Capítulo 64

El Cairo, 1992

Abd-el-Aziz pasó toda la noche revisando su plan de huida. Cuanto más reflexionaba, más riesgos se le ocurrían. ¿Les llegaría el dinero para establecer una panadería? ¿Y si la policía los detenía y encontraba el dinero robado?

Le resultaba difícil de creer que Asmaa quisiera ser su esposa. No podía ofrecerle bienes ni fortuna, y tendría que renunciar para siempre a su familia. Lo que iban a hacer equivalía a emprender un viaje por el desierto, sin agua ni camellos, confiando en que Alá les mostraría el camino.

También él tendría que renunciar a su familia. El hecho de partir sin despedirse de su madre lo atormentaba. Cuando estuviesen en Alejandría se pondría en contacto con su primo Faruq y le pediría que informase a su madre de que estaba bien, aunque sin decirle que había huido con Asmaa ni dónde se hallaban: si el orfebre se enteraba, era capaz de ir a buscarlos. En cuanto hubiese establecido la panadería, le pediría a su madre que se fuese a vivir con ellos.

Abd-el-Aziz no era el único que sufría de insomnio esa noche. Después de varias semanas sin oír la música de Om Kalsoum, su madre había vuelto a poner la vieja cinta en el radiocasete, y estuvo escuchándola hasta bien entrada la noche.

Antes de que cantaran los gallos, Abd-el-Aziz saltó de la cama. La noche anterior había preparado un hatillo con algunas de sus posesiones y metido en él unas cuantas liras. Había dejado el resto de sus ahorros sobre la mesa de la cocina, pues sabía que el orfebre lo responsabilizaría de la desaparición de Asmaa y, posiblemente, cancelaría sus planes de matrimonio.

Antes de marcharse, echó un último vistazo a las paredes del cuarto. Sus ojos se posaron en el póster descolorido del cantante Farid al-Atrash y después en su propia foto, tomada con la vieja cámara Polaroid que había encontrado en el vertedero.

Cuando abrió la puerta para marcharse, vio a su madre en el umbral de su habitación. Miraba a Abd-el-Aziz fijamente, con las mejillas arrasadas de lágrimas.