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Cuando el pére de Trennes, tras el derrumbe de las utopías y discursos con que nos engañábamos, se desinteresó de mí y me abandonó a mi suerte, me refugié con una docena de ex gasolinas en una casita de Nanterre nuestro proyecto de revolución total había fracasado, nos sentíamos frágiles y desamparadas, decidimos vivir en comunidad pero riñas y celos acabaron pronto con ella y nos dispersaron

me encontré de golpe sin pasta ni trabajo, me prostituí, comencé a rodar cuesta abajo, sólo la ilusión de ser mujer me procuraba una bocanada de oxígeno, quería reunir la suma necesaria para la ablación del pene y los gemelitos, y aunque los amigos a quienes recurrí me volvían la espalda, alcancé a polvo y paja la cantidad que me pedía el superespecialista (el médico argentino citado por M. P.)

recuerdo el júbilo con que acogí a la salida del bloque operatorio la supresión de mis complementos, era una transexual!, hice imprimir tarjetas de visita con mi nombre feminizado precedido de un Mademoiselle que me supo a cielo, redacté también una carta en castellano y en inglés para mi familia de las Islas, vuestro Pablo Armando Jr. es ahora Paulina, piensa en casarse y tener hijos, espero mandaros pronto mi foto con traje de Pronuptia, planeaba en una dicha difícil de expresar, pedía a Dios la gracia de un novio formal, iba a la iglesia, recitaba las preces, comulgaba a diario dos y tres veces, aspiraba a las delicias de la santidad, fue un período alegre y esperanzador roto bruscamente por los dimes y diretes de una colega envidiosa (su operación resultó fallida y era un auténtico espantajo) que corrió con el soplo a la entrada del templo en donde soñaba en casarme de blanco, los fieles de Notre-Dame de Lorette empezaron a mirarme de forma sesgada, les oí murmurar mira qué manos, sus hombros y clavículas no son de mujer, es un travestido, si será descarado!, y al punto me hicieron el vacío, se apartaban de mí, intercambiaban risillas y comentarios, lo del marido con que me ilusionaba se fue definitivamente al carajo, los feligreses me despreciaban y tuve que arrinconar en el armario el Kempis del pére de Trennes, los trajes de Acción Católica y mi mantilla de Corpus, había sido repudiada por aquella gentuza que presumía de cristiana y mi dolor inicial cedió paso al despecho, en adelante viviría sin pensar en ellos, exprimiría el jugo a la vida, me vendería al mejor postor, enviaba mensajes a la página de anuncios eróticos de Libération, entré en contacto con solteros, viudos y padres de familia, con buscones y viciosos de toda laya, no había surgido aún el monstruo de las dos sílabas y me sentía intrépida y rejuvenecida por mis artificios y mañas, vestía ahora de forma provocativa, minifalda, sostenes de encaje, zapatos de talón alto, pelucas llameantes, me había cansado del carteo con individuos tarados e ineptos y hacía la carrera entre Clichy y Pigalle, allí divisaba a veces al pére de Trennes y al San Juan de Barbes camino de la casa de citas de Madeleine, los señalaba con el dedo a los transeúntes y perseguía con mis sarcasmos y risas, espero que se la metan bien!, llevan ustedes el tubo de vaselina?, y así durante años y años, protegida del mal por condones de confianza y el sostén discreto de algún macarra hasta la madrugada en que fui atacada por un grupo de cabezas rapadas con trajes paramilitares, litronas y porras de goma, joder, qué tía, parece Madame Butterfly, a ésa nos la calzamos, ladraba su jefe, me había agarrado por un brazo y sentía el hedor de su aliento peleón, cervecero, ven ricura, andamos de bureo, lo vas a pasar en grande, del restregón que te damos no te reconocerá ni tu madre, me arrastraron a un automóvil sin hacer caso de mis voces, nadie acudió a defenderme, los testigos del rapto miraban de lejos o apretaban el paso, cuatro, eran cuatro, el chófer y otros tres, los del asiento trasero me apretujaban las tetas con sus pezuñas de cerdo, son