Por supuesto, Equinox es pura ficción. Sin embargo, algunos elementos de esta historia se basan en hechos reales. Lo que sigue es una selección de dichos elementos y la verdad que hay tras ellos.
Alquimia
Se considera a la alquimia la predecesora de la química moderna. Se practicó durante miles de años y hoy en día sigue teniendo adeptos. Hay quien dice que hunde sus raíces en épocas muy lejanas y que personajes como Moisés la practicaron. Sin embargo, creo que esto último es una exageración.
Sabemos a ciencia cierta que la alquimia tiene una antigüedad de dos mil años como mínimo, porque poseemos noticias del trabajo de los primeros alquimistas en la antigua China y en la ciudad de Alejandría. Sin embargo, la mayor parte de estas pruebas fueron destruidas por el obispo Teófilo a principios del siglo V, tras el incendio de la Biblioteca de Alejandría. Los chinos fueron alquimistas expertos y se dice que descubrieron la pólvora siglos antes de que fuera redescubierta en Europa por el gran filósofo del siglo XIII Roger Bacon. También se dice que llevaron a cabo experimentos alquímicos sobre criminales convictos para convertirlos en cerdos.
Los alquimistas estaban seguros de poder encontrar una materia mágica denominada la Piedra Filosofal, una sustancia que convertiría cualquier metal base en oro. En pos de este objetivo, muchos hombres y mujeres trabajaron durante años en laboratorios oscuros y sórdidos.
Los alquimistas creían en lo que hacían y algunos se obsesionaron con el arte que practicaban. El psicólogo Carl G. Jung se sintió atraído por la alquimia y aseguraba que los procedimientos que empleaban los alquimistas en sus laboratorios eran, en realidad, rituales relacionados con una especie de obsesión religiosa. Porque lo que en realidad intentaban transmutar los alquimistas era su psique, o «alma», de igual manera que intentaban cambiar los metales base en oro. Algo parecido a esos procedimientos religiosos en los que el adepto intenta conseguir la perfección o encontrar el «oro» que guarda en su interior. Los alquimistas sólo eran conscientes en parte de este aspecto de sus esfuerzos, aunque sabían que estaban obligados a ser «puros de espíritu» para conseguir sus fines. Muchos de ellos se preparaban mentalmente durante años para esta labor.
Ciertos ocultistas modernos insisten, sin embargo, en que la alquimia es una ciencia propiamente dicha y se empeñan en encontrar paralelismos entre ésta y la mecánica cuántica moderna, la teoría científica que describe el mundo subatómico. Pero no existe relación alguna. La mecánica cuántica es una ciencia rigurosa que se apoya en los experimentos realizados durante el último siglo, mientras que la alquimia se fundamenta en la falsa idea de la transmutación gracias a la cual el preciado metal se puede obtener en un crisol. Y lo que es más importante, la mecánica cuántica nos proporciona una tecnología real y tangible como los rayos láser, la televisión y la microelectrónica. La alquimia es subjetiva y no se fundamenta en la lógica.
Debido a la particularidad de su práctica, el estudio de la alquimia deviene muy confuso. Cada alquimista poseía sus métodos propios para encontrar la Piedra Filosofal. Los primeros documentos conocidos se guardaban en Alejandría. A partir de los manuscritos que sobrevivieron a la destrucción de su famosa biblioteca, los filósofos árabes de los siglos VII y VIII desarrollaron un conocimiento alquímico más avanzado que se importó a Europa durante el siglo XI, y la alquimia pronto se popularizó en todo el continente. Hacia el siglo XVI existían una pléyade de magos peripatéticos que encontraban empleo en hogares de comerciantes acomodados y nobles europeos ingenuos.
Muchos alquimistas escribieron libros acerca de la técnica que utilizaban, aunque oscurecieron deliberadamente sus significados con códigos y un lenguaje poético para que otros alquimistas no pudieran copiarlos. Otra de las razones por las cuales ocultaban sus hallazgos de este modo fue porque no consiguieron sus objetivos.
En 1404, el rey Enrique IV de Inglaterra hizo de la práctica de la alquimia un crimen capital, porque consideró que si uno de los alquimistas tenía éxito, podría desbaratar el statu quo produciendo grandes cantidades de oro que desestabilizarían el sistema financiero del país. Más tarde, sin embargo, la reina Isabel I empleó a alquimistas en un intento de incrementar las arcas reales. Uno de sus favoritos fue John Dee, un filósofo muy notable así como también un gran ocultista.
Los alquimistas nunca hubiesen tenido éxito en la conversión de los metales en oro porque intentaban la transformación de la estructura básica de la materia mediante la utilización tan sólo de un horno y una mezcla de sustancias químicas simples. La transmutación sólo es posible hoy en día en el corazón de reactores nucleares, donde los átomos se dividen en partículas más pequeñas durante un proceso denominado «fisión nuclear». Sin embargo, aunque ahora es posible teóricamente la producción de oro a partir de otros metales, la cantidad de energía que se necesitaría —y el coste que de ello derivaría— excede el valor de la materia producida al final del proceso.
Los métodos de los alquimistas eran muy elementales. Empezaban mezclando en un mortero tres sustancias: un metal mineral, normalmente hierro impuro, otro metal —a menudo plomo o mercurio—, y un ácido de origen orgánico, generalmente ácido cítrico procedente de frutas u hortalizas. Los trituraban juntos y los guardaban durante más de seis meses para asegurar una mezcla completa. Luego la calentaban cuidadosamente en un crisol. Entonces elevaban la temperatura lentamente hasta alcanzar el grado óptimo, que se mantenía durante diez días. Se trataba de un proceso peligroso que producía humos tóxicos, y como muchos alquimistas trabajaban en habitaciones cerradas y sin ventilación, sucumbieron al veneno de los vapores de mercurio. Otros cayeron lentamente en la locura provocada por el veneno del plomo o del mercurio.
Una vez se completaba el proceso de calentamiento, se retiraba la materia del interior del crisol y se disolvía en un ácido. Varias generaciones de alquimistas experimentaron con diferentes tipos de disolventes; fue así como descubrieron el ácido nítrico, el sulfúrico y el etanoico.
