Oxford, 30 de marzo, poco antes del amanecer
—Mamá… Mamá, despierta.
Laura abrió los ojos y lo primero que vio fue la cara de Jo justo encima de ella. Se incorporó rápidamente y se presionó las sienes con los dedos. Suspirando, volvió a apoyar la espalda en los cojines del sofá.
—¡Madre mía!, ¿qué hora es?
—Las cuatro y cuarto.
—¿Y Philip?
—Estoy aquí. —Philip entró en el salón con una bandeja—. Creo que los tres lo necesitamos. —Dejó los cafés en la mesita baja de delante del sofá—. Bueno, en cualquier caso, Jo lo necesita. Tú te quedaste frita mientras pasaba todo.
Laura seguía medio dormida.
—¿De qué estás hablando, Philip?
Philip sonrió a Jo.
—Nuestra niña ha descifrado el código de Charlie.
—Bueno, lo he descifrado en parte —le corrigió ella.
Súbitamente, Laura se espabiló. Cogió una de las tazas de café y se arrellanó en el sofá.
—Empieza por el principio, y ve despacito —dijo.
Jo tenía en la mano un montón de hojas.
—Empecé probando con toda clase que posibilidades, pero no pasaba nada. Hay que experimentar. En fin, me puse a reflexionar sobre lo que Charlie había dicho de la Esfera de Rubí. Habló del scytale, y de repente se me ocurrió pensar que este código que Charlie puso en el disco era también un scytale. Otra de las pistas me la dio el número 3,5 que aparece detrás de la lista de colores. Luego está el bloque de números —siguió diciendo—. Siete filas de catorce enteros, escritos al azar. Parecía bastante verosímil pensar que estábamos ante una combinación numérica, una secuencia que fuese relevante. Por eso, decidí imprimir los números. Luego hice un canuto de papel que medía, exactamente, 3,5 centímetros de diámetro.
—¿Y los dígitos encajaban?
—No.
—¿Qué?
—No era tan fácil como creía. Me quedé sorprendida. Pero entonces miré otra vez el mensaje. Después del 3,5 aparece un 12 y luego «Nueva York». Yo había dado por hecho que Nueva York se refería, de algún modo, a la visita de Charlie y que podría tener su relevancia después.
—Pero entonces… —la interrumpió Philip— Jo demostró sus dotes de auténtico genio.
Jo sonrió a su padre.
—Con tus halagos llegarás a donde quieras, papi. Pero, a decir verdad, ahora que lo pienso, era evidente. Nueva York es el nombre de una tipografía. Tenía que imprimir los números usando la fuente «New York», en el cuerpo doce.
—¿Y eso si funcionó?
—Como la seda.
—O sea, que aquí tenemos otro scytale.
—El problema, sin embargo, es que seguía teniendo los mismos noventa y ocho números, las siete filas de catorce dígitos. Intenté averiguar si había alguna pauta obvia que saltase a la vista. Ya sabes, como números del uno al siete, o algo por el estilo, algo evidente. Pero nada.
—¿Y qué hiciste? —preguntó Laura.
—Malgastar una hora entera en un callejón sin salida, tratando de hallar relaciones numéricas, como duplicar el primer número: 3,5; 7; 14. Estoy segura de que Charlie lo hizo a propósito para despistar. Pero, cuando por fin me convencí de que así no llegaba a ninguna parte, me centré en la otra parte del mensaje: los colores. Y ahí es donde papá me echó una mano.
—Sé hacer más cosas, aparte de café —dijo Philip.
—Me alegra saberlo, porque esto sabe a rayos —replicó Laura, haciendo una mueca—. Era broma… Sigue.
—Mientras papá estaba en el ordenador, tratando de averiguar más cosas sobre la conexión con la alquimia de la que hablaba Charlie, yo me senté a esa otra mesa, con lápiz y papel de toda la vida.
—Por una feliz coincidencia, justo cuando Jo se quedó bloqueada, yo encontré información sobre la Tabla Esmeralda y sobre lo que intentaban hacer los alquimistas con sus inscripciones. En la Red no hay absolutamente nada sobre la Esfera de Rubí, pero supongo que eso ya te lo figurarías.
—Bueno, venga. Suéltalo: ¿qué averiguaste? —preguntó Laura, impaciente.
