La luz del atardecer tiñe de reflejos los edificios de El Cairo, haciendo brillar las sábanas puestas a secar al sol.
Cristina se esfuerza por caminar con normalidad, a pesar de su cojera. Con el corazón latiéndole muy deprisa, sube a un taxi y le pide al conductor que la lleve a la embajada holandesa. Aunque perderá su vuelo a Ámsterdam, en el recinto diplomático estará a salvo y podrá decidir qué hacer.
Cierra los ojos para calmarse y evitar una hiperventilación. Cuando su pulso se regulariza marca el número del inspector Elgabri, pero éste no descuelga. Repite varias veces la operación, con idéntico resultado.
El taxista cambia bruscamente de carril para evitar un carromato, y Cristina se queda helada al ver en el espejo retrovisor el Toyota negro.
Llama nuevamente al inspector Elgabri, pero éste sigue sin responder. A diferencia de las veces anteriores, el conductor del Toyota sigue al taxi sin guardar una distancia de seguridad, como si no le preocupase ser descubierto.
La embajada holandesa está situada en la isla de Zamalek, sobre el río Nilo. Al alcanzar el puente Mayou, en el acceso a la isla, la densidad del tráfico los obliga a avanzar con lentitud. Cristina se vuelve con frecuencia, para asegurarse de que su perseguidor no ha decidido abandonar el vehículo y caminar hasta el taxi.
La embajada se encuentra a menos de quinientos metros de distancia. La inspectora se siente tentada de correr hasta ella, pero teme convertirse en un blanco fácil para su perseguidor.
Llama a la embajada y pide que le pasen con el responsable de seguridad. El hombre le informa, con voz lacónica, de que sólo podrán protegerla cuando haya franqueado el recinto diplomático. Tendrá que alcanzar la puerta por sus propios medios.
El tráfico se vuelve más fluido cuando dejan atrás el puente Mayou. La inspectora distingue a lo lejos la bandera holandesa, las palmeras y el jardín enrejado de la embajada. La garita de guardia está vacía.
El taxi se detiene delante de la embajada. La inspectora paga con un billete de veinte euros y, sin esperar el cambio, sale corriendo hacia la puerta. El conductor del Toyota detiene el automóvil de un frenazo, baja y echa a correr tras ella. Cristina dispone de unos metros de ventaja, pero el forcejeo en el hospital la ha dejado agotada.
Cuando está a punto de franquear el recinto de la embajada, un golpe en la espalda hace que se desplome sobre la acera.