Una vez disuelto con éxito el material del crisol, el paso siguiente consistía en evaporar y reconstituir el material para destilarlo. Este proceso de destilación o sublimación era el más delicado y laborioso, y a menudo el alquimista tardaba años en completarlo a su satisfacción. También se trataba de un estadio peligroso, porque no se daba salida al fuego que se encendía en el laboratorio, lo que provocaba frecuentes accidentes.
Si las llamas no consumían al experimentador y no se perdía el material debido a una técnica deficiente, entonces el alquimista podía pasar al estadio siguiente, un paso que estaba más relacionado con el misticismo que con el acto científico. Según la mayoría de los textos alquímicos, una «señal» determinaba el momento en el que debía detenerse la sublimación. No existen dos manuales de alquimia que coincidan en cuándo o cómo debe suceder, y el pobre alquimista debía esperar hasta que estimaba que había llegado el momento propicio para detener la destilación.
Entonces se retiraba el material del alambique y se añadía un agente oxidante, generalmente nitrato de potasio, una sustancia conocida en la antigua China y posiblemente también por los alejandrinos. Sin embargo, al combinar el sulfuro del metal mineral y el carbono del ácido orgánico, el alquimista obtenía una mezcla ciertamente explosiva: la pólvora.
Muchos alquimistas que sobrevivieron al envenenamiento y al fuego, acabaron sus días saltando por los aires con su laboratorio.
Los que sobrevivían a todas estas etapas podían llegar al final, cuando la mezcla se sellaba en un recipiente especial y se calentaba cuidadosamente. Luego, tras enfriar el material, en ocasiones se observaba un sólido blanco, conocido como Piedra Blanca, capaz, aseguraban, de transmutar metales base en plata. La etapa más ambiciosa producía un sólido rojo llamado Rosa Roja por calentamiento, enfriamiento y purificación de la destilación, que se suponía conducía a la producción de la Piedra Filosofal propiamente dicha.
Los estadios de este proceso se describían con alegorías, envueltas con un lenguaje místico y secreto de significado esotérico. Por ejemplo, la mezcla de los ingredientes originales y la licuefacción a través de la utilización del calor se describía como «poner en pie de guerra a los dos dragones, el uno contra el otro». De esta manera, los elementos femeninos y masculinos de las sustancias, simbolizados por un rey y una reina, se liberaban y luego volvían a combinarse o «casarse». Éste era el concepto que se recogía en el más famoso de todos los libros de alquimia, la novela alegórica The Chemical Wedding, que ha sido interpretada como la descripción del proceso de transmutación.
La alquimia era una fantasía, pero quienes la practicaron obtuvieron logros concretos. Los alquimistas inventaron y mejoraron muchas técnicas, entre ellas métodos de calentamiento, de decantación, de recristalización y evaporación. Además, fueron los primeros que utilizaron una amplia gama de utensilios, entre ellos utensilios para calentar y recipientes de cristal de diferentes formas.
Las sucesivas generaciones de alquimistas perfeccionaron la técnica de la destilación que los magos de Alejandría desarrollaron hace casi dos mil años. Hoy en día, ningún laboratorio de química que se precie no estaría completo sin los instrumentos para la destilación. Y el mismo tipo de equipamiento, aunque a una escala mucho mayor, es el que se utiliza para separar los componentes del petróleo y refinado.
Lectura adicional: Michael White, Isaac Newton: The Last Sorcerer, Fourth Estate, 1997.
Astrología
Según la mayor parte de los historiadores, los orígenes de la astrología occidental moderna se remontan a Mesopotamia, hacia el 4000 a. C. En aquellos tiempos remotos, el hombre ideó el sistema de los signos de las estrellas más o menos como lo conocemos hoy en día, dividiendo el cielo en doce constelaciones.
Los principios básicos de este arte tan antiguo fueron adoptados más tarde por los griegos, que los convirtieron en una parte importante de su filosofía. Sócrates, Platón y Aristóteles practicaron la astrología, y despertó un interés particular en el gran conquistador helénico Alejandro el Magno, alumno de Aristóteles.
La astrología fue marginada al comienzo del cristianismo, aunque ciertos líderes de la Iglesia primitiva la practicaron e incluso intentaron formar una amalgama de astrología y teología cristiana. Sin embargo, durante algunos períodos de la Edad Media, la Iglesia anatemizó a los astrólogos y muchos de sus practicantes ardieron en la hoguera acusados de herejía.
Posiblemente, y como consecuencia de la oposición de los teólogos, la astrología fue una práctica a veces semiclandestina, contraria al orden establecido y afín a muchas otras áreas de la tradición oculta como la alquimia y la adivinación. Muchos alquimistas también eran astrólogos y ambas disciplinas se confundían, como sucede con los miembros de la Orden de la Esfinge Negra en Equinox. Los alquimistas estudiaban las relaciones que pudiesen existir entre los descubrimientos alquímicos y los signos del zodíaco, y creían que la alquimia y la astrología tenían un origen común en las enseñanzas de los antiguos egipcios.
La astronomía debería de haber asestado un golpe mortal para la astrología. Es cierto que el desarrollo del conocimiento científico y la comprensión creciente de que el ser humano es una especie insignificante en un universo casi infinito, ha fulminado a la astrología, pero todavía existe mucha gente que cree en la importancia de los signos zodiacales y que las estrellas guían sus vidas. Probablemente, la astrología es la vertiente más popular del ocultismo en el siglo XXI. Hay muchas personas que leen su horóscopo a diario o hablan de su signo zodiacal en fiestas y reuniones. Sin embargo, nunca lo asocian con la tradición oculta.
Según ciertas estadísticas, el 99% de la población conoce su signo zodiacal, y un 50% de la población consulta el horóscopo con regularidad. La mayoría de los científicos, sin embargo, rechaza la astrología y la considera tan sólo un pasatiempo. Aseguran que se ha demostrado experimentalmente que no existe correlación entre la fecha de nacimiento de una persona y su carácter o el curso de los acontecimientos en su vida. Resaltan el hecho que la mayoría de los horóscopos contienen lo que se ha dado en llamar «declaración Barnum» —después que el hombre acuñara la frase «hay un nacimiento cada minuto»—. Las declaraciones Barnum son aseveraciones tan vagas como «te gustan los desafíos» o «en ocasiones te sientes extrovertido y, en otras, introvertido».
