XXXII

Oxford, 29 de marzo. 21:05

De vuelta a casa, Philip puso la estufa Aga al máximo y encendió el hervidor, mientras Laura subía a su cuarto a buscar una chaqueta de lana. Minutos después, estaban los dos en el salón con un fuego recién encendido en la chimenea.

—El caso —empezó a decir Philip, y dio un sorbo a una taza de té caliente— es que casi con toda seguridad la desaparición de Lightman no tiene nada que ver con los asesinatos. Ha sido una coincidencia.

Laura lo miró desconcertada.

—No te puedo decir de qué manera están relacionados, pero, vamos, sí que es bastante… raro.

Philip se encogió de hombros.

—¿Te dio la impresión de que Lightman estuviese enfermo, o angustiado por algo? ¿Se le ha podido ir la olla?

Laura meneó la cabeza.

—¿Estaba deprimido?

—No lo sé. En estos años le he visto sólo en contadas ocasiones. A mí me parecía que estaba perfectamente cuerdo. ¿Por qué? ¿Crees que bajó del coche y se largó por su propio pie?

—Esas cosas pasan.

—Sin duda. Pero ¿Lightman?

—O sea, que lo han secuestrado.

Laura levantó la vista del té.

—Sabe Dios, Philip. Pero ¿quién…?

—Supongo que lo sabremos muy pronto. La policía no querrá que se le escape el caso tan fácilmente. Lightman es una celebridad en Oxford. Además de uno de los hombres más ricos de Gran Bretaña. —Sostuvo en alto el DVD que habían cogido de la caja 14—. ¿Lo vemos?

Durante unos segundos, sólo se vio niebla y a continuación la imagen de Charlie Tucker llenó la pantalla: Charlie Tucker sentado en una silla, mirando directamente a la cámara. Detrás tenía las estanterías de libros; al lado de la silla, en el suelo, un cenicero. Charlie daba una calada a un cigarrillo. Todo indicaba que estaba grabándose a sí mismo; el ángulo no era del todo correcto y la iluminación resultaba escasa.

«—Hola, Laura, nena. Bueno, por lo menos espero que lo veas —dedicó una sonrisa rápida y nerviosa a la cámara—. Cuando recibas la grabación… —siguió diciendo— estaré muerto o muy lejos de aquí».

Laura sintió que se le formaba un nudo en el estómago.

«—Los hechos son los siguientes —continuó Charlie—: mi vida está en peligro. No tengo mucho tiempo para explicártelo, pero hay mucho que decir. No soporto ponerte en peligro, pero cuando viniste a verme el otro día… bueno, me dio la sensación de que estabas ya metida hasta el cuello, así que…

»¿Por dónde empiezo? Bien, veamos… Es evidente que has pasado por la caja 14 de Paddington y que tienes en tu poder el texto de Newton. Supongo que te estarás preguntando cómo coño vino a parar semejante documento a mis manos. Pues la verdad es que estuve metido un tiempo en el grupo que te conté, ya sabes, el de los ocultistas…

»Hablo en pasado porque espero haber terminado con ellos definitivamente. Verás, entré en el grupo sin poder negarme. Tenían pruebas incriminatorias contra mí relacionadas con mis actividades políticas de los ochenta, y… bueno, el Gobierno tiene una memoria de elefante, sobre todo cuando se trata del tipo de cosas en las que andaba metido yo. —Sonrió con aires de conspirador—. En fin, en cuanto supe lo que el grupo se traía entre manos, salí por patas. No quiero formar parte de una cosa así».

El cigarrillo se había consumido hasta el filtro, y Charlie hizo una pausa para sacar otro del paquete que llevaba en el bolsillo. Lo encendió con el anterior, dio una calada honda y exhaló una nube de humo.

«—Oye —se removió en la silla—. Seguramente todo esto no tiene ni pies ni cabeza para ti. Así que deja que te lo cuente todo desde el principio. —Tosió—. Remontémonos mil seiscientos años, hasta la Biblioteca de Alejandría. La bibliotecaria, una persona muy erudita, se llamaba Hipatia. Pues bien, Hipatia era toda una mujer: no sólo fue una de las personas más cultas de la época, sino que además generó una gran polémica al rechazar muchas de las ideas del novedoso cristianismo, que estaba extendiéndose por todo el mundo. Un grupo de cristianos, ¡qué piadosos ellos!, la tacharon de hereje y al final la desollaron viva. —Charlie esbozó una sonrisita.

