Capítulo 59

Ámsterdam

Al descender del avión en el aeropuerto de Schiphol, el sábado por la noche, la inspectora Molen experimenta una sensación de mareo, casi de vértigo. Su cuerpo empieza a temblar, liberando parte de la tensión acumulada en los días anteriores.

Abandona la terminal y camina hacia la estación de tren. La embajada holandesa no le había comunicado hasta el último momento la hora de su vuelo, y no había podido informar a Gerrit para que fuese a buscarla. Mientras espera el tren con destino a La Haya, llama a Gerrit para asegurarse de que está en casa. Necesita darse una ducha y dormir diez horas seguidas, pero no quiere hacerlo sola.

—¡Por fin! —dice Gerrit al oír su voz—. ¿Dónde estás?

—En Schiphol. Acabo de aterrizar.

—El comisario me llamó para decirme que te habían detenido.

—No sabía que Van Sisk y tú erais tan amigos…

—Los dos estábamos preocupados. Me alegro de que hayas vuelto.

—Y yo más —dice Cristina, sin poder apartar de su mente la imagen de Amin.

—Si hubiera sabido que llegabas esta noche, habría ido al aeropuerto.

Cristina mira los horarios en el panel de información. El siguiente tren a La Haya sale a las 20:02 horas.

—No importa. ¿Puedes recogerme dentro de tres cuartos de hora en la estación de La Haya?

—Claro.

Un tren acaba de hacer su entrada en el andén, pero no es el de Cristina. Gerrit tose un par de veces para aclararse la voz.

—Antes de que vengas tengo que contarte una cosa. Prométeme que no vas a enfadarte.

—¿Qué pasa?

Stitch se escapó esta mañana. Lo llevé a pasear al parque Westbroek y se fue detrás de otro perro.

—¿No lo llevabas atado con la correa?

—Sí, pero me cogió desprevenido.

Cristina se frota las sienes. Stitch no conoce La Haya y sus instintos están anquilosados por su vida sedentaria. En una ocasión, se le había escapado en el parque Beatrix. Dos días después, cuando se había resignado a no volver a verlo, la dueña de una pastelería la llamó por teléfono para decirle que Stitch se había colado en su establecimiento.

—Ya he informado a la perrera —dice Gerrit—. Me vendría bien una foto suya, para imprimir carteles y pegarlos por el parque.

—Te la enviaré por correo electrónico esta noche.

—Pero… ¿no decías que venías a La Haya?

—La verdad es que se me han quitado las ganas.

—No te pongas así. Seguro que Stitch aparece.

Cristina no está tan segura. Aunque su perro lleva un microchip y una medalla con su número de teléfono, muchas de las personas que encontraban un golden retriever decidían no devolverlo.

La inspectora cuelga el teléfono y cambia de andén para tomar un tren hacia la estación central de Ámsterdam. Se siente deprimida, pero ha sido demasiado brusca con Gerrit. Decide llamarlo nuevamente.

—Soy yo otra vez.

—¿Vas a echarme otra bronca?

—Quería disculparme. Estoy rendida por lo de estos últimos días; no es culpa tuya que Stitch se haya escapado.

—Disculpa aceptada. ¿Quieres que vaya a tu casa?

—Cuando llegues estaré dormida. Hablamos mañana.

Tras despedirse de él, Cristina se sienta en un banco. No tiene ganas de ir a La Haya, ni de dormir sola. Desde el secuestro de Amin no tiene ganas de nada. Aprovechando los minutos que faltan para la llegada de su tren, abre la agenda del móvil y busca en ella a Ethan Hunt, el personaje de la película Misión imposible bajo cuyo alias ha guardado el número de Vermeulen.

—Me he enterado de su detención en El Cairo —dice el agente del AIVD al descolgar—. Me alegro de que se aclarase el malentendido.

Un tren hace su entrada en el andén opuesto; la consiguiente ráfaga de aire le provoca a Cristina un escalofrío.

—La policía egipcia me dijo que el inspector Elgabri estaba metido en actividades ilegales —dice la inspectora—, y que había recibido sumas importantes de dinero de Holanda. ¿Por qué me puso usted en contacto con él?

—Elgabri era un policía eficiente. No sabía que participaba en negocios fraudulentos.

Cristina se acaricia los brazos. Siente frío, y la impresión de que Vermeulen la está engañando empeora esa sensación.

—¿Cómo conoció a Elgabri? —le pregunta al agente del AIVD.

—No puedo decírselo.

—No me venga con esa mierda de que es información reservada.

—Es información reservada. Elgabri colaboró con nosotros durante la extradición de un miembro de Al-Qaeda.

—¿Pretende que me crea que no sabía nada de sus negocios?

—De haberlo sabido, nunca la habría puesto en contacto con él.

Cristina duda de que Vermeulen diga la verdad. Al AIVD deben de importarle muy poco las actividades de sus colaboradores: para los servicios secretos, el fin solía justificar los medios.

—¿Qué hay de Hussein Alaoui? —añade Cristina—. ¿Era uno de los marroquíes que participaron en la compraventa de RDX en Roterdam?

—¿Quién le ha hablado de esa operación?

Cristina levanta la vista hacia el panel de información. Su tren llegará en un par de minutos.

—Eso no tiene importancia. ¿Participó Hussein Alaoui en ella?

—No lo sé. Es posible.

—Tendré que interrogar nuevamente al director de la Asociación Al-Mahgoub. No quiero que después me acuse de actuar unilateralmente.

—Si consigue hablar con él, le agradecería que me lo comunicase. Mohammed Salah lleva dos días desaparecido.