En un famoso experimento que se llevó a cabo para demostrar cómo tales declaraciones pueden ser y son interpretadas para revestir la lectura de un horóscopo individual, el científico francés, Michel Gauquelin, puso un anuncio en la revista Ici Paris ofreciendo horóscopos gratis a quien respondiera. Recibió ciento cincuenta respuestas y envió puntualmente los horóscopos. Luego preguntó a cada uno qué pensaba de ellos. El 94% contestó que consideraba que su personalidad estaba retratada con precisión. Pero lo que Gauquelin no les dijo fue que todos recibieron el mismo horóscopo, el del doctor Petroit, famoso asesino en serie francés.
Otro problema serio con la astrología es el que plantea Jo en Equinox, cuando señala que las estrellas no están fijas en el cielo y que desde hace seis mil años, cuando los signos de las estrellas se establecieron por primera vez, los astros se han desplazado de sus posiciones en el cielo nocturno.
Sin embargo, la objeción más importante tiene que ver con la lógica. El concepto lo propusieron por primera vez gentes primitivas que desconocían la naturaleza del universo. Para esas personas del 4000 a. C., la Tierra era un lugar excepcional y la humanidad era única. Para ellas los dioses controlaban todas las facetas del ser humano, y los cielos eran poco más que un telón de fondo de la existencia de la humanidad. Hoy en día, gracias a las lecciones de Darwin y a los astrónomos que desde Galileo hasta los investigadores del siglo XXI trabajan con los radiotelescopios más avanzados, sabemos que el ser humano no es importante desde el punto de vista del cosmos, y que la Tierra es una partícula insignificante en el brazo de una galaxia espiral entre billones de ellas. En vista de tales hechos, resulta difícil creer que soles distantes, algunos a miles de años luz de nuestro mundo, puedan tener alguna influencia en nuestras vidas minúsculas. Creerlo de otro modo es quizás el último ejemplo de egotismo.
Lectura adicional: Terence Hines, Pseudoscience and the Paranormal, Prometheus Books, 1988.
La Biblioteca Bodleian
La Bodleian es la biblioteca académica más grande del mundo y posiblemente la más antigua. Tiene sus orígenes en una colección de libros propiedad de Thomas Cobham, obispo de Worcester, que fue donada a la Universidad de Oxford en la década de 1320. Cuando Cobham falleció, sus libros fueron empeñados para sufragar los gastos de su entierro y luego los compró el Oriel College, de Oxford, donde permanecieron durante casi cuatrocientos años.
Sir Thomas Bodley (1545-1613), miembro del Merton College, fue el responsable de buscar los fondos para la construcción de una biblioteca universitaria independiente. La colección de Cobham se convirtió en el núcleo de esta nueva biblioteca, que se abrió en 1602 y desde 1604 tomó el nombre de su fundador.
En la actualidad, la Biblioteca Bodleian ocupa varios edificios en el centro de Oxford, e incluye la New Bodleian, que se completó en 1939. La mayoría de los cinco millones de volúmenes de la biblioteca se almacenan en los más de cien kilómetros de túneles que discurren bajo la ciudad de Oxford.
Se sabe muy poco del origen de estos túneles, pero se cree que los primeros se construyeron en el siglo XVIII y, desde entonces, se han ido ampliando gradualmente. Durante la Segunda Guerra Mundial se utilizaron para ocultar tesoros y objetos preciados a fin de protegerlos de los bombardeos de la Luftwaffe. Hasta donde sé, los túneles nunca se han utilizado para rituales ocultos.
Robert Boyle (1627-1691)
Después de Newton y Galileo, Robert Boyle fue quizás el científico más importante del siglo XVII. Le interesaba principalmente lo que luego se llamaría química, pero también era adepto a la tradición alquímica. Por muchas razones podemos pensar en Boyle como el hombre que trazó un puente entre el antiguo arte de la alquimia y la ciencia moderna de la química.
Originario de Irlanda, donde nació en 1627, Boyle fue uno de los fundadores de la Royal Society, y algo más que uno de los grandes en el mundo de la ciencia del siglo XVII. Su contribución más famosa al conocimiento científico fue su libro The Sceptical Chymist, publicado en 1661.
Boyle era el menor de los catorce hijos que tuvo el conde de Cork, y no tenía otro hermano más joven, James, como se dice en Equinox. Sin embargo, fue el científico más renombrado de Oxford y poseía un laboratorio en el University College, en High. En la actualidad, la placa en el muro del college, frente a High Street, lo recuerda:
En una casa de este lugar
Entre 1655 y 1668 vivió
ROBERT BOYLE
A Boyle también se lo conoce por haber formado parte de cábalas secretas que se reunían para discutir las ciencias alquímicas y compartir sus conocimientos ocultos. Conoció bien a Isaac Newton y fue uno de los pocos hombres que admiró el profesor lucasiano. Fue él quien inculcó la idea en el joven Newton de que debía mantener en secreto sus investigaciones alquímicas, por temor al ridículo dentro de la comunidad científica y posibles enfrentamientos con la Iglesia y la Corona.
Lectura adicional: Lawrence M. Principe, The Aspiring Adept: Robert Boyle and his Alchemical Quest, Princeton University Press, 2000.
Thomas Bradwardine (h. 1297-1349)
La fecha exacta del nacimiento de Thomas Bradwardine está abierta a las conjeturas y los historiadores la sitúan fundamentándose en que su título de Maestro en Humanidades en Oxford lo obtuvo en 1321. Fue un personaje distinguido en la universidad y obtuvo cargos importantes antes de abandonarla por la corte en 1337. Fue nombrado ministro de la catedral de St. Paul’s y más tarde capellán del rey. Los dos últimos años de su vida Bradwardine fue arzobispo de Canterbury. Murió víctima de la peste negra que asoló Europa a finales de la década de 1340.
Bradwardine no sólo fue un teólogo conocido; también fue un matemático de talento y de pensamiento avanzado. Vivió en una época en la que la mayoría de los intelectuales seguían sin cuestionarse las enseñanzas de Aristóteles. Él, sin embargo, cuestionó muchas de las ideas de los filósofos griegos. En Oxford llamaban a Bradwardine Doctor Profundus, el doctor profundo, y dejó un gran trabajo adelantado a su tiempo relacionado con la lógica y la resolución de problemas matemáticos.
La Bear Inn, Oxford
En Equinox ésta es la posada donde se hospeda Newton antes de ir a la reunión de la Orden de la Esfinge Negra bajo la Biblioteca Bodleian. El lugar existe y, según la leyenda, su nombre se debe a que fue construida encima de la guarida de un oso. Es una de las posadas más antiguas de Oxford y sus orígenes se remontan a 1242.