»Hipatia fue una adepta, una iniciada en las ciencias ocultas. Mil años después la habrían tildado de bruja buena. A su cargo tuvo algunos de los artefactos más importantes que haya conocido la civilización. Conservaba en su biblioteca manuscritos fuera de lo común, relativos a cualquier aspecto de lo esotérico, tanto a la magia negra como a la magia blanca, y tenía en su poder los dos mayores tesoros alquímicos que haya conocido la humanidad: la Tabla Esmeralda y la Esfera de Rubí.

»La Tabla Esmeralda es famosa, por supuesto. Con el paso de los siglos ha llegado a establecerse como el pilar maestro de la ley alquímica. Para el alquimista viene a ser una especie de “manual de instrucciones” de su trabajo. No tan conocida es la Esfera de Rubí. Desde los tiempos de Hipatia han circulado rumores sobre este objeto por el mundo hermético, pero son muy pocos los que la han visto y, menos aún, los que saben algo sobre los poderes que contiene.

»La noche en que la Biblioteca de Alejandría se destruyó, el 13 de marzo de 415, Hipatia se aseguró de que la Tabla Esmeralda saliese de la ciudad y fuese trasladada a Europa, donde quedó bajo la protección de una estirpe de alquimistas durante siglos. Por su parte, ella misma puso a salvo la Esfera de Rubí, escondiéndola en un lugar secreto, en los sótanos de la Biblioteca. Un año después su padre, Teón, cogió el preciado objeto y lo trajo a Inglaterra. Aquí se reunió con los cabecillas de un pequeño grupo de adeptos que se hacían llamar a sí mismos los Guardianes, cuyos secretos provenían del antiguo Egipto y de los primeros alquimistas y en cuyas artes se habían formado Hipatia y Teón.

»Los Guardianes escondieron la Esfera de Rubí en una cripta secreta a la que sólo se podía acceder a través de un laberinto subterráneo. El grupo construyó el escondite cerca de su lugar de reuniones y se cercioraron de que los únicos que pudiesen atravesar el laberinto fuesen aquellos que poseyeran los conocimientos secretos necesarios para superar una serie de pruebas. Casi mil años después, la ciudad de Oxford se levantó encima de aquel lugar.

»La Esfera de Rubí permaneció en su escondite hasta el siglo XVII, cuando Christopher Wren recibió el encargo de construir el Sheldonian Theatre. Wren descubrió el laberinto, pero no hizo nada al respecto. Sin embargo, un par de décadas después Isaac Newton, tal vez el mejor alquimista de su época o, a decir verdad, de cualquier época, encontró por casualidad las pistas cruciales para hallar la esfera gracias a un documento que había pasado por las manos de otro alquimista, dos siglos antes que él: un hombre llamado George Ripley».

Charlie se recostó en la silla y echó el humo hacia la cámara.

«—Eso casi supuso un desastre. La esfera tiene un poder auténticamente formidable y Newton era un genio obsesionado por esclarecer los secretos del universo, al precio que fuese. Con la esfera en su poder, tenía la oportunidad de ver cumplido su sueño».

Hizo una breve pausa y apagó el cigarrillo.

«—¿A que te estás preguntando de qué va todo este lío? ¿Qué tiene de especial la dichosa Esfera de Rubí? ¿Por qué es tan importante, hasta el punto que darían la vida por protegerla? ¿O asesinarían para obtenerla? Pues porque la esfera es la clave para encontrar la Piedra Filosofal y el Elixir de la Vida, el sueño último de todo alquimista. Nadie sabe realmente quién fabricó la esfera. Es tan antigua, por lo menos, como la primera civilización egipcia, y hay quien ha aventurado que su origen no es de este mundo. Leyendo la inscripción que la rodea en forma de cinta enroscada, el prosélito tiene los medios para invocar al Diablo y pedirle que transforme el contenido inerte del crisol en la mítica y más preciada de todas las piedras.

