La inspectora Molen se apoya en la pared de la ducha y deja que el agua le resbale por la espalda. La tarde anterior había visitado la embajada holandesa y recibido la confirmación de lo que ya sabía: una vez aceptada la repatriación de Amin Samir por el Departamento de Inmigración holandés, cualquier decisión sobre su futuro era competencia de las autoridades egipcias; el niño sería entregado a su familia.
La larga ducha no ha conseguido aliviar su fatiga. Se seca el cuerpo con una toalla y se aplica la crema hidratante ofrecida por el hotel. Después se viste la ropa menos llamativa que tiene: unos pantalones negros de lino y una sahariana blanca de manga corta.
El reverbero del sol presagia el mismo calor que el día anterior. Al coger el móvil, ve que tiene una llamada perdida de Gerrit. Marca su número, temiendo que haya comprado un billete de avión para reunirse con ella en El Cairo.
—Acabo de ver tu llamada perdida.
—¿Cómo va todo? —le pregunta Gerrit.
Mal, pero no quiere hablar por teléfono de su descubrimiento en casa de los Samir. Supone que la pregunta de Gerrit se refiere a lo sucedido durante el interrogatorio de Hussein Alaoui, pero tampoco quiere hablar de ello.
—Ya te contaré cuando nos veamos.
—¿A qué hora regresas?
—No lo sé; tengo que mirar el billete.
—Envíame un mensaje con el número del vuelo para que pueda ir a buscarte.
—Lo haré —dice Cristina.
—Tengo los resultados de la prueba de paternidad de Amin Samir.
—¿Y?
—Con un pequeño margen de error, Abderramán Salah no era el padre de Amin.
Cristina reflexiona unos instantes. Ese resultado reduce la probabilidad de que Abderramán Salah y Asmaa Samir fuesen amantes, y vuelve más verosímil la hipótesis de una adopción ilegal. En ese momento, la pantalla del móvil parpadea, indicándole una llamada entrante.
—Tengo otra llamada —le dice a Gerrit—. ¿Podemos hablar más tarde?
—Claro. Llámame al móvil cuando estés libre.
La segunda llamada es del inspector Elgabri. A juzgar por su tono, no ha empezado el día con buen pie.
—Amin Samir ha desaparecido —le informa el inspector con voz neutra.
—¿Qué?
—Hemos ido a buscarlo esta mañana al orfanato Maktoum, pero no estaba.
—¿Y la asistente social?
—Se encuentra en paradero desconocido. Hemos ido a buscarla a su domicilio, pero la dirección ha resultado ser falsa.
Cristina se sienta en el borde de la cama. Si la asistente social ha secuestrado a Amin, el motivo no puede ser la obtención de un rescate: la mujer sabe en qué condiciones vive su familia. A no ser que hubiese percibido el interés de Cristina por el niño y pretenda obtener dinero de ella. Lo más probable, sin embargo, es que la motivación del secuestro sea la venta del bebé a una familia extranjera; o, todavía peor, a una red de pederastas.
—Debería regresar a Holanda y olvidarse del niño —dice el inspector Elgabri—. Deje este asunto en manos de la policía egipcia.
—¿Dónde está el orfanato Maktoum?
—En Maadi, pero no creo que sea buena idea que investigue por su cuenta. No habla usted árabe y su placa policial no tiene validez en Egipto. Además, es usted una mujer.
¿Una mujer? Si Cristina había albergado dudas sobre la conveniencia de visitar el orfanato Maktoum, las palabras de Elgabri han conseguido disiparlas.