La librería de Cooper
William Cooper era propietario de una librería en una zona de Londres llamada Little Britain, famosa por su tradición literaria. Isaac Newton frecuentaba esta librería y viajaba a Londres especialmente para comprar libros en este lugar. William Cooper era un personaje respetado, aunque ciertos círculos sabían que traficaba con textos ocultos ilegales. Era un contacto importante para Newton, y le procuraba libros prohibidos cuando el científico empezó a experimentar con la alquimia en 1670.
La Tabla Esmeralda
Uno de los textos más sagrados para el alquimista es la Tabla Esmeralda. Se dice que la legendaria Tabla perteneció al mítico Hermes Trimegisto, el padre de la alquimia, y todos los alquimistas posteriores han trabajado con copias de copias de copias del texto original. No sorprende, por lo tanto, que a través de los años las distintas versiones se alteraran.
La razón por la cual el texto de la Tabla Esmeralda fue tan importante reside en que proporcionaba lo que aseguraban era el intento y el método probado para la obtención de la Piedra Filosofal, algo así como una receta complicadísima que se transmitía de generación en generación. La primera copia conocida del texto apareció en Occidente a mediados del siglo XII en ediciones de lo que se conoce como el pseudoaristotélico Secretum Secretorum, del que ya existía una traducción en el Kitab Sirr al-Asar, textos de consejos para los reyes traducido al latín por Johannes Hispalensis. El Kitab Sirr al-Asar, la versión conocida más antigua del texto, está fechada hacia el año 800, aunque hay historiadores que aseguran que procede de un trabajo precedente, Kitab Sirr al-Khaliqa wa San’at al-Tabi’a [El Libro del secreto de la Creación y del Arte de la Naturaleza] escrito hacia el año 650.
La Esfera de Rubí que se describe en Equinox es un objeto de ficción.
Liam Ethwiche
El nombre del autor de la biografía de Isaac Newton que se menciona en Equinox es un anagrama.
Nicolás Fatio du Duillier (1664-1753)
Fatio du Duillier nació en el seno de una próspera familia que lo malcrió durante los primeros años de su vida. Muy pronto fue conocido entre la clase intelectual, pero su reputación no duró mucho. Séptimo de los doce hijos de un rico terrateniente, Fatio creció en Suiza.
En 1682, cuando tenía dieciocho años, vivía en París de una generosa asignación. Muy pronto mostró un gran talento para las matemáticas e impresionó a varios filósofos eminentes con su precocidad. En 1687 viajó a Inglaterra para conocer a Newton.
Tuvo la suerte de congraciarse con el eminente científico, y entre 1689 y 1693 compartieron una relación intensa. Newton quiso que Fatio se trasladase a vivir a sus habitaciones en Cambridge, pero su plan no se hizo realidad. Lo que sí es cierto es que Fatio estaba muy involucrado con la tradición oculta y animaba a Newton a profundizar en la magia.
Juntos realizaron varios experimentos alquímicos, y es posible que Fatio animase a Newton para que se interesara por la magia negra.
Fatio no logró la confianza de la clase científica inglesa y se granjeó muchos enemigos. Se separó de Newton con resentimiento en 1693: el joven, arruinado, perdió a su protector.
Se conoce muy poco de los últimos años de su vida. Fue uno de esos extraños personajes que permanecieron en la periferia de la comunidad científica de su época. Se sabe que se involucró con los Rosacruces y otros grupos marginales y que al menos en una ocasión fue encerrado en Charing Cross por actividades antisociales. Vivió hasta los noventa años y murió en la pobreza y en un olvido casi absoluto.
Robert Hooke (1635-1703)
Robert Hooke era hijo de un clérigo, que se suicidó ahorcándose en 1648 cuando Robert todavía era un adolescente. Desde niño mostró aptitudes para el dibujo y la pintura, y tras recibir la modesta herencia de cien libras, se trasladó a Londres a recibir clases de sir Peter Lely. Por suerte, llamó la atención de Richard Busby, maestro en la Westminster School, que se dio cuenta de la capacidad intelectual del muchacho, más allá de sus habilidades artísticas. Bajo la tutela de Busby, recibió la mejor educación que se podía conseguir en su tiempo, lo que le aseguró una plaza en el Christ Church College, de Oxford, donde obtuvo el título de Maestro en Humanidades en 1663.
Hooke realizó sus estudios trabajando como sirviente. Después de su graduación, empezó a trabajar como ayudante de Robert Boyle en su laboratorio de Oxford. Desde allí se involucró con el Invisible College —el precursor de la Royal Society—, y comenzó a relacionarse con pensadores influyentes de la época. Fue Boyle quien más tarde le aseguró el puesto de Supervisor de Experimentos en Londres en 1662.
Hooke poseía una energía inagotable y fluctuaba de un entusiasmo a otro. No se concentraba en una misma cosa durante mucho tiempo, de tal manera que en ocasiones podía parecer un diletante. Su obra magna, Micrographia, un ensayo sobre microscopía, incluye también ciertas teorías originales concernientes a la naturaleza de la luz. Publicada en 1665, fue un libro que Newton conoció muy bien y lo admiró en secreto.
Hooke y Newton eran adversarios y sus personalidades eran muy diferentes. A Hooke le gustaban los coffee house, el cotilleo con los amigos con una botella de oporto, y las atenciones de por lo menos una dama cada vez. Hooke anotaba en su diario sus hazañas sexuales y la calidad de sus orgasmos. Newton vivía con una austeridad y aislamiento monacal en el Trinity College de Cambridge. Sin embargo, Newton despreciaba a todo aquel que sólo profundizaba en un argumento, como al parecer era el caso de Hooke.
Por su parte, Hooke consideraba a Newton un hombre seco y hosco y al mismo tiempo brillante, pero también obsesivo y rígido, con una opinión de sí mismo demasiado optimista. Sus egos respectivos exageraban las diferencias, de tal manera que cada uno defendía su trabajo y ninguno de los dos era capaz de concederle crédito al otro. Su enemistad continuó hasta la muerte de Hooke en 1703.
Lectura adicional: Lisa Jardine, The Curious Life of Robert Hooke: The Man who Measured London, Harper Collins, 2005.