»Bueno, Laura, no te culparía si creyeras que todo esto no son más que un montón de tonterías. Pero al margen de si crees o no que la Esfera de Rubí se puede usar para invocar al Diablo, hay gente que lo cree a pies juntillas. Y en estos momentos en Oxford hay un grupo de poderosos alquimistas dispuestos a demostrarlo. No tienen la esfera en su poder, pero sí algunos de los secretos que necesitan saber.

»E imagino que estarás tratando de entender cuál es la relación existente entre Isaac Newton, en el siglo XVII, y esta asociación del siglo XXI. Y te estás preguntando porqué te he entregado una copia de la obra secreta de Newton, escrita en clave, y también debes de estar tratando de entender qué tengo yo que ver en todo esto y por qué mi vida corre peligro.

»Verás. Newton fue el precursor del grupo actual. A su conciliábulo lo llamó La Orden de la Esfinge Negra, el mismo nombre que emplearon originariamente los antiguos alquimistas egipcios que utilizaron la esfera por primera vez. Newton creó lo que se ha venido en llamar una Trinidad Pecaminosa con su amante, el estudiante de Medicina Nicholas Fatio du Duillier, y un conocido de ambos, James Boyle, el hermano menor del gran Robert Boyle. La relación entre Newton y sus amigos y la Orden de la Esfinge Negra de nuestros días es la conjunción de los planetas. En 1690, unos dieciocho meses antes de que se produjese una conjunción de cinco planetas, Newton encontró la manera de obtener la Esfera de Rubí. La próxima vez que tuvo lugar esa conjunción, el profesor Milliner se había apropiado de parte de los conocimientos secretos de la Orden y había probado suerte. Y ahora la Orden está intentando repetir el experimento de Newton.

»Y ¿en qué consiste este experimento? Supongo que ya lo habrás averiguado. La Esfera de Rubí exige al adepto que reúna cinco órganos, cada uno de los cuales debe extraerse de una mujer joven a unas horas y unos días documentados con toda exactitud. En el lugar de cada órgano se deja una moneda de metal, una moneda del antiguo Egipto, de la era Arkhanon, en la que aparecen cinco mujeres: las cinco víctimas. Los órganos se conservan para utilizarlos en el momento oportuno, previamente establecido. Estos órganos, colocados en los vértices de la estrella de cinco puntas, cumplen un papel primordial durante la ceremonia mediante la cual, si todo sale bien, se invocará al Diablo para que se presente y comunique el secreto de la elaboración de la Piedra Filosofal.

»Newton y sus amigos consiguieron reunir todos los órganos, después de cargarse a cinco chicas en Oxford. Los órganos —un corazón, un cerebro, dos riñones, una vesícula y un hígado— se conservaron siguiendo las técnicas transmitidas por los miembros originales de la Orden, unos alquimistas egipcios especializados en el arte del embalsamamiento y la conservación de órganos. Era la especialidad de Du Duillier, que había estudiado detenidamente cada procedimiento y había hecho todo lo posible por reproducir las antiguas técnicas. El ritual debía llevarse a cabo en una cámara situada debajo de la Biblioteca Bodleian, que forma parte del laberinto de los Guardianes. Newton y sus amigos llegaron a esta cámara por una entrada secreta practicada en las bodegas de Hertford College, próximo a la Bodleian. Para llegar, era imprescindible superar las pruebas diseñadas por los Guardianes del siglo V. Pero lo consiguieron con relativa facilidad, ya que Newton disponía de la información necesaria, recogida en el manuscrito de George Ripley. Y sólo gracias a la intervención de los Guardianes en el último momento, Newton no pudo terminar el ritual.

»Por lo que sé de ellos, los Guardianes se mueven aún más en secreto que la propia Orden de la Esfinge Negra, y han tenido más éxito que ésta. Hasta ahora. En tiempos de Newton, el cabecilla de los Guardianes era Robert Boyle. Una ironía, ¿verdad?, que James fuese un integrante fundamental del grupo de Newton. Robert contaba con la ayuda del gran rival de Newton, Robert Hooke, y con la de un hombre que se llamaba John Wickins, que había sido la persona más allegada a Newton, su compañero de alojamiento, y al que habían introducido en Cambridge cuando era joven con el objetivo específico de vigilar a Newton de cerca».

Charlie clavó su intensa mirada en la cámara.