—Pues casi todo bastante disparatado —contestó Philip—. El trabajo de los alquimistas no se caracterizó precisamente por la coherencia. Estaban obsesionados con mantener su trabajo en secreto. Ahora entenderás por qué Charlie se sintió tan atraído por estos temas —replicó Philip—. Todo giraba en torno a códigos y lenguajes secretos; ningún alquimista lo contaba todo a los demás, siempre se guardaba algún secreto. Sin duda, no les gustaba nada compartir conocimientos, y cada cual interpretaba de forma diferente los hallazgos. Las más de las veces las descripciones que dejaron sobre sus descubrimientos contradicen el resto. Sin embargo… —Inspiró hondo y se frotó los ojos—. Había una serie de aspectos coincidentes. En primer lugar, empezaban los experimentos a partir de un reducido grupo de sustancias químicas; las mezclaban y las ponían a la lumbre, a ver qué pasaba. En segundo lugar, casi todos los alquimistas usaban la Tabla Esmeralda como fuente de información. La usaban para aplicar una especie de «receta», por así decirlo. En prácticamente todos los documentos que dejaron se recoge que siempre observaban el mismo fenómeno cuando aplicaban calor a su mezcla de sustancias químicas: veían que cambiaba de color. Siempre siguiendo la misma pauta, la mezcla al principio era negra e iba volviéndose blanca, amarilla y roja, por ese orden.
—¡Ah!
—Exacto. ¡Ah! —repuso Philip.
—Pero yo seguía sin llegar a nada —dijo Jo con una sonrisa burlona—. Salvo que me hizo centrarme en los colores del mensaje de Charlie y empecé a reflexionar sobre la relación que podrían guardar con la tabla numérica. Es evidente que Charlie los vinculaba estrechamente, pues en análisis de códigos todo tiene siempre una finalidad. Y Charlie es… era un maestro.
—Muy bien, ¿y qué hiciste?
—No mucho. Simplemente, mirar el cilindro de números —dijo Jo—. Y de repente lo vi.
—¿Qué viste?
—Los números 5, 6, 8, 4 en una de las columnas del scytale.
—¿La palabra «negro», cinco letras, «blanco», seis letras, etcétera? —preguntó Laura.
—Exacto. Y eso, madre, se denomina «clave».
—Vale, gracias, Jo. Que no soy Homer Simpson.
—El bloque de texto es un mensaje con instrucciones —interrumpió Philip—. Y dice así:
EN PRIMER LUGAR: USA LA MISMA CLAVE PARA DESCIFRAR EL DOCUMENTO DE NEWTON. INTERPRETA EL ENSALMO —PODRÍA INTERESARTE—. EL DIAGRAMA REPRESENTA EL LABERINTO DE LOS SÓTANOS DE LA BODLEIAN. SE ENCUENTRA POR TRILL MILL STREAM, PUERTA EN EL MURO, A SESENTA Y TRES PASOS DESDE LA ENTRADA OESTE. AL FINAL DE LA PÁGINA HAY UNA CITA ESENCIAL: LA NECESITARÁS DESPUÉS. ¡BUENA SUERTE!
—¡Fantástico, Jo! —exclamó Laura—. Vale. Ahora me toca a mí. —Se levantó del sofá de un brinco—. El documento de Newton, Philip, por favor —dijo—. Y muchos más litros de tu excelente café.
Laura extendió el pliego de papel encima de la mesa del salón. Charlie había usado una fotocopiadora de color de alta resolución y en la reproducción se veía perfectamente hasta la última arruga y hasta la última muesca del original. Tenía una tonalidad ocre oscura, y el borde blanco delataba que Charlie había montado el documento encima de una cartulina blanca. Las letras eran de diferentes tonos grises. Laura dio por hecho que Newton había utilizado tintas diferentes y añadido texto a lo largo del tiempo. Alrededor del cuerpo central de la página había varios diagramas y dibujos, símbolos y fórmulas, todos de trazo sencillo. Laura se preguntó qué significaría esa cabeza de carnero, ese símbolo del Sol, esas letras griegas…
Al principio del escrito se leían las palabras: PRINCIPIA CHEMICUM ISAAC NEUUTONUS, y debajo había dos renglones en latín.
—El subtítulo es, prácticamente, lo único que tiene cierto sentido a simple vista —dijo Laura, sentándose en una silla e inclinándose sobre el papel con los brazos cruzados encima de la mesa—. Hasta ahí llegué cuando veníamos de Londres.
—¿Tiene sentido? —preguntaron Philip y Jo al unísono.
—Pero bueno, ¿dónde habéis estudiado vosotros dos? Aquí dice: «Del manuscrito del adepto Ripley, complementado con mis propias averiguaciones y exploraciones. Traducido del texto egipcioo original».
El resto de la página estaba dividido en dos partes de una extensión casi similar. La primera sección la formaban varias líneas de texto, escritas con un tipo de letra semejante al que aparecía en el texto que Charlie había grabado en el disco. Debajo había un diagrama dibujado con simples rasgos, que más parecía un garabato. Representaba una trama de líneas que se cruzaban, y que hacían pensar en un complicado laberinto de pasadizos. Al pie del croquis aparecían unos renglones que llegaban casi hasta el final de la página. Junto a ellos, una frase suelta en latín vulgar:
ALUMNUS AMAS SEMPER UNICIUTUM TUA DEUS
—Te toca otra vez, mami —apuntó Jo, con voz cansada.