Hipatia (h. 380-415)
Como dijo Charles Tucker, Hipatia era «toda una mujer». Se sabe poco de su vida. Se cree que debió de nacer hacia el año 380 y que su padre, Teón, fue un matemático distinguido que enseñaba en la escuela de la Biblioteca de Alejandría.
Hipatia viajó mucho y llegó a ser una respetada erudita muy conocida por sus trabajos de matemáticas y filosofía y, sobre todo, por sus ensayos sobre álgebra, geometría y astronomía. Según cuentan, también dirigió la Biblioteca de Alejandría.
Tuvo un final violento. Era sospechosa de brujería y una muchedumbre cristiana la sacó de su aula y la empujó hasta la calle. Una vez allí, la despellejaron hasta la muerte con conchas de ostra.
Hipatia fue una mujer de pensamiento moderno. Sostenía que «todas las religiones dogmáticas son falacias y nunca deberían ser aceptadas por los individuos que se respetan a sí mismos». Y también: «Protege tu derecho a pensar, porque hasta pensar equivocadamente es mejor que no pensar».
No es extraño que los primeros cristianos la odiaran.
Lectura adicional: Maria Dzielska, Hipatia de Alejandría, Madrid, Siruela, 2004.
La Biblioteca de Alejandría
Se cree que la biblioteca se fundó hacia el siglo III a. C. y que su núcleo principal fueron los libros que una vez pertenecieron a Aristóteles.
La Biblioteca de Alejandría fue el mayor depósito de rollos manuscritos del mundo antiguo: se estima que contenía medio millón de ellos. Fue fundada por orden de Ptolomeo I de Egipto, y se decía que el faraón obligaba a todo aquel que visitase Alejandría a entregar los rollos de su propiedad para que se copiaran en la biblioteca. El edificio original que albergaba la colección se levantaba en el lugar del Templo de las Musas, el Musaeum —del que deriva la palabra «museo».
Ignoramos quién fue el responsable de la destrucción de la biblioteca en el año 415. El historiador Edward Gibbon señala a Teófilo, el patriarca cristiano de Alejandría.
Desde su destrucción, filósofos y eruditos han lamentado esta terrible pérdida para el mundo. Nadie conoce la cantidad de manuscritos que fueron consumidos por el fuego que destruyó la biblioteca, pero lo que sí es cierto es que algunos se salvaron y se preservaron para las generaciones futuras. Los fragmentos de conocimiento que sobrevivieron fueron sacados a la luz más tarde por los árabes, y algunos textos viajaron hasta Italia y España en los siglos XIV-XV, ayudando a los fundamentos del Renacimiento. Otros quedaron en manos de los alquimistas árabes, quienes transmitieron sus conocimientos a sus homólogos europeos, y avivaron el desarrollo de los conocimientos místicos y ocultos.
Lectura adicional: Roy M. MacLeod, The Library of Alexandria: Centre of Learning in the Ancient World, I. B. Tauris Publishers, 2004.
Isaac Newton (1642-1727)
Cuando pensamos en Isaac Newton, habitualmente lo asociamos con la manzana que cae de un árbol: la chispa que encendió su descubrimiento de la ley de la gravitación universal. Sin embargo, las evidencias nos obligan a creer que no planteó su teoría en ese momento particular. Por el contrario, la verdadera inspiración se desencadenó durante el camino hacia el planteamiento de una de las teorías científicas más importantes procedente de su implicación con las ciencias ocultas.
Isaac Newton nació en 1642 en el seno de una familia relativamente acomodada que vivía en Woolsthorpe, cerca de Grantham, en Lincolnshire. Fue un muchacho solitario e introvertido que no destacó particularmente en la escuela hasta los catorce años cuando, su director Henry Stokes, se fijó en él.
Se matriculó en la Universidad de Cambridge en 1661, y muy pronto se puso bajo la influencia de otros grandes estudiosos que vieron cualidades en él y lo animaron. Entre ellos, los más importantes fueron dos miembros de Cambridge: Henry More e Isaac Barrow. Ambos eran filósofos, pero también estudiosos de la alquimia, y sin duda le transmitieron a Newton su interés por el antiguo arte.
Para Isaac Newton la alquimia era un medio para conseguir un fin. Era un puritano que creía en la palabra y en la obra de Dios. Es decir, amaba las enseñanzas de la Biblia y creía que era su deber revelar el rompecabezas de la vida, investigar todo lo que se conocía acerca del mundo o, mejor dicho, estudiar la obra de Dios.
Durante la época que le tocó vivir, la alquimia era una actividad prohibida que se castigaba con la muerte. Si lo hubiesen descubierto, habría acabado con su reputación académica. Sin embargo, dedicó más tiempo a la investigación alquímica que a la práctica científica ortodoxa. Cuando falleció en 1727, se descubrió que poseía una amplia biblioteca de ocultismo y que había escrito copiosamente sobre el tema.
Al mismo tiempo que Newton estudiaba alquimia, seguía su carrera científica convencional. Se convirtió en el segundo catedrático lucasiano de Matemáticas de Cambridge —la misma cátedra que hoy en día ocupa Stephen Hawking—, sucediendo en 1669 a su amigo y mentor Isaac Barrow, a la temprana edad de veintisiete años. A principios de 1670 ya obtuvo reconocimiento más allá de los límites de la Universidad de Cambridge y fue aceptado como miembro de la Royal Society.
Según los libros de historia, el gran descubrimiento de Newton, su exposición de la teoría de la gravitación universal en 1666, tuvo lugar mientras pasaba una temporada en casa de su madre, en Woolsthorpe. Es cierto que Newton, junto con el resto de la comunidad académica, abandonó Cambridge durante la epidemia de peste bubónica de 1665-1666 y se fue a vivir con su madre a su casa de campo. Hasta es posible que un día, sentado bajo un manzano, mientras le daba vueltas al significado de la gravedad, hubiese visto cómo caía una manzana. Éste hecho seguramente le haría meditar, pero es ridículo creer que de ahí procediera todo el concepto de la gravitación universal. Es probable que Newton aprovechara esta historia para ocultar que había utilizado la alquimia para desarrollar su famosa teoría.
Invirtió más de veinte años en el planteamiento de la teoría y no le dio forma hasta la publicación, en 1687, de su obra Principia Mathematica. Durante las dos décadas que siguieron a la primera chispa de inspiración en el jardín de Woolsthorpe y la aparición de su trabajo, su teoría se fue formando gracias a distintas influencias.