«—La Orden actual de la Esfinge Negra está detrás de los asesinatos de mujeres jóvenes en Oxford. En sus filas hay un asesino entrenado para tal fin, un hombre al que sólo se le conoce como el Acólito. Están reuniendo los órganos para su correcta conservación, y esta vez tienen a su disposición la tecnología del siglo XXI. Su intención es la misma que la de Newton y Milliner: representar un ritual esotérico cuando Marte, Venus y Júpiter estén en conjunción con el Sol y la Luna. Esto ocurrirá el 31 de marzo, pasado mañana, a la 1:34 de la madrugada.

»¿Y qué pinto yo en todo esto? —Charlie se removió en el asiento antes de responder a su propia pregunta—. ¿Recuerdas cuando fui a verte a Nueva York, Laura? Estaba representando a la Orden. Verás: la Orden del siglo XXI no ha tenido nunca en su poder la Esfera de Rubí. Aparte de los Guardianes, Isaac Newton y sus compañeros han sido los únicos que han visto o tocado el preciado objeto desde los tiempos de Hipatia. Y cuando en 1690 se deshizo su conciliábulo, Robert Boyle la recuperó y la escondió. Es más: todos los papeles que Newton tenía sobre el tema fueron destruidos. Bueno, todos menos uno: un breve documento en clave titulado Principia Chemicum, una copia del cual está ahora en tus manos.

»Éste es el documento que conseguí en Nueva York para la Orden. Sabían que, casi con toda seguridad, nunca conseguirían la esfera a tiempo para la conjunción. Y sin ella, todos sus esfuerzos serían en vano. Sin embargo, el jefe de la Orden, un tipo al que yo no he visto nunca y cuya identidad se ha mantenido siempre en secreto, se enteró de la existencia del manuscrito de Newton y de la información que contenía; entre otras cosas: una versión lineal de la inscripción».

Era el momento de encender otro cigarrillo.

«—Te lo voy a explicar. Antes dije que había una inscripción en la esfera. Se trata de una sola línea de jeroglíficos egipcios, grabada en el rubí, que se enrosca alrededor desde uno de sus polos hasta el otro. Los creadores de la esfera procedieron con sumo cuidado para que los conocimientos recogidos en dicha inscripción sólo estuviesen al alcance de los iniciados. Por eso, recurrieron a una ingeniosa codificación denominada esteganografía, o, dicho de otro modo, un código físico. Lo que quiero decir es que el mensaje, el ensalmo que hay que usar durante el ritual, tenía que leerse en la esfera mirando verticalmente los símbolos, o sea, de arriba abajo, no girando la espiral. Se trata de una antigua técnica denominada scytale.

»Todo perfecto si tienes la esfera. Pero los únicos que la han tenido en sus manos alguna vez fueron Newton y los Guardianes. En el documento que encontré en Nueva York, el manuscrito de Newton, aparece copiada la inscripción traducida al latín. Pero como está transcrita linealmente, resulta prácticamente inservible. Yo estudié Matemáticas, ¿recuerdas? Y me especialicé en criptografía. El jefe de la Orden actual lo sabía. Y me ofrecieron un trabajo que no podía rechazar. Yo no tenía ni idea de lo que pretendían hacer. Bueno, al menos no hasta que conseguí el manuscrito.

»Tardé casi un año entero en descifrar la inscripción lineal. La variable que faltaba eran las dimensiones de la esfera. Con ese dato, puedes enrollar la inscripción lineal, formar así una espiral e ir leyendo de arriba abajo las letras para extraer el mensaje oculto. Dado que Newton no dejó constancia de las dimensiones de la esfera, podías pasarte toda la vida tratando de adivinarlas y no llegar nunca a la interpretación correcta. Sólo había otra manera de desentrañar el código: aplicar los métodos más avanzados de decodificación y un ordenador carísimo. Me dieron el equipo y, en fin, lo demás estaba aquí dentro —se dio una palmadita en la cabeza—. Ser un genio tiene sus aplicaciones.

»Durante todo el tiempo que estuve tratando de resolver el código, los representantes de la Orden no dejaban de presionarme. Pero al mismo tiempo, decidí averiguar todo lo posible acerca de lo que tenían pensado hacer con él. Lo que nunca he conseguido saber a ciencia cierta es quiénes son los miembros de la Orden. Ni quién es el jefe. Todo se hacía a través de mensajeros y de correos electrónicos escritos en clave. Pero cuando descubrí cuáles eran sus intenciones, quise salirme.

