lector en ellas, detenidamente, una por una, desde la cama al biberón, pasando por el ataúd o los cosméticos, y convendrá con nosotros en que cuanto aquí recogemos merece, en el ánimo del hombre, un monumento.

Entre los cientos de sonetos que el Fénix de los Ingenios dedicó a mujeres hermosas, capitanes aguerridos, hombres de estado, y sucesos de importancia, no olvidó incluir un soneto a los inventores de las cosas: El Soneto CXXXIV de los incluidos por Gerardo Diego en la edición que este poeta hace de las Rimas del Gran Lope:

Halló Baco la parra provechosa,
Ceres el trigo, Glauco el hierro duro. Los de Lidia el dinero mal seguro, Casio la estatua en ocasión famosa,
Apis la medicina provechosa,
Marte las armas, y Nemrot el muro,
Scitia el cristal, Galacia el ámbar puro, Polignoto la pintura hermosa.
Triunfos Libero, anillos Prometeo, Alejandro papel, llaves Teodoro, Radamanto la ley, Roma el gobierno,
Palas vestidos, carros Ericteo,
la plata halló Mercurio, Cadmo el oro, Amor el fuego y Celos el infierno.

Poética visión del mundo de las cosas, la que recoge el genial dramaturgo. Visión muy particular del mundo de los objetos. Pero hace honor a una deuda que tenemos con el universo anónimo, pequeño, de las cosas que usamos cada día, y que nos hacen la vida grata, llevadera y próxima.

En las grandes visiones históricas del mundo, de la presencia del hombre sobre la tierra, a veces perdemos de vista lo que más cerca tenemos: el universo de los objetos, de las cosas con las que nos desenvolvemos en nuestro diario quehacer. Hablamos de lo divino y de lo humano, del cielo y de la tierra, de la vida y de la muerte, del saber y la belleza…, y entre tanta polvareda perdemos a don Beltrán. Es decir: hemos dado de lado, en ese historiar el mundo, a lo que de verdad hace la historia de los días, la historia de las horas, en la casa, en el campo, en el taller, en la soledad: las cosas nuestras de cada día. Decía Mark Twain que él conocía a muchos hombres que podrían vivir sin una filosofía determinada, pero que les sería imposible hacerlo sin sus botas ni su pipa… Afirmación genial, de la que se desprende la importancia que tienen los objetos menudos, esos que pasan desapercibidos hasta que empieza a notarse su ausencia. Y eso es así porque el hombre no inventó las cosas al azar, o sin propósito clarísimo. No hay objeto pequeño a nuestro alrededor que no tenga una historia amplia y una peripecia compleja en lo que a su hallazgo o invención se refiere. Después de todo, el hombre nunca ha buscado lo que no ha sentido como necesidad.

De mis tiempos de profesor de Historia Comparada en la Universidad israelí del Negev, en BeerSheva, guardo con particular cariño la anécdota de un alumno, Amit, quien me preguntó «Profesor, sabemos lo que hizo el hombre, e incluso por qué…, pero ignoramos a menudo cómo pudo hacerlo, de qué cosas se sirvió…, o cómo dio con las cosas que le facilitaron la vida…»

Tenía razón Amit. El 90% del tiempo del hombre transcurre en contacto con los pequeños objetos, en el trato directo con las humildes cosas: el cuchillo, la cama, el armario, el anzuelo, los zapatos o la capa… ¿Quién se ocupa de esas cosas? ¿Quién ha pensado en su historia? Nadie. Parece que nadie ha escrito la Historia de las Cosas. Por eso, en homenaje, y a modo de modestísimo tributo a los objetos menudos que rodean nuestra vida de comodidad, pensamos que conviene decir algo al respecto de ellas. Y convenir con el filósofo que dijo: «Cosa es todo aquello que tiene entidad, porque lo que no vale cosa, no vale nada…»

Pancracio Celdrán Gomariz.