La primera fueron las matemáticas. Newton fue un matemático de primer orden. A los veinticuatro años era el más avanzado de su época. También fue un excelente filósofo que asimiló todos los principios científicos aparecidos hasta el momento. El año de la peste de 1665 y durante su estancia en el campo, ya había sobrepasado a los grandes pensadores de la época, incluidos Robert Boyle y René Descartes, y había empezado a sintetizar sus propias ideas. Con tales talentos, fue capaz de comprender que la gravitación era la responsable de mantener los planetas en movimiento, y ya pudo sugerir la relación entre la distancia que separa dos cuerpos —como los planetas— y la fuerza de gravedad entre ellos: la ley del «inverso del cuadrado».
En aquella época, la idea de que un cuerpo podía influir en el movimiento de otro sin tocarlo siquiera era inimaginable. Este comportamiento, que nosotros llamamos «acción a distancia», no podía comprenderse en la época de Newton y él lo consideraba mágico o con propiedades ocultas.
A través de sus experimentos alquímicos, Newton fue capaz de aproximarse a la gravedad con una mente más abierta que sus contemporáneos. Empezó sus investigaciones alquímicas hacia 1669. Viajó a Londres a comprar libros prohibidos de otros alquimistas y llevó a cabo sus experimentos ocultándolos a las autoridades y a sus rivales de la comunidad científica. Sus primeros experimentos eran muy básicos, pero después de leer todo lo que pudo sobre alquimia, pronto atravesó los límites que habían conseguido sus predecesores. Llevaba a cabo sus experimentos con gran precisión científica, apuntando meticulosamente todo lo que iba descubriendo. A pesar de que los alquimistas habían trabajado durante años sin saber realmente lo que estaban haciendo, Newton realizó su trabajo de un modo sistemático.
Otra gran diferencia entre Newton y sus predecesores fue que a él nunca le interesó fabricar oro. Su único propósito al estudiar alquimia fue encontrar lo que él creía que eran las leyes fundamentales ocultas que gobiernan el universo. Es posible que no comprendiera que llegaría a la ley de la gravitación universal a través de la alquimia y otras prácticas ocultas, pero creía en la existencia de una ley fundamental o en algún conocimiento antiguo oculto que iba a encontrar a través de sus investigaciones.
El paso adelante llegó cuando observó los materiales en su crisol y comprendió que estaban actuando bajo la influencia de ciertas fuerzas. Observó que había partículas que se atraían unas a otras y, por el contrario, otras que eran repelidas por sus vecinas, sin que existiera ningún contacto físico o unión tangible entre ellas. En otras palabras, observó la acción a distancia en el interior del crisol del alquimista. Entonces empezó a comprender que la gravedad podía funcionar del mismo modo y que lo que sucedía en el microcosmos del crisol quizá también podía suceder en el macrocosmos, en el mundo de los planetas y de los soles.
Sin embargo, también existían otras influencias ocultas. A partir de mediados de la década de 1670, superada la treintena, y hasta el día de su fallecimiento en 1727, empezó a obsesionarle la religión y durante años se dedicó a estudiar la Biblia. Creía que el origen de todo el conocimiento derivaba de lo que los antiguos describían en el Antiguo Testamento. Newton consideraba al rey Salomón la primera autoridad, «el filósofo más grande de todos los tiempos», decía. Durante años estudió la planta del Templo de Salomón que se describe en el Libro de Ezequiel en el Antiguo Testamento.
Edificado hacia el 1000 a. C., en un lugar sagrado para los judíos, el Templo de Salomón era el símbolo más venerado de la fe y de la sabiduría mucho antes de que Newton diera su interpretación personal. Casi desde la época de su construcción, el templo fue tan reverenciado como las Pirámides de Egipto o Stonehenge lo fueron para los paganos que los construyeron.
Newton creía que Salomón había codificado la sabiduría de la antigüedad, que subyace en el corazón del Antiguo Testamento, en el edificio del templo. Creía que mediante el análisis de la Biblia, utilizando como clave la planta del templo, podría profetizar acontecimientos futuros. Según Newton, el plano actuaba como plantilla: las dimensiones y la geometría del templo proporcionaban las claves de escalas temporales y de las manifestaciones de los grandes profetas bíblicos —especialmente de Ezequiel y Daniel.
La combinación de la planta y sus interpretaciones de las Escrituras permitieron a Newton llevar a cabo un detallado perfil de una «cronología del mundo» alternativa. Así, el matemático asignó fechas a la segunda venida de Cristo y al día del Juicio Final.
Pero la configuración del Templo de Salomón también lo ayudó en otro sentido. Describió el templo antiguo como «… un fuego para el ofrecimiento de sacrificios que ardía perpetuamente en medio de un lugar sagrado», e imaginó el núcleo del templo como un fuego central a cuyo alrededor se reunían los creyentes. A esto lo llamó prytaneum.
La imagen de un fuego en el centro del templo, con los discípulos dispuestos en círculo alrededor de las llamas, actuó como otro disparador a la hora de moldear su concepto de gravitación universal. Y la clave reside en que Newton, en lugar de ver los rayos de luz irradiando desde el fuego hacia fuera, los concibió como una fuerza de atracción de los discípulos hacia el centro. En este esquema, el paralelo entre el sistema solar y el templo resulta evidente: los planetas están simbolizados por los discípulos y el fuego del templo —a veces llamado «el fuego en el corazón del mundo»— es el modelo para el sol.
Combinando la acción de las fuerzas que había observado en el crisol con su esclarecimiento de la ley del inverso del cuadrado, Newton fue capaz de llevar adelante la idea de que había una fuerza invisible que actuaba entre los objetos, cuyo poder disminuía a medida que dichos objetos se alejaban entre sí. Los cambios de esta fuerza estaban regidos por la misma ley del inverso del cuadrado.
Todas estas influencias, combinadas con los experimentos que Newton llevaba a cabo en sus habitaciones, y las observaciones de planetas y cometas, le convencieron de esta teoría, que se refleja en su obra magna Principia, considerada el ensayo científico más importante jamás escrito. Irónicamente, se trata de un libro que no escribió debido a su genio científico, sino a su obsesión por lo oculto y las enseñanzas de la antigüedad.