»Hace sólo dos semanas les entregué el código descifrado. Pero lo que tienen no les sirve de mucho. Todavía no lo saben y, mientras, siguen matando. En algo más de veinticuatro horas morirán otras dos chicas, a no ser que alguien frene a la Orden».

Charlie dio una calada larga, contemplativa, al cigarrillo.

«—Laura, ahora depende de ti. Espero que consigas la ayuda de personas de tu confianza. No puedo hacer mucho más para ayudarte, salvo transmitirte lo que he averiguado, así que aquí lo tienes.

»Aunque Newton no disponía de la tecnología necesaria para conservar los órganos hasta la ceremonia, sí que contaba con muchas ventajas frente a los miembros actuales de la Orden de la Esfinge Negra. La más importante de todas es que tenía la esfera en su poder. Por otra parte, cuando los Guardianes destruyeron la Orden en 1690, perdieron prácticamente todos sus documentos y Boyle y sus compañeros se aseguraron de sellar la entrada secreta al laberinto desde el Hertford College. Los Guardianes crearon un nuevo punto de acceso, cuya ubicación deberás descubrir a partir de otras pistas que te iré dando. Ese paso comunica con un largo túnel que conduce al laberinto original, el que está debajo de la Bodleian.

»Esto significa que en 1851 Milliner se enfrentaba a tres serios problemas. No tenía la esfera, pero actuó a partir de una misteriosa copia de la inscripción lineal que seguramente James, el hermano de Boyle, había conseguido proteger de los Guardianes en 1690. Tampoco tenía una idea muy clara de cómo conservar los órganos que había empezado a reunir en Oxford. Y, por último, no sabía cómo acceder al laberinto, pues ya no existía el punto de acceso del Hertford. Y, por descontado, no estaba al corriente de los secretos de los Guardianes, de modo que no podía haberse enterado de la existencia de la nueva entrada, practicada después de la época de Newton. Para superar todos estos obstáculos, Milliner hizo algo extraordinario. Desde hacía años, sabía que debajo de la Bodleian había kilómetros de túneles. Ya en la era victoriana dichos túneles ocupaban una gran extensión. Gracias a sus profundos conocimientos esotéricos y de las tradiciones de la Orden de la Esfinge Negra, tenía una idea bastante clara de la ubicación de la antigua cámara en la que debía celebrarse la ceremonia. Así pues, financió unas pequeñas obras de construcción o, más bien, de demolición, que entrañaban comunicar los túneles más cercanos con aquéllos que condujesen a la cámara. Las obras se llevaron a cabo a finales de la década de los cuarenta del siglo XIX, y un mes después de la finalización, encontraron ahorcado al pobre arquitecto contratado por Milliner. La policía creyó que se había tratado de un suicidio».

Charlie empezó a toser sin parar.

«—¡Dios! —dijo al cabo de un rato—. Está claro que tengo que dejar esta mierda. Tengo la profunda sensación —siguió diciendo— de que los miembros actuales de la Orden no saben cómo llegar a la cámara por el laberinto de los Guardianes, pero sí que conocen la vía que abrió Milliner, gracias a la cual no hace falta pasar por el laberinto. Sin un mapa resultaría imposible llegar a la cámara desde la superficie o salir de los túneles. Por lo que sé, sólo existe una copia de dicho mapa. Y la Orden lo tiene escondido en lugar muy seguro.

»Bueno —dijo Charlie, dando un suspiro largo—. Casi he llegado al final de este extraño monólogo. Espero que ahora entiendas un poco mejor el trasfondo de la situación. Ojalá pudiera estar ahí contigo para ayudarte, pero… En fin, de todos modos lo único que te puedo ofrecer son unas cuantas pistas. En el DVD encontrarás también información valiosa que te servirá de ayuda. Cuando termine esta explicación, mete el disco en el ordenador. Tendrás que descifrar mi mensaje, Laura; un mensaje personal, para ti, que impedirá que otras personas accedan al contenido del disco. Una vez dentro, encontrarás información que te ayudará a traducir el manuscrito de Newton y, a partir de ahí, encontrarás la entrada actual del laberinto. Cuando des con él, tendrás que arreglártelas tú sola, porque no tengo ni idea de cuáles son los obstáculos que pusieron los Guardianes ni de cómo puedes cruzar el laberinto superando las tres pruebas creadas por los antiguos. Por desgracia, aunque Newton había conseguido cruzarlo a solas con ayuda del manuscrito de Ripley y, después, con Du Duillier y el joven Boyle, apenas dejó información sobre el laberinto en su documento.

