En las cercanías de Woodstock, 30 de marzo, 14:00
Philip arañó un par de horas de sueño antes de tener que presentarse en la comisaría de policía de Oxford. Cuatro horas después, y con un sándwich envasado de pollo que compró al pasar por una panadería cerca de Carfax, volvía a Woodstock cuando, de pronto, le sonó el móvil.
—¿Qué tal?
Era Laura.
—¡Oh!, ya nos hemos despertado, ¿eh?
Laura suspiró al otro lado.
—En realidad, al poco de irte tú, me levanté y me puse las pilas. He estado en casa de James Lightman. Tenía la esperanza de encontrar a Bridges, pero no estaba.
—Al parecer, Monroe ha encontrado otra conexión entre las víctimas —dijo Philip—. No le he visto personalmente, y todas las personas con quienes he hablado se andaban con muchas reservas. Parece que el comisario no quiere soltar prenda. Pero resulta que todas las chicas asesinadas se habían sometido a una especie de análisis del perfil psicológico, llevado a cabo el año pasado por un equipo de investigadores de la universidad.
—¿En serio? —Laura parecía entusiasmada—. ¿Análisis del perfil psicológico? ¿Qué clase de…?
—No he conseguido muchos detalles. Al parecer, se trataba de una prueba voluntaria, una jornada de tests a cambio de un vale de cincuenta libras o algo así para libros. Participaron unas cuarenta chicas.
—¿No tienes nombres?
—Monroe y un par de oficiales más tienen la lista… No he averiguado nada más. Hay un hermetismo total. ¿Y tú, dónde estás?
—Cerca de tu casa. Entrando justamente en Woodstock.
—Pues yo no ando lejos. Nos vemos en casa.
Unos minutos después Philip entraba en la calle privada de su domicilio. Le chocó ver a Laura delante de la puerta de la cocina, con cara de angustia.
—¿Qué ocurre?
—Han entrado en la casa.
La siguió a toda prisa por el comedor hasta el salón. Los pedazos del ordenador estaban desperdigados por el suelo. Había papeles tirados por todas partes, estanterías volcadas con los libros por el suelo, dos de los cuadros de su madre descolgados… Se sentó en el respaldo de un sofá, cruzó los brazos y contempló el estropicio en silencio, antes de soltar un profundo suspiro, al tiempo que notaba cómo empezaba a hervirle la sangre.
—Lo siento, Philip —dijo Laura, de repente.
—¿Lo sientes? ¿Por qué?
—He sido quien te ha metido en este lío. Mis chaladuras y yo. Y ahora ha desaparecido todo lo que Charlie nos dejó.
—¿Qué te hace pensar eso?
—¡Hombre, mira a tu alrededor! —replicó ella, indicando el desbarajuste con las manos—. Esto no es obra de una pandilla de gamberros ni de un ladrón avispado, ¿no crees?
—Tienes razón, seguro —respondió Philip—, pero no debes preocuparte por lo de Charlie. Intuí que podía pasar algo así… y tuve la precaución de cogerlo todo y llevármelo. Lo tengo en el coche.