de silicona o seguiste un tratamiento hormonal?, hostia!, no tiene pito, se ha hecho operar a cuenta del Estado y luego nos machacan con impuestos!, me rasgaban el vestido en plena ciudad y se mofaban de mis gritos, canta tu ópera china asquerosa, ésta será tu despedida!, todo parecía una pesadilla, dónde estaban mi chulo y las patrullas de policía que solían recorrer el barrio, se detenían a pedirme la documentación y me fichaban y refichaban en comisaría? se habían eclipsado! me hallaba en manos de una banda de nazis, encajonada entre los tocones, el mandamás y el chófer, adónde me llevaban y qué iban a hacer de mí?, veía las nucas afeitadas de los de delante, bulbosas, grasientas, sobrealimentadas de fritanga y sángüiches de hamburguesa, las camisetas de Chicago Bulls, sus hocicos de puerco, salieron del periférico hacia zonas más solitarias y oscuras y pararon al fin junto a un descampado, a tierra, puto, ahora sabrás lo que os aguarda a las chinas de tu especie (no habían querido oír mis súplicas: soy hispano-filipina, soy católica!), y allí se turnaron para encularme con sus vergas repulsivas y enfermas antes de darme un puntapié que me partió dos dientes y amenazarme aún con un aprende la lección, como te veamos otra vez por Pigalle no te daremos la oportunidad de contarlo!, no sé cómo pude levantarme y caminar hacia la salida del periférico, amanecía y, a la luz todavía anémica, pude apreciar en el espejito de bolsillo la magnitud del desastre, ojos a la funerala, labios sangrantes, mejillas hinchadas, churretes de rimmel, mi imagen inspiraba horror pero no compasión, los gritos de auxilio no sacudían a los automovilistas de su egoísmo, unos aceleraban, otros apretaban el pedal de los frenos y arrancaban de nuevo, la habrá castigado su macarra, será un ajuste de cuentas entre drogadictos o invertidos, mientras yo titubeaba deshecha, una verdadera eccefémina, hasta dar con el coche de la policía, ingresar en el hospital, ser atendida en el servicio de urgencias, allí mismo me tomaron declaración, denuncié al grupo agresor, procedieron a una serie de análisis y tests sanguíneos, recibí ayuda siquiátrica, volví a casa como una sombra de mí misma, en ninguna de mis transmigraciones había sufrido una humillación parecida, necesitaba ir al dentista, recomponer la cara, convivir temporalmente con mi imagen tuerta y desencajada, pasaba los días encerrada en la buhardilla con otra ex gasolina, aprensiva de lo que aún podía venirme encima, el resultado de los análisis del hospital, la confirmación oficial de que era seropositiva, y todo sucedió como me temía, leí y releí la sentencia médica, la rompí e hice trizas, la siquiatra me recetó una lista de tranquilizantes, me aconsejaba que me encarara a la realidad, me enfrentara con ánimo a la desgracia, soyez forte, ne vous découragez pas, ne laissez surtout pas le suivi psychologique, durante meses y meses iba como una autómata de mi cuartucho a su consultorio y del consultorio al cuartucho, sin perspectivas ni horizonte algunos, y un día oí por casualidad un programa de radio sobre la ocupación de la iglesia de Saint Bernard y las acciones a favor de los excluidos de la sociedad, condenados como yo a una situación marginal, a una vida clandestina, vi al fin brillar una luz, un rescoldo de esperanza, puesto que combatían el racismo, me dije, podrán ocuparse de mí, una transexual mestiza excluida por partida doble, una marginal entre los marginales, me puse el traje de faralaes con el que iba veinte años antes al cine Luxor y me precipité a Barbes, los usuarios del metro se apartaban de mí, pero un orgullo nuevo y una vibrante sensación de autoestima me alentaban y sostenían, quería incorporarme a aquel movimiento identitario y reivindicativo, luchar con uñas y dientes contra la opresión de nuestra sociedad farisaica, me presenté en la recepción improvisada a la entrada del templo y expuse mi caso, primero con palabras mansas y luego a gritos, el machismo y homofobia