»Adiós, Laura. Espero que cuando veas esto, siga vivo y esté bronceándome en alguna playa exótica. A lo mejor, cuando acabe todo podamos encontrarnos y contarnos cosas de los viejos tiempos, como cuando estuve en Nueva York. Adiós, pavo real».

La pantalla se quedó sin imagen. Philip y Laura estaban tan absortos en sus pensamientos, que no oyeron a Jo abrir la puerta de casa y entrar en el salón.

Laura levantó la vista.

—¡Oh, hola, cariño! —dijo distraídamente.

—¿Era bueno, el programa? —preguntó Jo.

—Era un mensaje grabado de Charlie.

Jo miró a su madre sin entender nada.

—Una grabación que hizo justo antes de morir. En ella explica un montón de cosas.

Laura apretó el botón del mando, y el DVD empezó otra vez.

—Y bien, ¿a qué estamos esperando? —dijo Jo nada más acabar de verlo—. Al ordenador.

Philip metió el disco en el lector y apareció en la pantalla un mensajito:

Pulsa «1» y contesta

Philip apretó la tecla «1» y apareció otra frase:

LAURA, AQUELLA NOCHE TE GUSTÓ

Philip se volvió para mirar a Laura, con una ceja levantada.

—¿Y eso?

—¿El qué? ¿Qué quieres decir?

—Es la pista personal que mencionaba Charlie. La respuesta será algo que sólo sea evidente para ti.

—¿Charlie y tú…? —preguntó Philip.

—¡Ay, por favor!

—Vale, vale, sólo quería…

—Debe de estar refiriéndose a Nueva York —manifestó Laura—. Era la primera vez en veinte años que le veía de noche. Fuimos al Harry’s Griss, en la calle Treinta y cuatro. —Guardó silencio y miró la pantalla sin saber qué decir, tratando de recordar aquella velada.

—¿Hubo algo especial? —preguntó Philip.

—La créme brûlée estaba de muerte.

—Vamos a probar —dijo Jo.

Philip tecleó «Créme Brûlée» y la pantalla se quedó vacía momentáneamente, hasta que apareció otro mensaje.

TEMPLADO. LO SIENTO, NO ES LA RESPUESTA CORRECTA. TE QUEDAN OTROS DOS INTENTOS

—¡Mierda! —exclamó Philip.

—¿Qué pasa? Creí que era eso. —Laura silbó entre dientes y se volvió hacia su hija.

Jo se encogió de hombros.

—Demasiado fácil, evidentemente. —Acercó una silla y se apoyó en la mesa mirando a Philip—. Vale, nos quedan dos oportunidades más y se acabó. Será mejor que nos lo tomemos con un poco más de cuidado.

—Pero es que esto es imposible —se quejó Laura—. Podría ser cualquier cosa.

—Ya, pero, mami, es un código personal, algo que tú sabrías sin pensarlo.

—Por eso sugerí créme brûlée, Jo…

—Bueno —dijo Philip—. Pensemos. La pista de Charlie decía: AQUELLA NOCHE TE GUSTÓ. ¿A qué otra cosa podría estar refiriéndose? ¿Cómo puedes estar segura de que se refiere a aquella noche en Nueva York?

—¿Y yo qué sé? —Laura podía notar cómo la frustración le iba en aumento.

—A mí me parece que los tiros van por ahí —intervino Jo—. Charlie dice «templado», lo cual debe de referirse a la velada en el restaurante. Pero el código podría ser Créme o Brûlée o, CB… cualquier cosa.

Se quedaron los tres callados unos instantes. Jo parecía estar perdida en sus propias cavilaciones. Laura se pasó los dedos por el pelo y clavó la mirada en la pantalla.

—Creo que tienes razón —dijo Philip, al cabo—. Podría ser cualquier cosa. Pero, después de la primera intentona, Charlie te ha brindado una pista. A lo mejor necesitamos más información.

