Oxford, 30 de marzo, 22:38
Monroe consultó el reloj de pared de su despacho y siguió con la mirada el rápido recorrido del segundero. Acababa de destinar a una docena de agentes a tres puntos diferentes de Oxford, con la misión de encontrar a Malcolm Bridges: su minúsculo piso de Iffley Road, la casa de Lightman en Park Town, en el norte de la ciudad, y su despacho del Departamento de Psicología. Pero abrigaba pocas esperanzas de hallarlo en ninguno de esos sitios.
Así es que Bridges había estado en la escena del segundo crimen… No tenía una coartada infalible para demostrar que no se encontraba allí en el momento del asesinato, pero sí la tenía para el primero, lo que significaba que debía de estar compinchado con alguien. Sin embargo, su instinto le decía que erraba el tiro. Además, no tenía ninguna prueba que corroborase esta tesis.
En resumen, ¿cómo estaban las cosas ahora? Se había cometido otro asesinato, cuatro casos diferentes, seis chicos muertos, ¿y qué sabía Monroe con certeza? Que Bridges estaba implicado de alguna manera, pero que no podía haber actuado solo, y que iba a cometerse otro asesinato esa misma noche, justo pasadas las doce. ¿Cómo podía impedirlo, si no detenía a Bridges? Pero, aun deteniéndolo, ¿su arresto impediría un nuevo crimen? Monroe se frotó los ojos. De repente se sentía terriblemente cansado.
Sonó el teléfono.
—Monroe —dijo con desánimo.
—Soy Howard.
—Espero que tengas buenas noticias.
—Noticias tengo —respondió Smiles Pero la verdad es que no sé cómo tomármelas. En fin, la cosa es que la muestra ha arrojado un… ¿Cómo decirlo? Una identidad muy delicada.