Capítulo 60

El lunes por la mañana, la inspectora Molen se despierta con un dolor en el pecho y la impresión de estar ahogándose.

Ha pasado todo el domingo en casa, dormitando sobre el sofá. Aunque no ha visto a Gerrit desde su regreso a Ámsterdam, han hablado varias veces por teléfono; Stitch sigue sin aparecer.

Mientras se ducha, recuerda lo que ha soñado: caminaba descalza por un campo de nieve, entre abetos gigantescos, y buscaba a alguien para preguntarle cómo llegar a El Cairo. Tras un largo trecho se había encontrado con su padre, que remaba en una barca sobre la nieve. Cristina intentaba acercarse a él, pero cada vez se hundía más en la nieve; cuando alcanzaba la barca, con la nieve hasta el cuello, su padre pasaba de largo sin mirarla.

Al salir de la ducha se toma un café, mete una manzana en el bolsillo del abrigo y va a buscar su bicicleta Omafiets al trastero.

Se pone una gorra para protegerse de la lluvia y pedalea hacia la comisaría. Quiere regresar a la rutina lo antes posible: sobre todo, desea ocupar su mente en algo que no sea Amin Samir.

Ámsterdam le parece una ciudad extraña, como si las calles y los edificios hubiesen cambiado de lugar en los últimos días. Tiene la sensación de que ha pasado mucho tiempo desde que voló a El Cairo. ¿Dónde estaría Amin en ese momento?

Los edificios contiguos a los canales, con sus fachadas multicolores y sus gabletes centenarios, parecen casas de muñecas. Fueron construidos sobre terrenos cenagosos, y las vigas de madera que los apuntalan han cedido con el paso de los siglos, inclinando sus fachadas hacia la calle.

Cuando llega a la comisaría de Lijnbaansgracht se dirige al despacho de Van Sisk. Cumpliendo con su ritual matutino, el comisario está leyendo el diario De Volkskrant ante una taza de café.

—Vaya, la hija pródiga. ¿Qué tal las vacaciones en Egipto?

Cristina sabe que el comisario está contento de verla, aunque no quiera demostrarlo.

—Habría disfrutado más si mi celda hubiese tenido aire acondicionado.

—¿Sabes que estuviste a punto de crear un conflicto diplomático entre los dos países?

El comisario deja el periódico encima de la mesa, abierto por la sección de deportes.

—¿Cómo supiste que me habían detenido?

—Lisa me dijo que habías llamado para que le reservaras un vuelo; intenté localizarte después de que el avión aterrizara en Ámsterdam. Como no contestabas, hablé con KLM y me confirmaron que no habías embarcado en El Cairo. Por eso me puse en contacto con el Ministerio de Asuntos Exteriores.

—No sé qué favor te debe tu amigo, pero tiene que ser grande.

El comisario bebe un trago de café. Lo toma sin leche ni azúcar, como el gánster Rocco.

—Le robé a su novia y me casé con ella —responde Van Sisk—. En aquel momento estuvo a punto de romperme la cara, pero hoy sabe que le tocó la lotería. El tiempo lo cura todo.

No todo, piensa Cristina. Los remordimientos y las ausencias no tenían cura.

—No te preocupes por el bebé —dice el comisario, como si hubiese percibido su tristeza—. Será adoptado por una familia que lo querrá con locura.

¿Y si no es así? ¿Y si ha caído en manos de una red de pederastas?

—Mientras estabas en Egipto hablé con el fiscal —explica el comisario—. Considera que actuaste en defensa propia al dispararle a Hussein Alaoui, por lo que no habrá juicio. Ha decidido imputarle a Alaoui la responsabilidad por los homicidios de Asmaa Samir, Abderramán Salah y Branislav Kijic, así que hemos suspendido las diligencias.

—¿Y si aparecen nuevos indicios?

—No creo que el fiscal tenga inconveniente en reabrir esos casos.

Cristina vuelve a pensar en Amin.

—Me vendría bien que me asignases un caso nuevo. Necesito ocupar la mente en otra cosa.

—Es mejor que te tomes un par de días de descanso. Aprovecha para ordenar tu mesa.

—Mi mesa ya está ordenada. Lo que necesito es un caso nuevo.

—Ni hablar. Después de lo que has vivido en los últimos días tienes que descansar.

Cristina hace ademán de protestar, pero sabe que el comisario tiene razón. Necesita recuperar fuerzas.

Va a su despacho y enciende el ordenador. No tiene ganas de hacer nada. A lo largo de su carrera policial ha conocido a muchas personas aquejadas de estrés postraumático tras la muerte de un ser querido, una amenaza, un daño físico o psicológico. Las personas que sufrían ese trastorno de ansiedad volvían a experimentar el acontecimiento a través de imágenes y pensamientos, se mostraban apáticas, irritables y tenían dificultades para concentrarse. Un poco lo que le pasa a ella.

Se levanta para ir a buscar una taza de café y se encuentra a Lisa en el pasillo. Lleva una blusa con volantes, ceñida al talle, y parece haber invertido mucho tiempo en maquillarse esa mañana.

—Bienvenida a la rutina —le dice su amiga.

—Ojalá lo fuese. Stitch se ha escapado.

Para sorpresa de Cristina, los ojos de Lisa se llenan de lágrimas.

—¿Qué te pasa?

—Nada…

Cristina observa el rostro de Lisa. Sus mejillas tienen la palidez de una geisha.

—Claro que te pasa algo.

—Es Frans, mi ex… Me llama todas las noches desde hace una semana; tengo los nervios destrozados.

—¿Por qué no me lo dijiste antes?

—Porque tenías otros problemas de los que ocuparte. Y desde El Cairo no habrías podido ayudarme.

A la espera de que el comisario le asigne un nuevo caso, esa situación representa una oportunidad de ayudar a Lisa y de sentirse útil. Por lo menos, le permitirá olvidarse de Amin Samir durante un tiempo.

—Consígueme la dirección del trabajo de Frans.

—¿No irás a darle una paliza?

—¿Cómo voy a darle una paliza a ese armario? ¿Te crees que estoy loca?