—Sí, pero entonces sólo nos quedaría un último intento.

—¿Se te ocurre alguna propuesta mejor? —replicó Philip.

—Un momento —dijo Laura, de pronto—. Si fallamos después de tres intentos, ¿no podemos volver a meter el disco y empezar de cero?

—Lo dudo. Se borrará, estoy segura —contestó Jo—. O se autodestruirá, como en Misión imposible.

—Joder…

—Aun así, creo que papá tiene razón. Si no tenemos más información, podríamos pasarnos la noche entera lanzando suposiciones al azar. Probemos con algo y crucemos los dedos.

—No me parece muy científico —replicó Philip.

—¿Qué tal si sólo ponemos Brûlée? —propuso Jo.

Laura se encogió de hombros.

—Supongo que sí.

Philip tecleó la palabra. Al poco, apareció un nuevo mensaje.

ME DEJAS DE PIEDRA, LAURA. ¡SE SUPONÍA QUE TENÍA QUE RESULTARTE FÁCIL! VENGA, NENA, SÓLO SON SEIS LETRAS.

—¡Maldita sea! —exclamó Laura, y soltó el aire por entre los dientes apretados. Entonces, de pronto, dio una palmada—. No, no, claro, eso es…

—¿Qué?

—Ahora lo recuerdo. Estábamos a punto de tomarnos la créme brûlée cuando empezó a sonar Brown Sugar de los Rolling Stones por los altavoces del restaurante. Charlie bromeó con la coincidencia. Créme BrûléeBrown Sugar… ¿Lo pilláis? —Se inclinó por encima del hombro de Philip y tecleó seis letras.

—Un momento, Laura —protestó Philip, doblando la cintura para mirarla a la cara—. ¿Qué vas a escribir?

—Las seis letras, claro está. Lo ha dicho Charlie. Tiene que ser «PIEDRA», ¿a que sí? Además, ¿de qué trata todo este misterio? ¿Qué persigue la Orden de la Esfinge Negra? ¿Qué estaba tratando de obtener Newton?

Se volvió hacia el ordenador y, antes de que ninguno de ellos pudiese decir nada, tecleó las seis letras y apretó «Intro». Esta vez la pantalla se puso negra. De repente, apareció la palabra:

ENHORABUENA.

Laura lanzó un hondo suspiro y volvió a pulsar «Intro». La pantalla se iluminó con un nuevo mensaje, más complejo, formado por un renglón de palabras y, debajo, una serie de números:

NEGRO, BLANCO, AMARILLO, ROJO, NUEVA YORK

3,5; 12;

67498763258997

86746496688598

97684795900082

08736047437980

73849096006064

87474877345985

47932768480950

Debajo de estos números había un bloque de texto formado por cientos de letras sin espacios entre ellas.

—¿Ya está? —preguntó Philip, y bajó el cursor hasta el tope de la página.

Pero no había nada más.

—¿Sabes qué? —dijo Jo—. Tu amigo Charlie Tucker es algo así como una leyenda en el Departamento de Matemáticas. —Hizo un ademán hacia Philip para que se levantase y le dejase su silla.

Laura miró a su hija.

—Bueno, no andaba muy desencaminado cuando se llamaba genio a sí mismo en el DVD.

—Dímelo a mí. El profesor Norrington, el catedrático que imparte Teoría de Grupos, recuerda a Charlie de cuando empezó a dar clases en Oxford. Norrington trabajó para la CIA y para el MI5 antes de metamorfosearse en profesor de universidad. Era descifrador de códigos y afirma que Charlie es el único matemático que ha conocido capaz de crear códigos que ni él mismo puede descifrar.

—Sí, pero ahora quiere que nosotros conozcamos esta información, ¿no?

—Desde luego —contestó Jo—. Pero lo lleva en la sangre… No puede limitarse a comunicarla sin más.

—Fantástico —replicó Laura, y fue hacia el sofá.

—Pero, por suerte —siguió diciendo Jo—, conocéis a otro genio… Y mi asignatura favorita de primero es Teoría de Grupos, un tema bastante importante a la hora de descifrar códigos. —Flexionó los dedos varias veces y observó atentamente la pantalla—. Y me encanta todo lo que suponga un reto.