Isaac Newton fue un hombre poco agradable marcado por una infancia desgraciada. Su padre murió antes de su nacimiento y cuando tenía tres años su madre, a la que estaba muy unido, volvió a casarse y lo dejó con sus abuelos. Nunca se recuperó de su rechazo, lo que le convirtió en un hombre introvertido y solitario a quien le era casi imposible entablar amistades.
En 1692, a los cincuenta años, Newton sufrió una crisis nerviosa, casi inmediatamente después de haberse sumergido con mayor profundidad en las ciencias ocultas y al final de una relación homosexual con Nicolás Fatio du Duillier. Newton se pasaba casi todas las noches dedicado a la ciencia. En 1696, abandonó su casa en Cambridge y se trasladó a Londres. Allí fue nombrado director de la Real Casa de la Moneda en la Torre de Londres y envió a muchos hombres a la horca por el crimen de estafa —quitar pequeñas piezas de las monedas y fundir el oro y la plata—. También fue miembro del Parlamento por la Universidad de Cambridge y un personaje influyente y acomodado del orden establecido, alabado y afamado por sus aportaciones a la ciencia y al Estado. Los intereses ocultos de Newton permanecieron secretos hasta después de su muerte.
Lectura adicional: Michael White, Isaac Newton: The Last Sorcerer, Fourth Estate, 1997.
La Orden de la Esfinge Negra
Como los Guardianes, la Orden de la Esfinge Negra es pura ficción. Sin embargo, ambas organizaciones se basan en sociedades secretas reales y grupos esotéricos que han existido desde hace siglos.
Los más conocidos de todos ellos son los Francmasones y los Caballeros del Temple. Los Illuminati, los Rosacruces y, más recientemente, la Orden Hermética del Amanecer Dorado, son otras de las muchas que existen. Un rastreo rápido por Google nos revela la existencia de gran cantidad de extrañas y oscuras sociedades secretas. La mayor parte procede de fantasías inofensivas, pero las teorías de la conspiración que abundan en grupos tales como los Illuminati y los Francmasones los transforman en organizaciones de siniestros personajes que son quienes en realidad dominan el mundo, hombres que controlan los engranajes políticos y financieros del mundo moderno.
Lectura adicional: Nick Harding, Secret Societies, Pocket Essentials, 2005.
La Royal Society
Conocida en un principio como «Invisible College», la Royal Society nació en 1648 en el Wadham College de Oxford. En aquellos días era poco más que una agrupación informal de académicos que se reunían alrededor de John Wilkins, el aclamado matemático. Los fundadores incluían luminarias tales como Robert Boyle, Henry Oldenburg y el astrónomo y obispo Seth Ward.
En 1659, la Society se trasladó a Londres —al Gresham College—, y tres años más tarde fue premiada con una licencia del rey Carlos II, gran mecenas de la ciencia y la filosofía. Desde entonces, se llamó Royal Society.
La Royal Society se dedicaba a estudiar lo que entonces se denominaba filosofía natural —ahora «ciencia»—, y para ello sus miembros llevaban a cabo experimentos y demostraciones, leían sus trabajos en las reuniones de sus miembros y publicaron algunos de los primeros periódicos científicos que se conocen. Al mismo tiempo, muchos de sus miembros se interesaban en asuntos que ahora se considerarían ocultos, y hay evidencia de que algunos estaban muy implicados con la francmasonería y con la Orden del Temple.
Aquellos protocientíficos, entre ellos algunos de los grandes hombres de la época como Isaac Newton, Robert Boyle, Robert Hooke, llevaban una doble vida. En la superficie, parecían investigadores científicos y filósofos convencionales, pero a puerta cerrada compartían su ávido interés por la alquimia, la astrología y otros aspectos de la tradición oculta.
Lectura adicional: Robert Lomas, El Colegio Invisible: la Royal Society, el nacimiento de la ciencia moderna y la era de la razón, Madrid, Ediciones Martínez Roca, 2006.
El Sheldonian Theatre
Edificio diseñado por Christopher Wren. Se empezó a edificar en 1664 y la obra acabó en 1668. Fue construido como parte de la Universidad de Oxford y se utilizaba para impartir clases y en eventos especiales. En la actualidad está abierto al público y en él se organizan conferencias y conciertos. El teatro está muy cerca de la Radcliffe Camera, la Biblioteca Bodleian y el Hertford College, y sus fundamentos casi se entrecruzan con los fabulosos túneles que discurren por debajo de la Biblioteca Bodleian. Sin embargo, Christopher Wren no informó de que hubiera encontrado un extraño laberinto.
Scytale y criptografía
Un código puede utilizarse de dos maneras. Estos dos modos se denominan esteganografía y criptografía. Esteganografía es la ocultación física de un mensaje. El ejemplo más famoso procede de los escritos de Heródoto, donde describe un método de codificación que utilizaba el persa Histiaeus. Se decía que Histiaeus envió un mensaje a Aristágoras, tirano de Mileto, grabándolo en el cuero cabelludo de un esclavo y esperó a que el cabello volviera a crecerle. Entonces envió el esclavo a Aristágoras con instrucciones para que afeitara la cabeza del hombre.
Una ingeniosa variación de esta idea fue el scytale que utilizó por primera vez un mando griego. Se trataba de un mensaje escrito en el que se mezclaban letras aleatorias en un trozo de papiro. Si se enrollaba en un palo, el mensaje podía leerse a lo largo del mismo. Claro está, el mensaje se enviaba sin él. El destinatario debía conocer el tamaño del palo original y cómo envolver el manuscrito correctamente para descodificar el mensaje.
La criptografía es un sistema mucho más versátil y, desde el comienzo de la escritura, la han utilizado militares y gobiernos. Se dice que Julio César fue uno de los primeros soldados que empleó un código en el campo de batalla. Enviaba mensajes desde sus campañas en Bretaña a Roma utilizando los criptógrafos más sencillos, es decir, desplazando las letras del alfabeto tres puestos, de manera que la A se convirtiera en una D, la B en E, etcétera. Sólo aquellos que conocían el desplazamiento podían descifrar el código. Actualmente parece un método muy poco sofisticado debido a la novedad de la encriptación que mantiene el secreto a salvo, al menos durante un tiempo.
