Frans Hogenhuis trabaja como guardia de seguridad en el supermercado Albert Heijn de Kinkerstraat. Cristina aparca la bicicleta en la acera opuesta al supermercado y observa al hombre. Tiene los ojos inexpresivos y la misma nariz achatada que en la foto que le había mostrado Lisa. Cada dos o tres minutos hace una ronda de varios metros, siguiendo el sentido de las agujas del reloj, y regresa al punto de partida.
Faltan unos minutos para el cierre del supermercado. A diferencia de la cadena Dirk van den Broek, donde Cristina suele hacer la compra, muchos Albert Heijn están abiertos hasta las nueve de la noche. Para matar el tiempo, decide llamar al detective Ralf Limburg, de la brigada contra el crimen organizado, pero sólo consigue hablar con su contestador. Le deja un mensaje, informándole de que el caso de Branislav Kijic ha sido archivado y Hussein Alaoui reconocido como autor del asesinato. Le da también las gracias por verificar que los diamantes de Roterdam eran sintéticos, igual que los encontrados en el bolsillo de Kijic, aunque al final ese dato no hubiese cambiado el resultado de la investigación.
Unos minutos después de las nueve, ve salir a las cajeras del supermercado. Frans Hogenhuis se dispone a bajar la reja de seguridad, y Cristina aprovecha ese momento para acercarse a él.
—Soy la inspectora Molen, de la brigada de homicidios.
—¿Pasa algo?
—Manténgase alejado de Lisa. No voy a permitirle que le haga daño.
El hombre la mira fijamente. Cristina observa que tiene muy desarrollados los músculos del cuello, como si practicase culturismo en su tiempo libre.
—No sé qué coño le ha contado Lisa, pero le aseguro que yo no…
—Si vuelve usted a llamarla, aunque sea para preguntarle la hora, le haré la vida imposible.
—¿Por qué no se mete en sus asuntos?
Cristina avanza dos pequeños pasos hacia él, para demostrarle que no tiene miedo: de otra forma, su visita no habrá servido de nada.
—Lisa forma parte de «mis» asuntos, así que ándese con cuidado.
A continuación la inspectora se marcha, sin volver la vista atrás. ¿Habrá conseguido intimidarlo? Los acosadores suelen comportarse como los niños abusones en el patio del colegio: buscan una víctima débil y se ensañan con ella hasta que alguien les para los pies. Por el contrario, si Frans Hogenhuis es un psicópata, la amenaza de Cristina sólo conseguirá empeorar las cosas.
Mientras pedalea de vuelta a casa, suena su móvil. Son casi las diez de la noche y lo último que necesita en ese momento es un muerto con una bala en la nuca. Extrae el teléfono del bolsillo y ve que la llamada es del detective Ralf Limburg.
—¿Ha escuchado mi mensaje? —pregunta Cristina.
—Sí, pero la llamo por otro motivo. El guardaespaldas de Ginkgo Tan acaba de presentarse en la comisaría de Prinsengracht: dice que está dispuesto a darnos información sobre la explosión en el restaurante Paz Celestial a cambio de protección.
—¿Ha hablado con él?
—Me disponía a hacerlo ahora.
—No empiece sin mí. Estaré allí en quince minutos.