de los eurócratas me habían convertido en un objeto de horror para los bienpensantes, mi mera existencia era una provocación, transexual, asiática, seropositiva, nadie merecía más ayuda solidaria que yo, estaba dispuesta a pelear por mí y los demás, a enfrentarme a las instituciones normalizadoras y sus perros de presa, hablaba de forma lírica y exaltada, recité un poema ecuménico de Ernesto Cardenal, convencida de que mi elocuencia me los había metido en el bolsillo, por eso cuando el portavoz de los ocupantes de la iglesia me soltó abruptamente tenemos demasiados problemas con los inmigrantes indocumentados como para dedicar nuestro tiempo a los travestidos caí, como decían Auxilio y Socorro, del altarito, no daba crédito a mis oídos, cómo podía aquel representante de una organización consagrada a combatir la exclusión social y pobreza despacharse conmigo con tanta crudeza e insensibilidad?, me sentía de nuevo como en el descampado en donde me violaron, le di la espalda sin poder ocultar mis lágrimas, y allí estaba el obispo estrella, el supuesto defensor de las causas progresistas y humanitarias, orondo, con gafas y aires grotescos de reina, abierto como una flor a la luz de los focos de la televisión, usted me perdonará, como puede ver tengo una agenda sobrecargada y no dispongo de tiempo para escucharla, dé sus señas a uno de los vocales, ellos la atenderán, y me dejó para precipitarse a robar luz como una atolondrada falena, quise gritarle quién es usted, Monseñor de mierda, para tratarme de esa manera?, ha vivido acaso siete vidas como yo?, ha conocido las angustias de la delación y el tormento?, tuvo el privilegio de visitar a San Juan de la Cruz en su mazmorra de Toledo?, deseaba plantarle una tarta de crema en la jeta delante de millones de telespectadores, así aprendería a burlarse de mí y desentenderse, como sus pares, de mi abandono y enfermedad!, unos hijos de puta, eso es lo que eran!, la rabia me asfixiaba, cómo vengarme de ellos?, de su indiferencia a mis desdichas, de su generosidad de pacotilla, de sus piruetas mediáticas?, les odiaba, sí, les odiaba!, quise pinchar las ruedas de los automóviles aparcados en las cercanías pero, cómo dar con el martillo y los clavos?, rompí, eso sí, varias antenas de sus radiocasetes, toma, para que te jodas!, y tú también, maricón!, que no me vengan ahora con el cuento de las organizaciones humanitarias!, me refugié en la buhardilla que compartía con la otra gasolina, completamente histérica y desgreñada, quería aplastarlos a todos como cucarachas, ahora se enterarían de quien yo era!, empecé una campaña de acoso telefónico a los ocupantes de la iglesia con las tarjetas que mi compañera había birlado en un quiosco, les llamé cien, quinientas veces, aló!, son ustedes los empresarios del dolor?, los farsantes de la caridad?, las sanguijuelas de la miseria?, variaba los registros de voz para no ser identificada y respondía a su desconcierto con carcajadas e insultos, a tomar por el culo como yo, banda de chulos!, luego me serví del Minitel, solicité con cargo a su cuenta, toda clase de artículos en las empresas de venta por correspondencia, trajes de Armani, caviar de Irán, orquídeas, champaña, fuagrá, ropa interior, perfumes de lujo, filmes pornográficos con escenas de sadomasoquismo, consoladores de gran formato, quince Niños Jesús de una tienda de objetos religiosos de Saint Sulpice, lavadoras, frigoríficos, vibradores, látigos, cuando la policía me localizó la deuda de los caritativos ascendía a más de trescientos mil francos, fui a parar a la cárcel de mujeres y aquí espero el juicio en la sección especial de las contagiadas por el virus a tope de odio hacia ustedes dos, el hipócrita y el escribidor, hacia su santurronería y egoísmo, que lo mismo les da meterme presa que hacerme agonizar en un hospital de apestados, estoy harta de sus palabras de consuelo y miserables excusas, sigan, sigan con las páginas de este libro y váyanse a follar con sus santos!