Durante la Edad Media cayó en el olvido, pero tanto militares como filósofos volvieron a utilizarlo en el Renacimiento. Leonardo da Vinci escondió sus investigaciones más clandestinas escribiendo sus anotaciones con la ayuda de un espejo. Roger Bacon estaba obsesionado por los códigos y los cifrados, y a mediados del siglo XIII escribió un tratado sobre este tema: Secret Works of Art and the Nullity of Magic.
A León Alberti, que inspiró a Leonardo en muchas materias, se lo conoce como «el padre de la criptografía occidental» porque introdujo muchas de las ideas clave que todavía utilizan los analistas. Entre ellas, el análisis de frecuencias, una técnica utilizada para detectar y definir modelos en un texto, lo que proporciona pistas importantes para obtener la clave. Alberti también fue el primero en utilizar las cifras polialfabéticas: inventó la rueda de cifras. Se trataba de una serie de ruedas grabadas con números y letras que se podían utilizar para sustituir las letras de un mensaje dado.
Las ideas de Alberti relacionadas con la codificación polialfabética las desarrolló posteriormente el alemán Johannes Trithemius quien, en 1518, publicó su obra Polygraphiae. Las ruedas de cifras de Alberti también fueron adaptadas por Thomas Jefferson, que utilizó un elaborado juego de veintiséis de ellas para la creación de una máquina de códigos que se utilizó desde principios del siglo XIX hasta que los militares estadounidenses la retiraron en 1942.
La llamada «Enigma Machine» es quizá la máquina codificadora más famosa de los tiempos modernos. La desarrollaron los alemanes antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial para codificar los campos de operaciones y comunicarse con la flota de submarinos. Los Aliados consideraron una prioridad descifrar el código Enigma, y para ello establecieron un equipo especializado de criptógrafos y matemáticos británicos en Bletchley Park, en Buckinghamshire. Comenzaron a descodificar mensajes Enigma en el mes de abril de 1940 y siguieron operando durante la guerra. Su labor no sólo salvó millares de vidas aliadas, sino que aceleró el desarrollo de la primera computadora electrónica. Fue crucial la construcción de una máquina llamada «Colossus», un proyecto dirigido por Alan Turing y un pequeño grupo de analistas que fueron los primeros especialistas del mundo en computadoras. Su trabajo allanó el camino hacia la expansión masiva de la informática que tuvo lugar después de la guerra. No debe sorprender que el desarrollo de la computadora esté estrechamente relacionado con los códigos. Hoy en día, las lecciones aprendidas de los criptógrafos tienen una gran importancia en los negocios y en la ciencia, y la criptografía continúa siendo una herramienta valiosa para la estrategia política y militar.
Lecturas adicionales: Simon Singh, Los códigos secretos: el arte y la ciencia de la criptografía, desde el antiguo Egipto a la era de Internet, Barcelona, Círculo de Lectores S. A., 2001.
Trill Mill Stream
El Trill Mill Stream existe tal y como se describe en Equinox, aunque en la actualidad es una pálida sombra del riachuelo originario. Este pequeño afluente del Támesis, durante la Edad Media fluía abiertamente por el centro de Oxford y era utilizado como vía de paso. A mediados del siglo XIX el Trill Mill Stream se había convertido en una cloaca, hasta tal punto, que se consideró un peligro para la salud, fue desviado hasta el subsuelo y edificaron encima.
La historia de T. E. Lawrence y los esqueletos de época victoriana que se menciona en Equinox es cierta, aunque no lo es la entrada secreta que oculta un laberinto en el subsuelo a través del Trill Mill Stream.
John Wickins (1643-1719)
Isaac Newton conoció a John Wickins dieciocho meses después de su llegada al Trinity College, en Cambridge, y rápidamente compartieron habitación. Wickins, hijo del Maestro de la Manchester Grammar School, ingresó en el Trinity en 1663 y, según él mismo recordaba, un día que salió a pasear se encontró con un Newton de aspecto triste y solitario. Entablaron conversación y pronto descubrieron que tenían muchas cosas en común. Su amistad constituye uno de los grandes misterios en la vida de Newton ya que, aunque ambos compartieron habitaciones durante más de veinte años, Wickins casi no dejó información sobre su estrecha relación. Se separaron en 1683 por alguna razón confusa, y a pesar de que Wickins vivió treinta y seis años más, nunca volvieron a verse.
Wickins trabajó durante muchos años como ayudante de Newton. Transcribía las notas de los experimentos y lo ayudaba a montar el material del laboratorio y a seguir las investigaciones. Sus aposentos se convirtieron en habitaciones-laboratorio. Al principio, estaban llenas de documentos y de instrumentos ópticos que fabricaban ellos mismos, pero más tarde las atiborraron con hornos y frascos con productos químicos. Tras abandonar Cambridge, Wickins se hizo clérigo, se casó y formó una familia. Muchos años después de su separación, Newton le envió un paquete con Biblias para que las distribuyera entre los fieles de su parroquia de Stoke Edith, cerca de Monmouth. Todavía se conserva una carta, la única que ha sobrevivido, escrita años después, en la que Wickins le pide otra donación de Biblias a su antiguo compañero de habitación.
Christopher Wren (1632-1723)
Nombrado caballero en 1673, podría decirse que Christopher Wren fue el mayor intelectual de Inglaterra. Nació en una cuna privilegiada: su padre era capellán del rey y tuvo como compañero de juegos al futuro monarca Carlos II.
A Christopher Wren se le conoce sobre todo como arquitecto. Proyectó los lugares más conocidos de Londres, entre ellos la catedral moderna de St. Paul’s, la Royal Exchange y el teatro Drury Lane. Además, también fue un hábil artista, matemático y astrónomo reputado, y fue designado Savilian Professor de Astronomía en Oxford. Asimismo, fue uno de los primeros miembros de la Royal Society tras su traslado a Londres y, gracias a su relación con el rey Carlos II, hizo mucho por resaltar dicha sociedad.
Wren fue de los primeros en practicar —sin éxito— una transfusión de sangre, en la década de 1660, e investigó las leyes del movimiento que inspiraron más tarde a Newton para realizar sus experimentos. Fue uno de los pocos hombres que Newton respetó y al que reconocía públicamente la deuda que tenía con él. Murió en 1723 a los noventa años y fue la primera persona enterrada en St. Paul’s.
Lecturas adicionales: Lisa Jardine, On A Grander Scale: The Outstanding Life of Sir Christopher Wren, Harper Collins, 2003.