—Sí. Esta frase es un poco rara. Literalmente dice: «Alumno ama siempre…» em, de forma excepcional, supongo… a vuestro, «a tu… Dios». Lo cual queda forzado, así que imagino que sería mejor traducirlo por algo así como: «Adepto…». Eso es, mejor adepto para alumnus… «Adepto, ama siempre a tu Dios».
—¿Adepto, ama siempre a tu Dios? ¿Una especie de saludo de despedida? ¿Como una firma al final del documento? —se preguntó Philip.
—Podría ser. Quizá sea una especie de frase hecha, usada por los alquimistas, del estilo de «Que Dios os bendiga» o «Con mis mejores deseos» —Laura se encogió de hombros—. No parece ayudar gran cosa… Pongámonos manos a la obra con este primer bloque de texto usando la clave.
—5,6,8,4 —dijo Jo—. O sea, quinta letra, undécima, décimo novena, vigésimo tercera.
Mientras recorrían metódicamente el texto, Philip iba anotando cada letra en un folio en blanco. A los pocos minutos, habían extraído ya nueve frases.
—Vuelve a ser latín —señaló Laura—. Sé traducir las primeras palabras, pero no hay espacio entre ellas.
Veinte minutos después habían organizado entre los tres la ristra de letras para formar un párrafo de palabras latinas que Laura fue traduciendo y escribiendo en otra hoja de papel.
Eres Mercurio la flor poderosa,
Sobremanera digno de honor;
Eres la fuente de Sol, Luna y Marte,
Colono de Saturno, y fuente de Venus,
Eres Emperador, Príncipe y el más regio de los Reyes,
Eres Padre del espejo y hacedor de Luz.
Eres cabeza, y el más alto y el más bello a la Vista.
Todos te alabamos.
Todos te alabamos. Dador de Verdad.
Te buscamos, te imploramos, te damos la bienvenida.
—Vaya memez —se burló Philip, reprimiendo una carcajada.
—Es posible. Pero, evidentemente, es una especie de conjuro. No puedo sino inferir que se trata del conjuro que usaba la Orden de la Esfinge Negra para invocar a Pedro Botero.
—Y es lo que necesita la Orden actual para llevar a cabo el ritual.
—Y lo que Charlie les entregó, en una versión algo modificada —dijo Philip.
—¿Por qué se molestó en modificar nada, si no son más que un montón de chorradas? —preguntó Jo.
—Porque es creyente. Nunca llegué a entender de verdad cómo alguien tan inteligente podía creerse todos estos rollos. Pero ahí lo tenéis. Para Charlie, este conjuro era una manera de invocar al Diablo, igual que lo es para los integrantes de la Orden. Newton lo creía, pero al fin y al cabo vivió en una época completamente diferente a la nuestra, en la que la magia y la brujería se aceptaban del mismo modo que hoy nosotros aceptamos los principios de la ciencia.
—Por mí, ya pueden creer en el monstruo del lago Ness si quieren —añadió Philip—. Pero nosotros tenemos que hacer todo lo que esté en nuestras manos para impedir que cometan más asesinatos. Y sólo nos quedan unas doce horas para el siguiente.
Laura se fijó en el diagrama.
—Este debe de ser el laberinto —dijo.
—Al que se accede desde… ¿dónde era? —preguntó Jo.
—El Trill Mill Stream.
—¿Qué coño es eso?
Laura miró a Philip y los dos se echaron a reír.
—Sólo lleva unos meses aquí la criaturita —dijo Philip.
Jo puso los ojos en blanco.
—¡Oh, sabios! ¡Os lo ruego, impartid vuestra ancestral sabiduría!
—Es bastante famoso, Jo. Una corriente de agua que discurre por debajo de la ciudad desde Christ Church Meadow. Mide kilómetro y medio aproximadamente. De joven, T. E. Lawrence acostumbraba a cruzarlo en barca… Eso fue antes de que se le conociese como Lawrence de Arabia.
—¿En serio?
—Sí, y cuenta la leyenda que en los años veinte alguien encontró una batea encallada allí dentro con dos esqueletos con atuendo de la época victoriana. Los tipos habían quedado atrapados y habían muerto.
—¡Qué repelús! —dijo Jo—. Suena a peli de miedo de serie B.
—Pues me temo que es cierto, por horrible que parezca —comentó Philip.
—Y yo creo que ha llegado el momento de echarle un vistazo con nuestros propios ojos —dijo Laura.